Ya que estamos en estado de encierro me gustaría comenzar con el afuera, con la ciudad. Cuando comenzó la pandemia y la gente me comenzó a pedir recomendaciones de lectura volvía una y otra vez a Apegos feroces y La mujer singular y la ciudad. Pero pienso especialmente en Apegos feroces por las descripciones tan evocativas y maravillosas que hay de la ciudad. Me hizo pensar ahora que lo releí en la sensación de libertad que me brindó incluso al leerlo encerrada en mi apartamento. Me hizo pensar también que en tu obra la ciudad no sólo es una presencia o incluso un personaje sino implica una compañía, una especie de amante. Me gustaría comenzar por la ciudad y la dimensión que tiene en tu vida y obra.
Como recién dijiste, escribí estos dos libros que aunque fueron escritos con muchos años de diferencia entre sí parecen ser parte el uno del otro.
He caminado por Nueva York toda mi vida. La preocupación por escribir sobre la ciudad comenzó hace ya muchos años. Sabía que quería escribir un libro en el que me represento como una feminista divorciada de mediana edad que camina por las calles de una gran ciudad. Desde niña, desde que era muy chica, experimenté el poder de caminar por las calles de la ciudad. Era una posibilidad de renovación, siempre algo muy emocionante. Al final todo se reducía a una enorme convergencia de historias. Al final se trata de relatos. Uno de los aspectos más maravillosos de caminar a solas en una ciudad, en una ciudad específicamente como Nueva York, es que en cuanto pones un pie afuera te conectas irremediablemente con las personas que están actuando el rol de sus vidas. Que están ahí sólo desempeñando ese papel. Y eso sucede en Nueva York y probablemente en las demás grandes capitales del mundo como París o Roma, las personas están ahí simplemente actuando. Es una situación a la vez de mucha exposición y enorme intimidad. Al mismo tiempo compartes las calles con millones de personas y te ves protegido por el anonimato que te brinda la multitud y puedes entregarte a la delicia de observar seres humanos expresándose de todas las formas posibles, a través de su vestimenta o de cómo hablan entre sí. La cosas que se permiten hacer, su comportamiento.
Todas las personas ocupan distintas posiciones, dependiendo desde dónde se les mire. Cada tantas cuadras te topas a alguien que se ve completamente loco, y la gente sigue como si nada, eso es algo que amo de la ciudad. Y jamás me falla, nunca.
A lo largo de los años, solía salir a caminar y tan pronto como llegaba a casa me ponía a escribir todo lo que había visto u oído, y ese fue el germen de ese par de libros. Tenía treinta años de notas en mi casa. Y nunca supe a ciencia cierta cómo las utilizaría hasta que me senté a hacerlo.
Ser una joven feminista en los años setenta debe haber sido muy distinto. Nueva York era un lugar completamente difrente. ¿Al ser una mujer caminando sola, lo sentías como una especie de acto de rebelión o insurgencia?
No, nunca lo sentí como un acto de rebeldía, pero sí me fui percatando poco a poco que ser una mujer que camina, que camina con un propósito, implicaba una posición que debía ser asumida.
Cuando veo las fotografías de aquella ciudad, cuando era apenas una chica, y tú sabes que eso fue hace ya muchos años, la ciudad de los cuarenta, de los cincuenta, las fotografías están llenas de hombres blancos. Prácticamente no hay mujeres ni personas de color. Es increíble la homogeneidad burguesa que muestran los peatones. No puedo ni imaginarme caminando sola por aquellas calles. Cuando caminaba durante aquellos años, siempre lo hacía con alguien más, ya fuera otra mujer amiga mía, pero preferentemente con algún amigo hombre.
Desde mi época universitaria en adelante, preferí caminar con hombres y no sabía exactamente por qué. Pero se sentía más natural, más seguro, es lo que quiero decir. Y no fue sino hasta que me convertí en una mujer adulta, de los setenta en adelante, que me percaté de las implicaciones sobre el cambio que había a mi alrededor. Porque ya no me sentía atemorizada. Y sabía que no era neurótica, que si antes tenía miedo es porque había razones para sentirlo. Y que si había dejado de sentirlo es que esas razones ya no estaban ahí. Así que mi forma de caminar por las calles de la ciudad reflejan un cambio social. Me percaté de cuánto me pertenecía la ciudad hasta mis cuarenta, cuando estaba escribiendo Apegos feroces. Que yo le pertenecía a la ciudad y la ciudad me pertenecía a mí.
Ahora que hablabas me vinieron a la mente todos estos momentos en tus libros en donde emerge una gran claridad y se nota una conexión personal y una autoconciencia y sentido de la curiosidad de forma increíble. Ya sea en momentos de soledad o cuando estás con algunos de tus amigos. Pienso en Leonard, en La mujer singular y la ciudad, que es una especie de amigo idílico, o también en los momentos en los que te es imposible establecer una conexión y entonces abordas el abismo que esto implica. Has dicho que la conversación es uno de los estados humanos más elevados, así que quisiera preguntarte sobre el espacio que ha ocupado en tu vida la amistad y conversar con otras personas
Estoy segura de que todas las personas conocen el valor incalculable de la amistad. Algo que se ha vuelto incluso más importante en los últimos cuarenta años en los que las feministas hemos pujado fuerte por convertirnos en personas que trabajan, por encima de personas cuya vida entera gira en torno al amor.
En tanto que estas luchas han sufrido constantes ataques, las conexiones amistosas se vuelven cada vez más importantes. Cada vez más una fuente de revelaciones. Simplemente no existimos sin que otro ser humano pueda dar fe de ello. La amistad creció de manera inversamente proporcional al declive del amor romántico, el matrimonio y todas esas cosas. Sin Leonard no hubiera podido escribir La mujer singular y la ciudad. Durante muchos años quise escribir sobre nuestra amistad porque me parecía un paradigma de la amistad contemporánea. Yo: la mujer singular; él: el hombre homosexual. Ambos neoryorquinos, supuestamente muy cosmopolitas. Y ahí estábamos juntos a veces de manera enfrentada, otras veces confirmando la existencia uno del otro. Pasé mucho tiempo buscando la estructura apropiada para contar esta historia hasta que me di cuenta de que nuestra amistad era un reflejo preciso de la manera en la que muchas personas habitan la ciudad hoy en día que somos muchos más que antes.
En Nueva York, la mitad de los hogares están habitados por una sola persona, la mayoría mujeres. Es sorprendente la manera en la que la soledad de muchas personas se destila a través de la amistad, y este encuentro ocurre usualmente en las calles de la ciudad. Me di cuenta de que hablar de Leonard y yo suponía hablar de todas estas personas y de lo que significa ser un paseante en la ciudad hoy en día. Ya te podrás imaginar lo que significa ser hoy un paseante por la ciudad en relación con lo que era hace cincuenta o cien años.
Me sentí muy orgullosa al darme cuenta de que éramos testigos de la ciudad, de lo que significa la amistad y de la manera en la que esto cristalizaba mi época, mi momento.
La escritura autobiográfica, al menos en la forma en la que yo la practico, implica que uso mi vida para escribir sobre algo más. En otras palabras: yo soy una especie de instrumento, mis emociones no son el sujeto de la historia sino un medio que utilizo para explorar otros temas. Este es un aprendizaje central que he adquirido a lo largo de todos estos años.
Esto me recuerda una discusión que tuve en un grupo donde leímos tus libros y surgió esta figura del caleidoscopio como un instrumento que permite traer todas estas experiencias cotidianas para configurar un espacio que pueda mediar con el dolor que causa la intimidad, la vibración de los espacios públicos y la exquisita interacción con extraños. Todas estas cosas de alguna forma encuentran su forma al hacer girar ese caleidoscopio.
Me gusta mucho esto que dices. Esta idea del caleidoscopio proviene de los primeros movimientos feministas, en donde me di cuenta de que lo que hacíamos era precisamente eso. Veíamos nuestra propia experiencia sólo que cambiando de lugar algunas cosas, configurando patrones nuevos que emergían cada vez que tenías una nueva certeza de quién eres y hacia dónde querías llevar tu vida o de lo que no querías hacer y por qué. Aquellos primeros descubrimientos eran visionarios, pero al reparar en ello nos percatábamos de que lo que estábamos haciendo era ver nuestra experiencia cotidiana sólo que desde una perspectiva completamente diferente: las piezas eran las mismas pero estaban dispuestas de una manera alternativa. Y luego aprendí a aplicar ese concepto a mi escritura. Me parece una alegoría tan potente como cualquiera que alguien pueda encontrar al enfrentarse a la escritura autobiográfica.
Me encanta. Hablando de feminismo, ahora mismo en México vemos una energía que quizá se parezca a la que experimentaste en los setenta: mujeres en las calles, asambleas de mujeres, recientemente un grupo de mujeres tomó las oficinas de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y montaron un plantón a manera de protesta contra la violencia de género. Pensaba en esto de que el tránsito de una reflexión a una teoría, a una postura, a un dogma puede suceder antes de que te des cuenta. Creo que como feministas nos enfrentamos de manera habitual a muchas de las cosas que has planteado. Ya que tú transitaste por todo esto hace tiempo, me preguntaba si podías darnos alguna espece de consejo a las feministas sobre cómo hacer para reinventar la rueda y no quedarnos atrapadas en conclusiones totalizantes o dogmáticas.
Personas como yo podemos haber sido testigas del movimiento pero no somos el movimiento. Para mí un asunto central fue analizar el punto en el cual las cosas se iban por un camino equivocado. El momento en el que la reflexión original se iba transformando en una directriz de corrección política y de esta manera se volvía en un callejón sin salida, con la expulsión de todas las personas que fueran distintas. Si algo es un dogma, no está abierto a la acumulación de experiencia e información.
Así que lo relevante para mí era aprender a estar siempre en guardia contra esto, y he tratado de siempre alzar la voz contra las políticas vigilantes y persecutorias, estar siempre en contra de la corrección política, estar en contra del dictum que delinea lo que una feminista tiene que ser y no ser, hacer y no hacer. La única forma de no caer en eso es hablar de ello, pensar sobre ello y mantener siempre la guardia dispuesta.
Cuando se alcanza una ley, cuando hay un movimiento formándose, miles de personas se adhieren a ello. Nadie puede tener control sobre este flujo. Todo tipo de personas pueden acercarse por todo tipo de motivos. Le corresponde a las feministas serias mantener la mira en el objetivo que es combatir la injusticia social que implica ser ciudadanas de segunda, y no creo que esto se consiga censurando a ésta y a aquella y a la de allá. Lo que puedes hacer es leer e informarte de lo que pasó en otras épocas como la mía o la de las sufragistas del siglo XIX. Verás que hay una gran diferencia entre las que fuimos activistas en la calle y las teóricas académicas. Personas como yo estamos mucho más preocupadas en establecer conexiones y no en ser puristas, de hecho me gusta ser lo opuesto a las puristas y expandir la invitación a cada mujer que se reconozca en nuestra proclama central.
Ahora vivimos una época terrible, subyugada a la corrección política lo cual, como decía, me parece un asunto muy grave. Porque creo que caímos precisamente en aquello que queríamos combatir: el establecimiento de quién tiene derecho a pertenecer y quién no. Puedes decir esto pero no aquello. Para mi generación todo era nuevo y no había fórmulas sobre cómo debíamos proceder. Y por supuesto hubo momentos en los que reconocí la emergencia de dogmas o la suscripción de un proceder políticamente correcto. Pero en general era mucho más abierto y toda clase de personas eran bienvenidas a contribuir con sus perspectivas y experiencias. Ahora se siente mucho más cerrado y mucho menos generoso y mucho más inquisitivo. En Europa muchas personas hablan como tú sobre los nuevos espacios que se abren para las mujeres, pero una no puede dejar de experimentar ansiedad ante la formación de dogmas. Es la experiencia más común del mundo, es lo primero que sucede.
A las personas les aterra sentir que están flotando en el aire sin reglas que las aterricen, sin que les digan cuáles son esas reglas. Es aterrador no ceñirte a ello y puede que te haga sentir que te conduce a territorios inciertos o azarosos pero es la única vía hacia adelante.