Columnas

Psycho Killer

Carlos Velázquez

Cobra Kai: un shot de nostalgia

Los 80’s son invento de Terminator. No importa cuántas veces declaremos su muerte, siempre regresan a jalarnos los vellos púbicos. Su última encarnación tiene forma de serie: Cobra Kai.

Lo mejor de la historia es el soundtrack. Un viaje sentimentaloide a esa década a la que más de uno califica de horrible, pero cuya música pone a todos a bailar. Con la coperacha de alguna que otra rola de los noventass y de los dos miles.

Cuando estaba en la preparatoria los 80’s me parecían una época bastante lejana. Y los viejos rockers de la cuadra unos dinosaurios. Excepto los heavymetaleros, nadie escuchaba a ninguna de las bandas ochenteras que ahora componen el soundtrack de Cobra Kai. Estábamos sumergidos en el rock alternativo, que luego se llamó grunge y que después se partió en varias subdivisiones: sludge metal, whatever. Pero nadie sospechó jamás que el revival se impondría y que los ochentas volverían para arrasar en medio de millones de falllecidos por covid.

Sí, los ochenta son el soundtrack de la muerte.

Lo mejor de la historia es el soundtrack. Un viaje sentimentaloide a esa década a la que más de uno califica de horrible, pero cuya música pone a todos a bailar.

La música de Cobra Kai me elevó los triglicéridos bien cabrón. Con algunas excepciones, AC/DC, Mötley y anexas, escucho poquísima música ochentera, sólo en fiestas o en la radio, cuando el pinche bluetooth no quiere enlazar el teléfono. Pero nunca pongo un disco completo para escucharlo con una copa de vino tinto. Prefiero invertir mi tiempo en lo de siempre: mi amado Iannis Xenakis. O algo de Luigi Nono. O ya de perdido un jazzecito, algo tranqui: Albert Ayler.

Cuando hablo de los ochentas no me refiero a AC/DC, Mötley o Maiden, sino a todas esas bandas culeras one hit wonder que son la adoración de los heavymetaleros que año con año se gastan lo que han ahorrado tres décadas en su afore para abarrotar el Hell & Heaven. Decía: no soy un consumidor de las power ballads, pero cuando vi en la pantalla a Daniel Larusso agitar una melena imaginaria con metal rascuache de fondo, gran parte de mi educación sentimental desfiló ante mis ojos.

Recordé la tarde en que vi por primera vez la jeta de Bon Jovi. Mi vecina tenía un póster en una pared de su cuarto. Se me ocurrió preguntar quién era y me recetó completo el Slippery When Wet. También reviví el día en que otra morra del barrio se levantó la blusa en el patio de mi casa para enseñarme las tetas. Era una flaquita. Ahora que lo pienso quizá ella sea la culpable de que me gusten las morras de tetas mini. Yo debía tener diez u once años. Nunca volví a ser el mismo. Y todo eso vino a mi mente mientras sonaba “Here I Come Again”, de Whitesnake, y en pantalla Johnny Lawrence le tomaba a una cerveza. Pinche Cobra Kai.

No es lo mismo escuchar en la radio una de Poison que verla empatada con tus recuerdos combinados con el Karate Kid. Es como un mosaico que te despierta la nostalgia. Es una trampa perfecta. La serie utiliza a la música para apelar a lo nostálgico de nuestra era. Y lo consigue con una eficacia tal que le otorga un nuevo revestimiento a las canciones. Esa rola que considerabas menor, esa que medio te gustaba, que a veces cuando aparecía en el aleatorio la adelantabas, ahora la dejas. No sólo la escuchas, la tarareas y hasta la bailoteas. Para entonces cachetearte a ti mismo y te dices, Qué estás haciendo pendejo. Si esa madre es una mierda.

Este efecto lo observé con mis compañeros de prepa, excepto con los rockers, por supuesto. En una fiesta de fin de curso nadie se sabía de memoria las canciones de Nirvana o Alice in Chains. Lo más fuerte que escuchaban era El silencio, de Caifanes. Me he reencontrado con varios veinte años después y resulta que tienen toda la discografía de Pearl Jam y los Stone Temple Pilots. Y yo me digo por dentro: pero si tú eras un ñoñazo. La música es un ablandador de carne. Se tarda años pero al fin logra penetrar nuestros caparazones. Preferible esto a que escuchen reguetón.

Con el éxito de Cobra Kai no duden que se vienen más secuelas, precuelas o remakes de los ochenta. Se antoja una nueva saga de Jóvenes pistoleros. Lo que significa sólo una cosa: más música ochentera. No le vendría mal a Bon Jovi resucitar. Una serie sobre Young Guns lo rescataría de su condición de muerto viviente. Qué mal pedo que la pandemia haya venido a aguar la fiesta. Cobra Kai se estrenó primero en YouTube Premium, pero sólo hasta su arribo a Netflix se ha convertido en un fenómeno. Decía que sin pandemia ya existiría el tour Cobra Kai. Varias bandas del soundtrack de gira. Sería un jitazo. Si todos pensamos que el momento de Johnny Lawrence era en los ochentas, cuando era un niño bien e hijo de papi, nos equivocamos. Su momento es ahora: alcohólico, loser en redención, con su chaqueta de cuero y su auto deportivo, por fin puede arañar las royalties. No importa lo panzón, lo arrugado, lo impotente, la música no envejece por ti. Es tu Dorian Gray. Y si lo hace: Bah, la nostalgia la mantendrá forever young.

La máxima enseñanza que nos ha legado Cobra Kai es que este mundo no le pertenece a los osados, como promulgaba Bukowski, le pertenece a los chavorrucos.

Ilustración de Blumpi