Mario Bellatin escribe un libro. Uno solo. Su proyecto de escritura está ligado a esa idea: proponer textos que se combinan, se responden, dialogan y están en resonancia para formar un Todo. Cada nueva publicación constituye una pieza que se une a las otras en las estanterías de la biblioteca. A veces la novedad de un escrito reciente parece provocar el abandono de esta dinámica, pero con el tiempo, con la mecánica que avanza y el reciclaje permanente de los libros producidos, es capturado por la construcción en curso, se une a los otros, y se vuelve una pieza de la combinación así elaborada. El universo y el tono de Bellatin dan un sentimiento de unidad de la obra, pero ésta se construye también gracias a la recuperación permanente de personajes, tramas, lugares y situaciones que vienen de textos precedentes, o toma prestados elementos a la literatura del pasado o a tradiciones culturales diversas.
La idea del trabajo del escritor toma otra resonancia cuando desconfiamos de mitos como la inspiración o el imaginario: Mario Bellatin da la espalda a esos dos elementos y prefiere trabajar sobre hechos autobiográficos y sobre el reciclaje permanente de contenidos ya publicados. No se trata de inventar algo nuevo sino de cavar en el surco ya trabajado. Si se compone siempre un único libro, entonces hay que retomarlo, reformularlo, moldearlo de nuevo. Con ese trabajo sin fin, nuestro autor extiende su territorio y lo profundiza al mismo tiempo: por una parte, se permite la posibilidad de extender los límites alcanzados, produciendo otros textos y agregándoles componentes nuevos e incorporando esa novedad al conjunto, y, por otra parte, explora y excava los textos anteriores para darles una nueva presencia, gracias a ese reciclaje permanente.
En esta dinámica se instala una verdad: Mario Bellatin ama el acto de escribir, el momento en que sus dedos golpean el teclado para inscribir palabras, el momento en que disfruta de aquello que se desarrolla en un presente activo y creativo. Sin renegar de su obra, no le gusta particularmente «haber escrito».
En otros términos, la escritura es ante todo un compromiso físico, práctica que se puede aparentar a todo trabajo que implique una rutina, un acto repetitivo. En cambio, se aleja de esas ideas románticas que otorgan al escritor un aura particular, una especie de estatuto próximo a lo sagrado. Para Bellatin, la escritura es un artesanado que puede adquirir un estatuto de práctica artística con el tiempo y la concentración necesaria. El futuro se encargará de decirlo…
Con la publicación de su más reciente libro, El palacio, nos entrega un texto que muestra cuánto impregnan su producción las ideas aquí señaladas. Pero también elige dar una nueva forma a su escritura: por primera vez la organización de las palabras se asemeja a la que nos ofrece la poesía. Desde sus primeras publicaciones, Mario Bellatin ha modificado el aspecto físico del texto. Lineal con Salón de belleza; la presentación bajo la forma de una sucesión de estampas con Flores; después se impuso la escritura fragmentaria, por ejemplo, con El libro uruguayo de los muertos; y, finalmente, optó por bloques compactos en sus últimas publicaciones, como Un Kafkafarabeuf o Carta sobre los ciegos para uso de los que ven.
Por supuesto, no se trata de una coquetería gratuita, sino de la manifestación de esa mecánica que lo lleva a explorar todos los recursos de la escritura, como si quisiera saturar el campo de las posibilidades.
La manera en que las palabras están sobre la página impone una relación al texto muy diferente. Aquí elige repartirlas sobre su hoja como lo hacen ciertos poetas, con el verso corto: por una parte, otorga así una importancia mayor a la palabra, a su singularidad y a su precisión (el género poético se caracteriza por su aspecto sintético), y, por otra, ofrece la posibilidad de leer el texto en voz alta, de escandirlo con una respiración marcada por los cortes de las frases. Convocar así a la poesía para contar una historia es interrogar los géneros literarios en sus especificidades: Mario Bellatin no solamente explora y lleva más allá los límites del texto, sino que pone en cuestión los saberes aceptados demasiado rápido, rechaza las formas esperadas para cuestionar mejor la escritura misma. Destaca la posibilidad de la oralidad para dar mayor valor a su texto, para subrayar un ritmo destinado a interpelar al lector de manera directa.
En esta estrategia de escritura, el autor utiliza una segunda persona, original y virtuosa: ese «tú» omnipresente da la impresión de que se dirige directamente al lector, que el texto que se desarrolla bajo sus ojos le está dirigido. Esto combina perfectamente con el deseo de oralidad que nos impone la forma adoptada, y que refuerza la impresión de que el autor se dirige personalmente a nosotros.
Mario Bellatin sabe que la literatura es un simulacro. Toma nota de ello y utiliza esa característica para ofrecer textos que son también engaños, espejismos. Antes ya ha propuesto falsas traducciones, autobiografías que no lo son, novelas poco novelescas. Con El palacio juega con la poesía y continúa construyendo ese gran libro al que aspira, que engulle los tipos de escritura, los géneros literarios y los textos del pasado. Como todas las obras importantes, la de Mario Bellatin tiende a desafiar la escritura misma e interroga su valor. Avanzando al mismo tiempo en su propia construcción.