Recomendación de los editores

La ciudad como biografía

Claudina Domingo

Los últimos años hemos visto traducidos al español tres libros de Vivian Gornick, feminista de la segunda ola y ensayista inmersa en la autobiografía. Sus libros de ensayo autobiográfico están profundamente unidos a la ciudad de Nueva York, la ciudad que la enseña a vivir y la ciudad con la que aprende a pensar y a dialogar. Hay una altura formidable en la queja de Vivian Gornick: la mujer en la que se convirtió a lo largo de las décadas de reflexión y experiencia hubiera hecho más feliz a la mujer anterior, la que sólo intuía esas formas de alegría. Pero si la mujer que puede decir esto lo sabe, sólo es a través de finales del siglo xx, penetrando intelectualmente en un siglo xxi y en una ciudad (Nueva York) que le exige y le permite «descubrir».

El trabajo y el amor son ejes que vinculan a la persona política con la persona primigenia, la que, según la propia Gornick, pese a ser una feminista radical de la segunda ola, la hacen pensar y «creer» en el amor romántico y en la persona indicada para fundar los paralelos de su reino. Hay que trabajar, es decir, hay que pensar y escribir. En ello hay que detenernos un poco.

Si Apegos feroces explora el drama familiar, el conflicto generacional entre mujeres que sólo por azar son parientas, y si Mirarse de frente deja cuenta del diálogo con los otros que nutren a la escritora, La mujer singular es un ensayo existencial de la mujer que está en camino de unirse o desapegarse de su sociedad. De este choque, porque es un choque entre la intimidad, la memoria y una ciudad cambiante, nacen una serie de preguntas y se apuntan posibles respuestas.

El trabajo y el amor son ejes que vinculan a la persona política con la persona primigenia, la que, según la propia Gornick, pese a ser una feminista radical de la segunda ola, la hacen pensar y «creer» en el amor romántico y en la persona indicada para fundar los paralelos de su reino. Hay que trabajar, es decir, hay que pensar y escribir. En ello hay que detenernos un poco. «Trabajar» no es entregar libros a las editoriales, «trabajar» es, un poco como les correspondía a los intelectuales de generaciones marxistas, sentarse y pensar, dilucidar, generar un pensamiento o la ruptura de todos los pensamientos antes de escribir una línea. Y luego escribir. Es decir, llegar a la raíz: ser radical.

«Hoy no miramos para ver, y mucho menos para corroborar, la mejor mejor versión de nosotros mismos», así describe Gornick la filosofía, o la crisis de la filosofía de la amistad. Si en Mirarse de frente describe episodios donde su vida como camarera de hoteles en los cincuenta la acercó a la vida cruda, a la experiencia directa, en La mujer singular, la activista, la escritora, la persona debe encararse con la biografía y hacer un recuento de lo aprendido, porque nos recuerda, una cosa es la información y otra entenderla.

«Durante muchos años caminé más de nueve kilómetros al día… Durante aquellos paseos soñaba despierta constantemente. A veces pensaba en el pasado —idealizaba recuerdos amorosos o elogios—, pero sobre todo soñaba con el futuro: con ese mañana en el que escribiría un libro de valor perdurable, conocería a mi compañero de vida, me convertiría en la mujer de carácter que aún no era…»

En el largo homenaje a Nueva York que constituye el ensayo, explora sus problemas, y como ella misma dice, se resumen a dos: el trabajo y el amor. La ciudad la ve crecer y la encuentra huyendo de las principales preocupaciones de una escritora, hasta que descubre que problemas y respuestas están en el mismo lugar: «Durante muchos años caminé más de nueve kilómetros al día… Durante aquellos paseos soñaba despierta constantemente. A veces pensaba en el pasado —idealizaba recuerdos amorosos o elogios—, pero sobre todo soñaba con el futuro: con ese mañana en el que escribiría un libro de valor perdurable, conocería a mi compañero de vida, me convertiría en la mujer de carácter que aún no era…».

Si esta mención al diario de una escritora se asemeja a nuestro presente, es sólo porque el pasado no se ha ido todavía. Las preocupaciones de Gornick resultan contemporáneas porque nada ha cambiado. Estar y no estar. Soñar. Vivir fuera del presente. Hasta que en su edad madura algo obliga a la escritora y a la persona a existir en el presente «vacío», en una tierra sin nombre y sin dueño que le muestra qué tanto ha vivido pensando en una grandeza biográfica esquiva.

Gornick toma el título de La mujer singular de un autor que apenas nos suena en México, George Gissing (1857-1903), a quien ella llama «uno de los grandes neuróticos del siglo xix». En The Men in my Life, una serie de ensayos sobre los escritores y los creadores que fueron importantes para la autora (aún no traducido al español) la ensayista explora de entre las novelas del autor inglés, The Odd Woman (1893), una aguda y pesimista mirada a las relaciones entre hombres y mujeres. Ya sea que ambos se adapten a la verticalidad de la relación heteropatriarcal o que la desafíen, hombre y mujer terminan alejados, enemigos o, simplemente, extraños. A partir de ahí, Gornick genera una relación complicada a su posición feminista: ¿qué tanto yo —la mujer— deseo provocar al hombre intelectual? ¿Hasta qué punto una mujer que piensa que es objeto de deseo (intelectual) de un hombre (intelectual) es el personaje central de esa relación? ¿Qué tanto soporta nuestra sociedad —es decir, uno— esta relación basada en lo imaginario? Cuando el hombre descubre —y la mujer descubre— que la guerra florida del debate está muerta, ¿sobrevive el amor?

La singularidad que Gornick reinterpreta con base en Gissling es la de una mujer que se encuentra «incómoda» en su tiempo. Siente como debe sentir una mujer de su época, pero no piensa así. Nunca, nos dice Gornick, desde la revolución francesa, se ha podido (ni siquiera intentado) conocer y reconcer a la feminista. No se trata de una mujer ajena a las ambiciones de su siglo. Estamos ante una mujer tironeada entre los anhelos sociales que le corresponden y las ideas políticas que la impulsan; de ello nace una mujer peculiar, «singular». Alguien que, por principio, parecerá contradictoria. La mujer que de aquí nace atesora el anhelo de su madre aunque sabe que es imposible. Esa felicidad hogareña fue destruida de antemano, ¿pero cómo imaginar otras plenitudes? La «mujer singular» se ve obligada a interpelar al mundo si quiere descubrirlo.

Por eso entender, atender, se vuelve prioritario, una especie de justicia poética. Y para ello la escritora, la intelectual, la mujer tiene una ciudad en la que nadie es observador, todos son actores. En el tren, en las filas de los comercios, pero sobre todo en la banqueta, Gornick tiene encuentros neoyorquinos (directos, horizontales) que la envuelven o la acompañan en ese viaje o biografía de mujer singular que «no tiene pareja». Las conversaciones con sus amigos, pero también los breves pero enriquecedores encuentros con los extraños en la calle son la conversación que necesita en ese viaje por el entendimiento en que se ha convertido su vida.

En una farmacia se encuentra a una trotskista octogenaria y a un hombre más joven. La mujer le cuenta que su marido ha muerto, que su matrimonio no fue bueno pero que el difunto era un gran amante. «—Lo conocí en Detroit durante la Segunda Guerra Mundial. Por entonces nos estábamos organizando. En aquella época, todos se acostaban con todos, y yo también. Pero aunque parezca increíble, la mayoría de los hombres con los que me acosté no eran buenos en la cama. En realidad, eran malos, muy malos». En este punto, el hombre joven que también escucha la conversación intenta no reír.

«—Sé muy bien a qué se refiere —digo.

—¿Sí, querida? ¿Quieres decir que siguen siendo malos?

—Cualquiera que nos oiga —digo—. Dos viejas hablando de amantes terribles…».

Después el hombre, la anciana y la escritora ríen ante la improbabilidad del diálogo y la escena, que cae en suelo fértil en el trabajo creativo de Gornick, pues si algo ha intentado la escritora es dar con la improbabilidad. Al fin y al cabo, ha vivido su singularidad como mujer intelectual como una improbabilidad en una cultura (cualquier cultura occidental, hace cincuenta años o ahora) muy presta a aplaudir los logros de las mujeres en público y a ignorarlas en lo privado. «Tironearse» entre la vida personal y las convicciones públicas es algo que todas las mujeres singulares conocen, nos dice Gornick. De este descomunal tironeo intelectual y emocional surge un libro al mismo tiempo ácido y reflexivo que poético. 

La mujer singular y la ciudad

Vivian Gornick

Narrativa Sexto Piso

2018 · 140 páginas

978-60-79436-95-7