Dossier: la pandemia

Lo viral

Jorge Carrión

17 de abril de 2020:

La viralidad es un sistema de selección artificial —a menudo algorítmica— de la información relevante en un ecosistema sobresaturado de datos, textos, artefactos narrativos y artísticos y ocvis. La relevancia, por supuesto, no siempre tiene que ver con criterios de verdad, interés genera excelencia; a menudo responde a los ritmos de la actualidad, los trending topics, las posverdades, las palabras clave o las correlaciones del Big Data. Pero mientras los objetos virales qu están atados al contexto del día (o del minuto) son olvidados en pocas horas, los que innovan y aportan trascienden la textura de la realidad de su origen y logran interrogar la de las sucesivas realidades futuras. «La modernidad es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte, cuya otra mitad es lo eterno e inmutable», escribió Charles Baudelaire. Algo parecido se podría decir de lo viral, que casi nunca pasa de ser la mitad fugaz, pero a veces supera su condición instantánea.

Un tuit es el pío de un pájaro y en el origen de Twitter, en 2006, según Jack Dorsey, estuvo la idea de que los usuarios lanzaran al ciberespacio secuencias breves de información intrascendente. Instagram está, desde la propia palabra, anclado en el instante. Es casi imposible que un tuit o un post o una historia trasciendan de un modo aislado, cuando lo hacen es casi siempre en una serie o una constelación. Puede ser la exploración de un concepto, la trama de una historia o, en la mayoría de los casos, la personalidad aglutinadora de un creador digital. Ése es el sentido real de la palabra influencer: aquel que consigue que sus objetos, cohesionados por su propia figura —su poética—, sobrevivan más allá del momento de su puesta en escena publicación.

Lo clásico es lo viral en el mañana. Lo viral es lo clásico en el ahora. Lo clásico pervive en una vibración de intensidad baja o media, que se va reactivando periódicamente. Lo viral explota en una intensidad altísima, que se apaga también a gran velocidad. Lo clásico existe en la unidad de la obra maestra. Lo viral sólo tiene sentido como ráfaga, sucesión, red.

Lo clásico puede pervivir más allá de su creador, quien incluso puede haber desaparecido. Lo viral es inseparable de la marca que lo ha creado y lo representa. Lo clásico y lo viral coinciden al menos en dos rasgos fundamentales. Todo lo clásico fue en algún momento viral —el de su canonización— y todavía, en menor medida, lo sigue siendo. Y ni lo clásico ni lo viral son categorías estéticas, sino aglutinadoras: acogen en su marco lo trágico y lo cómico, lo tradicional y lo moderno, lo bello y lo feo, lo irrelevante y lo sobresaliente. Pero lo viral va más allá, porque es capaz también de integrar aquello que difícilmente llegará a ser clásico y que es tan, pero tan nuestro: lo amorfo, lo kitsch, lo cursi, lo cacofónico, el boceto, el chiste, la estupidez. Lo clásico tiende al ideal y se aleja, por tanto, de los cuerpos. A lo viral, en cambio, nada humano le es ajeno.

18 de abril de 2020:

La explicación de cómo se produce el contagio que hizo el miércoles pasado en una rueda de prensa Angela Merkel, que es doctora en Fisicoquímica, se ha vuelto viral: «Ahora nos encontramos en torno a un factor de reproducción 1, es decir, una persona infecta a otra persona», dijo. «Si llegamos al punto en que cada persona infecta a 1.1, en octubre habremos llegado al tope de nuestro sistema sanitario»; y «si llegamos a 1.2, cada una está infectando a un 20% más; sea, si de cada cinco personas, una infecta a otras dos, y cuatro infectan cada una a otra persona, entonces alcanzaremos el límite de nuestro sistema de salud en julio», de modo que «se ve qué pequeño es el margen de maniobra con el que trabajamos». La matemática del contagio, de nuevo. La viralidad es matemática, de hecho: periódica —pese a las apariencias, tan infrecuente.

19 de abril de 2020:

Cada semana que pasa crece el número de nuevos trabajadores de Amazon contratados durante la crisis. Al parecer son ya 175,000 en todo el mundo. Ayer anunció que busca 1,000 en Colombia y 2,000 en Costa Rica. Mientras tanto, Jeff Bezos —dueño del 12% de Amazon y el hombre más rico del mundo— ha ganado en las últimas semanas 6,400 millones de dólares (y su exmujer, Mackenzie, que se quedó con el 4% de Amazon tras el divorcio, 2,200). Amazon ha donado 100 millones a una organización de reparto de alimentos y ha comenzado a instalar cámaras térmicas en los almacenes, para detectar empleados con fiebre. En estos momentos está construyendo su propio laboratorio para realizar pruebas masivamente a todos sus trabajadores, que son casi un millón. A partir de ahora Alexa posee una nueva habilidad, consagrada al coronavirus. Además de decirte el número de casos que hay en tu país o en el mundo, de recordarte los síntomas o las precauciones, te ayuda a que manufactures una mascarilla casera. Paso a paso. Bricolaje sanitario tutorizado por tu asistente de voz, cada vez más cerca de ser la banda sonora de tu conciencia.

20 de abril de 2020:

Entre muchos —uno de ellos, mi librero de cabecera y amigo Xavier Vidal— hemos conseguido hacer viral la idea de que la mejor opción de compra de libros durante el confinamiento no es Amazon, sino las librerías. La literatura no tiene prisa. Los compramos ahora, a través de las páginas web de nuestras librerías de confianza, y ya los recogeremos cuando abran. Hoy he publicado en La Vanguardia un artículo extenso y un tanto polémico sobre el tema —porque Penguin Random House ha disfrazado de apoyo a las librerías su campaña de venta directa de libros desde su página web— que se añadirá a las ediciones internacionales de Contra Amazon y que termina así: «En estos momentos en que somos millones los ciudadanos bajo arresto domiciliario que las echamos de menos, en que somos millones los lectores aislados y enmascarados que —aunque nos comuniquemos por WhatsApp, trabajemos por Skype y consumamos ficción en Netflix y hbo— hemos encontrado ideas, evasión y sobre todo consuelo en nuestros demasiados libros, las librerías deben reaccionar con urgencia. Reapropiarse de la cultura del libro. Tomar conciencia de su prestigio, de su poder. Hacer valer su marca y su relato. Se juegan su futuro, que es en gran medida también el nuestro».

21 de abril de 2020:

Este 2020 ninguna serie, ningún fenómeno mediático, ningún meme será tan viral como el propio coronavirus. Ha conseguido monopolizar nuestra atención tanto en el mundo físico como en el virtual, tanto en los supermercados y los medios de transporte como en las redes sociales y los televisores. Es una realidad híbrida, mitad biología, mitad píxel, que no cesa de multiplicarse por ambas dimensiones de lo real. Donald Trump dice que se podría tratar a los pacientes con una inyección de lejía y millones de personas buscan respuestas en médicos como Doctor Mike (Mikhail Varshavski), que cuenta con más de 5 millones de seguidores en YouTube, o como Jeffrey VanWingen, que el 24 de marzo colgó su primer video en la red, con consejos para desinfectar la compra, que suma 26 millones de visitas. Joe Biden ha fijado en su cuenta su tuit más viral de las últimas semanas: «Nunca pensé que diría esto, pero por favor no bebáis lejía» (tres cientos cincuenta mil retuits y un millón y medio de likes a mediados de mayo). También proliferan las cuentas de humor, periodismo educación sobre el virus. Se ha impuesto la metaviralidad que encarna Jude Law (Krumwiede) en Contagio, ese ejercicio de anticipación que cada día que pasa es más y más realismo.

22 de abril de 2020:

Aunque parezca que Amazon se dedica sobre todo a la logística de objetos físicos, gran parte de su negocio lo hace en la nube, que es un gigantesco almacén, fragmentado y físico, eléctrico, a través de Amazon Web Services. Su división de ciencias de la vida, genómica y dispositivos médicos, y su división de sector público —que trabaja con gobiernos y organizaciones de 180 países—, han ofrecido 20 millones de dólares en créditos para la investigación y el desarrollo de sistemas de inteligencia artificial que sean capaces de interpretar radiografías de pulmones o electrocardiogramas para detectar casos de covid-19. Después de siglos de énfasis en la curación, en las vacunas, los algoritmos están haciendo hincapié en el diagnóstico.

Al mismo tiempo, los algoritmos de Amazon están leyendo todo lo que publica la comunidad científica internacional sobre el virus, la enfermedad y la pandemia. En colaboración con el Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona, la división de Search Science y la de computación en la nube de la multinacional están creando una base de datos de fármacos a través de una herramienta llamada Chemical Checker, que extrae de los más de diez mil artículos académicos que se han publicado hasta la fecha toda la información relativa con moléculas y tratamientos. Minería de textos, aprendizaje automático y procesamiento de lenguaje natural para procesar en días cantidades enormes de datos, cuya lectura hubiera llevado años.

Todas las imágenes, todos los datos son almacenados en instalaciones de Amazon. De modo que la coordinación y el diálogo entre las instituciones científicas y políticas no pasa por la oms, que forma parte de la onu, sino por la compañía de Jeff Bezos, su exmujer y el resto de accionistas.

Fragmento del libro Lo viral, Galaxia Gutenberg, 2020.

Ilustración de Magdiel Herrera