En el documental de Slavoj Žižek A Pervert’s Guide to Cinema se analiza la famosa escena inicial de Blue Velvet, en donde el padre del protagonista riega apaciblemente su jardín perfecto, en su casa perfecta, bajo un sol perfecto en el idílico pueblo de Lumberton, North Carolina, en donde todo reluce inocencia y felicidad… hasta que le viene un repentino infarto masivo. En ese momento la toma sigue al padre colapsado en el suelo, pero no se detiene ahí, pues sigue bajando hacia el inframundo que existe debajo de la brillante respetabilidad burguesa, para llegar a unas viscerales criaturas royendo en la oscuridad del subsuelo. Žižek lo equipara con «lo real» lacaniano, lo inconsciente, donde se incuban los deseos y fantasías que escapan a la rigidez de la apariencia respetable, esos que por más que la sociedad se empeñe en negar con sus exigencias de éxito y normas de buena conducta, irrumpen una y otra vez para recordarnos que las cosas no son tan sencillas y que, de todos modos, no queremos que sean tan sencillas. Tanto a nivel simbólico como real, es a menudo en los submundos y los márgenes donde termina sucediendo aquello que dota de mayor vitalidad a la existencia humana, en contraste con la sosa comodidad ofrecida por la aspiración a un elevado estatus socioeconómico, al que en cualquier caso la enorme mayoría de la sociedad no conseguiría jamás acceder.
En términos históricos, el 1 de enero de 1994 ofreció un paralelismo similar en el contexto mexicano. Era la fecha de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte que crearía una alianza comercial, económica y cultural entre México, Estados Unidos y Canadá, misma que se pretendía destinada a depositar a nuestro país en el paraíso neoliberal del imperio del libre mercado. Asunto que nos extraería al fin de esa ineluctable condición arcaica, tan violenta, irremediablemente asociada a lo que pudiéramos entender como «lo mexicano». Sólo que la fiesta de los yuppies tecnocráticos egresados de Harvard y el mit se vio aguada con la aparición en la misma fecha del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y su declaración de guerra al gobierno desde las montañas del sureste mexicano: se imponía ineludible la presencia de aquellas formas de vida que el tlc estaría llamado a extinguir. Como es conocido, el mensaje del ezln dio la vuelta al mundo, conectando con millones de personas que tácitamente rechazaban la deslumbrante hipocresía de una vida organizada en torno a la acumulación y el consumo (con sus respectivos correlatos de explotación y miseria masiva).
Un año después, en 1995, aparecería en Inglaterra un terremoto musical bajo la estela de los últimos años del thatcherismo, encarnado por John Major, que estaba por dar paso a Tony Blair y su «tercera vía», aquella que anunciaba el fin de la lucha de clases, auspiciado por las bondades universales del libre mercado: el Different Class de Pulp. Álbum temático imposible de escuchar más que como un todo, en donde cada una de sus partes desempeña un rol crucial para pintarle un gigantesco y musicalmente festivo dedo a ese mismo paraíso que los banqueros de la City de Londres procuraban endilgar a la totalidad de la sociedad inglesa, canjeando el «No future» del punk por una velada en compañía de «The young and the beautiful», gastando una fortuna en un gastro pub para regodearse en las maravillas a las que permite acceder el hedonismo de los derivados financieros.
Different Class abre con «Mis-Shapes», una potente declaración de principios en donde los marginados y desclasados que quieren ir al centro de la ciudad pero temen ser golpeados «Just for standing out/Now really?» (en el documental The Making of Common People, Jarvis Cocker cuenta que es justo lo que le sucedía en su natal Sheffield), de todos modos anuncian que están ahí, y que no piensan irse a ninguna parte. Quieren los hogares, las vidas y aquello que les prohiben los ricos que los desprecian, pero la estrategia para suplantarlos es no-violenta: «We’ll use the one thing we’ve got more of/ That’s our minds». Al igual que los zapatistas, se dan cuenta de que la olla de oro que espera al final del arcoíris neoliberal no es más que un timo: «That the future that you’ve got mapped out/ is nothing much to shout about, hahaha». El clímax final donde se enfatiza coralmente «Yeah, that’s our minds» sitúa claramente las prioridades del antagonismo social que recorre prácticamente todo el disco.
Sigue «Pencil Skirt», donde pronto se postulan las posibilidades sexuales y eróticas como vehículo para llevar a cabo la venganza de clase. Ahí, Jarvis canta sobre acostarse con una chica comprometida con alguien quizá más adecuado socialmente, pero por lo mismo destinado a no poder satisfacerla: «I’ll be around when he’s not in town/I’ll show you how you’re doing it wrong». Aparece de nuevo la referencia al punto de vista privilegiado de los submundos («If you look under the bed/Then I can see my house from here»), con una subrepticia mención a la añoranza que le producirá a la chica el hecho de que jamás podrá conocer dichos submundos («I only come here, cos’ I know it makes you sad»). Esa misma idea, más elaborada, es el fundamento genial de la canción que se convertiría no sólo en la más emblemática del disco, sino posiblemente de toda una época, el siguiente track de Different Class: «Common People».
Compuesta en un pequeño sintetizador que Jarvis compró por prácticamente nada en una tienda londinense, «Common People» devendría en un himno en el que la historia de la millonaria chica griega que anhela experimentar la vida de los de abajo es recitada en versos susurrados, con un sintetizador de fondo que ya anticipa la melodía vocal plasmada en la explosión épica del coro.
Sin embargo, es una épica que quizá decepcione a la chica millonaria, pues resulta que la common people se dedica simplemente a fracasar, a perder el control de su vida, mientras fuma cigarrillos, juega billar y coge: «Because there’s nothing else to do». Pero no es poco. Y el hecho de que este nihilismo del desclasamiento catapultara a Pulp a la fama mundial es en sí mismo un comentario acerca del carácter paródico de «Common People», expresado por ejemplo con: «The stupid things that you do/Because you think that poor is cool». Y es al mismo tiempo un himno acerca del poder universal de la música y el baile como refugios de una realidad predicada en el encumbramiento de personas como la chica griega, que tan desesperadamente busca salir de su jaula de oro a lo largo de toda la canción.
Convergen estas dos grandes vertientes, sexo y política, en la que no sólo es mi canción favorita del disco, sino probablemente de todo lo que haya escuchado de Pulp, «I Spy». En la que Jarvis fantasea nuevamente con la venganza de clase a través del sexo ilícito con una mujer acaudalada, y con el reconocimiento como igual por quienes no le han dirigido ni la mirada: «Can’t you see the giant who walks among you/ seeing through your petty lives». A la manera del Mr. Ripley de Patricia Highsmith, estudia y aprende minuciosamente los modales y las maneras de aquellos a quienes desea suplantar, infiltrándose en su recámara para fornicar con su mujer mientras se fuma sus puros y se bebe su costoso brandy, anhelando ser sorprendido en el acto por el marido (no hace falta imaginar quién ganaría la pelea subsecuente, ni tampoco quién terminaría encarcelado). Se trata de una estrategia de supervivencia, donde incluso lo sexual se inscribe en una lucha de mayor talante: «It’s not a case of woman v. man/It’s more a case of have’s against havent’s». La fantasía pirómana de hacer estallar en mil pedazos el paraíso de los ricos aterriza de manera más descarnada el divertimento ante el patetismo de la élite que se expresara en «Common People».
¿Y qué lugar queda dentro de esta lúdica distopía de clase para ese misterioso F.E.E.L.I.N.G.C.A.L.L.E.D.L.O.V.E.? Parecería ser, junto con las drogas, la única posibilidad de olvidar así sea momentáneamente el conflicto de fondo que define en buena medida la puesta en escena social. Sin embargo, no será la variante cursi del amor romántico escenificado para las cámaras (como en la boda retratada en la genial portada del disco): puede convertirse en un bonito recuerdo de un amor no correspondido, con la chica popular del colegio, como sucede en «Disco 2000». Este segundo himno bailable del Different Class es tan festivo que hasta admite que la chica lleve al futuro encuentro del año 2000 al bebé que procreó con quien sí decidió casarse. No hard feelings. O está el amor carnal que canta el Jarvis voyeur de «Underwear», como una atracción erótica casi inevitable pero, de nuevo, no en el sentido romántico sino, como aparece precisamente en «F.E.E.L.I.N.G.C.A.L.L.E.D.L.O. V.E.»: «But this isn’t chocolate boxes and roses/It’s dirtier than that». Pues a lo largo de toda esta subtrama amorosa resuena la interacción entre azar y destino («Why me?/Why you?/Why here?/Why now?»), expresada con toda claridad en la balada de base acústica «Something Changed», de la que el propio Jarvis expresara en su concierto de 2017, en el festival de Reading: «This is the most romantic song we ever managed to write». En ella, gran parte de la celebración del amor consiste en la conciencia de su carácter contingente, de que el flechazo podría perfectamente no haberse producido, por algo tan inocuo como mejor decidir ir al cine y terminar cantándole esa canción de amor (que se canta a sí misma) a alguien más.
Ah, y también nos queda el escape de las drogas. Así como en 1995 la rave culture británica se encontraba ya en su fase descendente, las dos canciones del Different Class que abordan el tema, «Sorted For E’s & Wizz» y «Bar Italia», terminan en aquel bajón estrepitoso que todo consumidor regular de drogas conoce bien. En la primera, tras un rave del cual se enteran gracias a las radios pirata (cuya importancia cultural ha resaltado gente como Mark Fisher), Jarvis, tras perder a sus amigos, teme haber dejado parte de su cerebro en un campo de Hampshire. Y podríamos imaginar «Bar Italia» como la continuación de madrugada de esa misma noche, donde acude a culminar la farra con una acompañante que se encuentra en un estado tan deplorable que, si derribaran el pequeño bar donde cuelgan chorizos, ubicado en el SoHo londinense: «It would still look much better than you». Pero ni la recurrente pérdida del cerebro («Oh, what did you lose?/Oh, It’s ok, it’s just your mind»), ni la confusión de la madrugada, impedirán que todo vuelva a comenzar de nuevo, de preferencia la próxima semana: «If we get through this alive/I’ll meet you next week, same place, same time».
El pasado mes de octubre se cumplieron veinticinco años de la aparición del Different Class, pero a partir de los cambios en la narrativa y realidad sociopolítica occidental, bien parecerían mediar siglos. En aquella época, los Bill Clintons y Tony Blairs del mundo nos contaban exultantes que, contrario a lo que postulaba esa vieja izquierda rancia con sus conceptos de antagonismo de clase y demás patrañas ideologizadas, el libre mercado y el comercio global nos permitían la posibilidad de por fin habitar sociedades donde todo el mundo fuera guapo, afluente, cool, y equiparara su fortuna con el tamaño de su visión emprendedora. Nos encontrábamos en la cúspide de la arrogancia de la clase tecnocrática-gerencial, completamente convencida de haber traído un Brave New World de armonía corporativa, donde cada cual ocuparía pacíficamente el lugar que sus aptitudes le asignaran dentro de la gran fábrica global. Con la ventaja que concede la retrospectiva, ahora sabemos que dicha fantasía terminó más por ser un sueño húmedo de la tecnocracia dirigente, que tuvo un primer violento despertar con la crisis financiera de 2008. Algunos años después, ese antagonismo de clase con el que en 1995 todavía Pulp podía ponernos a cantar y bailar, continuó sedimentándose a partir de una realidad económica cada vez más brutal, en buena medida por el desmantelamiento de lo que quedaba del Estado de bienestar, que culminaría (aunado a varios factores más) para Gran Bretaña (y Europa) con el Brexit, y para Estados Unidos (y el resto del mundo) con Donald Trump.
En ese sentido, como sucede con las obras clásicas, el Different Class ha cobrado una vigencia renovada, que a la distancia parecería haber profetizado que, de seguir por el mismo camino, lo inevitable sería algo tan desastroso como la realidad actual, signada entre muchas cosas por el nihilismo de las fake news y los hechos alternativos, como si fueran un gran fuck you implícito a la lustrosa alternativa del idílico jardín de Blue Velvet. Pues como ha quedado claro, en realidad el jardín sólo podía ser disfrutado por unos pocos, mientras el resto parecía destinado a poder contemplarlo, en el mejor de los casos, cuando no a podarlo y cuidarlo por unos cuantos dólares, todo con el fin de poder subsistir another day. O, cantado de otra forma más sutil por Jarvis en «I Spy»: «Take your year in Provence/And shove it up your ass».