Hoy en día en Europa hay dos palabras que se desafían con la mirada: pueblo y populismo. Con la paradoja de un término negativo y peyorativo que deriva de lo que es la base positiva de la vida democrática. Se aborrece el populismo mientras se exalta el principio de la soberanía del pueblo. ¿Qué esconde esta paradoja? ¿Cómo podemos entenderla? ¿Hay una buena y una mala manera de ser un demócrata? ¿Una buena y una mala manera de estar cerca del pueblo?
En su libro, Rosanvallon se propone definir la doctrina populista y hacer su crítica. [...] Su definición no aporta nada a la tesis, retomada por numerosos autores, según la cual el populismo consiste en oponer un «pueblo puro» a una «élite corrupta» y a concebir la política como la expresión inmediata de la «voluntad general» del pueblo. Con algunas variaciones, encontramos esta visión en El siglo del populismo.
Atravesamos una época marcada por la inseguridad y la incertidumbre, por la pulverización de los lazos sociales y por una profunda dislocación del sentido. No es extraño entonces que en todo el mundo las poblaciones busquen sentimiento de pertenencia y protección: formar parte de algo más grande, más seguro y de mayor trascendencia que la carrera de obstáculos y ansiedades en la que se ha convertido la vida cotidiana.
A diferencia de otros términos políticos, sabemos con gran precisión cuándo, dónde y por qué se originó la palabra populismo. Fue acuñada en mayo de 1891 por un grupo de políticos de Kansas que viajaban en tren de Kansas City a Topeka; ser «populista» se convirtió en una abreviatura para los partidarios de un movimiento en pro de un tercer partido político que apenas comenzaba a desafiar los pilares tradicionales de la política y la economía del siglo xix.
El capitalismo, como lo predijo Marx, busca su propia reproducción más allá de todo límite o desplazándolos constantemente hasta erosionar todos los lazos sociales y volviendo al Estado un instrumento al servicio de este régimen de dominación. Por supuesto, la llamada subjetividad no está fuera de este proyecto capitalista; si para Marx en el capitalismo «todo lo sólido se iba a desvanecer en el aire», para los pensadores posmarxistas las subjetividades están en un principio atrapadas en este remolino de disolución de todos los proyectos políticos, afectando radicalmente a la existencia humana en su propia constitución.