Columnas

Where You Been

Wenceslao Bruciaga

Flatworms y la moraleja de la era Trump

Antarctica es ante todo un álbum viril e instintivo, como debe ser el punk que no ha sido coaccionado por las ideologías de boutique. Y aceptémoslo, el garaje rock, el bueno, cuyas guitarras sucias son capaces de evocar el olor a Bardahl es un talento de machos guarros. Es decir: un álbum tóxico.

El trío de Los Ángeles canta desde su inevitable masculinidad sobre lo asfixiante y apestoso del mundo por el que ya no queda mucho que hacer más que abrazar el hedonismo marginal. Debe estar en cualquier lista de los diez mejores discos del 2020 a la que de verdad le importe la música y no sólo quedar bien con las relaciones públicas.

Las reseñas especializadas le dieron calificaciones reprobatorias. Dijeron que los ataques de los Flatworms a la sociedad hiperconectada eran simples y prácticos. Pero es que si algo tiene la mano de Steve Albini (productor de Antarctica) es la de ser simple y práctico en su pinche ruidero. Siempre he creído que hay algo de homoerótico en los canales de Albini. Será por aquella vez que me la mamaron en un vagón del metro mientras escuchaba el Songs About Fucking de Big Black, la banda de industrial paupérrima de Albini. Es tan fácil satisfacer el instinto machista entre hombres. No hay que bajarse los pantalones. Ni siquiera aflojar el cinturón. A eso me refiero con lo de práctico.

En realidad, los críticos no le perdonan a los Flatworms que sus críticas no se sumen al tren del mame de la deconstrucción masculina. Vamos, que ni siquiera les incomode ser hombres, y eso les caga, pues cualquier castigo pierde sentido. Lo mismo pasó con los Idles. Después de estar en la cima con su Joy as an Act of Resistance del 2018, donde se la pasaban gritando hardcore contra la masculinidad tóxica, Ultra Mono, de este año, fue tachado de sinvergüenza y exponer el verdadero código postal: «En el fondo, los Idles no han dejado de ser unos británicos que podrían aniquilarte en cualquier bar», dijeron los santurrones de Pitchfork. No les perdonan que le hayan dado la espalda a la moda. Lo de hoy es renegar del privilegio masculino.

¿Es que hay algo de malo en pelearte en un bar? Tampoco es que la cosa haya cambiado mucho en el machismo hetero: si antes competían por ver quién era el más bravucón del bar, hoy se trata de ver quién es el más deconstruido. Pero a huevo hay que medirse algo. Tan sencillo que es acariciar la verga del prójimo. Pero su deconstrucción no da para tanto. Ultra Mono de los Idles también es de los mejores diez discos del 2020.

Hace poco vi una caricatura en la que Donald Trump proclama: «Vamos a deportar a todos y todas las inmigrantes», entonces el público le avienta escupitajos y jitomates. Abajo, Joe Biden, en el mismo escenario dice: «Vamos a deportar a todxs lxs inmigrantxs» y el mismo público le aplaude con todo y cuetes y serpentinas. Algo similar sucede con las reseñas sajonas a los discos de Flatworms y Idles lanzados este año pandémico.

«The Aughts», el primer track de Antarctica, empieza con una línea de guitarra viciada y norteada que se interrumpe con el saque de batería, 1-2-3-4. Luego, se deja venir un compás de gravedad destilada del rockabilly típicamente angelino (ése que moldeó el punk de la mítica banda X), pero pastoso, a velocidad coital. Los riffs de guitarra que lo acompañan me llevan a esa precisa sensación de balanceo ansioso de cuando llego a una orgía y me quito la camiseta con el único objetivo de metérsela a un cabrón coqueto y varonil. Un instinto muy orangután, lo sé. Acaso expiado por la sofisticación de mis gustos personales. Pero qué no es una orgía sino la manifestación tribal de placeres animales, racionalizadas por fetiches, pero propulsadas hacia el vacío mediante el resorte del instinto. A eso suena «The Aughts», a la caza del instinto en una época donde a la humanidad se le exigen virtudes de gentileza que sólo podrían cumplir los santos. O los robots, que sólo obedecen algoritmos programados para un fin. El estribillo lo afirma con conformismo reseco: «Ya no hay nada, sólo decenas aritméticas y adolescentes. Sólo un medio para un fin». En el resto de track, y de Antarctica, puede entreverse un desprecio por la adolescencia. Aunque para notarlo se debe tener cierta dosis de resentimiento y amargura en las venas. La adolescencia en un sentido espiritual. El medio al que se refiere los Flatworms nos quiere influenciables como cualquier adolescente ingenuo con sus hormonas dispuestas a cambiar al mundo.

La paranoia por la corrección política es eso: un ideal caprichoso y mozalbete que llevó a Biden a la victoria, aunque en el fondo no es muy distinto de Trump. Lo chido de los Flatworms y los Idles es que su masculinidad no es fascista, ni comprometida con discursos políticos que sólo se oyen bien en lives de Instagram o transmisiones de TikTok. Su único defecto sería, para mí, que su masculinidad es tristemente buga.