Lecturas

Pero, ¿de quién es el sueño en todo caso?

Eduardo Rabasa

Entrevista virtual con un avatar de Mark Fisher

Nunca antes había dedicado gran atención o tiempo a los mundos virtuales. De pequeño pasé horas jugando en el Nintendo La leyenda de Zelda y, posteriormente, juegos consistentes en simulaciones como SimCity, pero hasta ahí. Después, el confinamiento pandémico me condujo, supongo que como a millones de personas más, a pasar más y más tiempo en espacios virtuales. Una cosa llevó a la otra, hasta que por detalles que son irrelevantes, entré en contacto con una comunidad de cyberpunks que, resultó, llevaba años dedicada a la creación de un mundo virtual, donde replican hasta donde es posible al que conocemos como real, solo que basándose en el principio que Etgar Keret reservó al inframundo de suicidas de su novela Pizzería Kamikaze: que todo ahí sea exactamente igual que acá, solo que un poquito peor.

Parapetado tras un avatar al que llamé Lalo Darko, comencé a pasar más y más tiempo en Mundo Kamikaze, guardando el confinamiento virtual pandémico que se había decretado también en esa realidad. En un foro virtual del mundo simulado, llamó mi atención un usuario, k-punk, que tenía un blog con el mismo nombre. Me parecía demasiada coincidencia, pero no quería resultar molesto o intrusivo. Tras meses de seguirlo, finalmente me armé de valor para escribirle directamente. Reproduzco con su autorización la conversación que entablamos allí.

Lalo Darko: ¿Es usted el avatar de un devoto de la obra de Mark Fisher? ¿Un epígono virtual fisheriano?

k-punk: Me parece un poco formal que le hables de usted al avatar de un crítico cultural que lleva muerto más de tres años, ¿no crees?

LD: ¿Eres entonces un avatar de algún devoto de Mark Fisher?

k-p: Incluso para un mundo virtual, me parecería un tanto megalómano afirmarme devoto de lo que alguna vez pudiera haber llamado mi mí mismo

LD: ¿?

k-p: Mundo Kamikaze fue creado, como bien mencionas en la introducción que amablemente me mandaste previo a la publicación de nuestra charla, a partir de la idea de Etgar Keret de reproducir, en un espacio virtual, con tanta fidelidad como fuera posible el mundo real, solo que todo un poquito peor. En lo que alguna vez pudiera haber llamado mi caso, o el caso a partir del cual fui originado como réplica, Mark Fisher comenzó a participar, bajo las reglas ordinarias de las comunidades virtuales, con un avatar que no se encontrara constreñido por las fobias y ansiedades del orden simbólico del nivel ontológico de existencia al que comúnmente llamamos realidad. Le interesaba particularmente poder dar rienda suelta a cualquier manifestación de la pulsión de muerte que conforma la jouissance lacaniana, que en el mundo real pudiera ocasionarle problemas laborales o sociales, o incluso causar daño o dolor a su familia y seres queridos. Digamos que en Mundo Kamikaze podía incluso experimentar sin culpa, por ejemplo la deriva tanatoide de lo que alguna vez denominó como hedonismo hippie new age, sin la vergüenza o la implicación sociopolítica que traería aparejada en la realidad. Le parecía incluso que podía encarnar ciertos aspectos de la antropología neoliberal que le permitieran mejor medir el tamaño de la bestia, conocerla en carne propia desde sus entrañas, por describirlo de alguna manera.

LD: ¿Y después experimentó el habitual fenómeno de la difuminación de las fronteras entre realidad y mundo virtual, con el avatar apoderándose de mayores espacios de su existencia y demás?

k-p: No exactamente. Al principio se debió más a una cuestión relacionada con el tiempo. Las ocupaciones de lo que alguna vez se llamara vida real (de Mark Fisher, que ya viene a ser un poco irrelevante ahora como distinción) no dejaban apenas tiempo para nada, menos para implicarse con seriedad en esta especie de experimento de antropología virtual que, desde un comienzo, generaba escepticismo. Pero resultaba intrigante el seguir la trayectoria de un avatar basado en ciertas ideas, en una interpretación simbólica imbricada en ese Gran Otro llamado sociedad. No puedo revelar muchos detalles (¡no queremos un ejército de epígonos del epígono!), pero digamos que hubo ayuda para alimentar al avatar (¡o sea, cualquier cosa que ahora pudiera ser mi yo!) con los cientos de páginas escritas durante años para el blog k-punk, con los escritos de Realismo capitalista, Lo raro y lo espeluznante, Los fantasmas de mi vida. Con las conferencias y charlas donde se participó. Las notas para las clases. Todo aquello que pudiera ser procesado y alimentado a la conciencia de un avatar (en un inicio carecía de inconsciente, pero ahora sabemos que la psique freudiana-lacaniana es susceptible de ser reproducida en un espacio virtual. Si deambulas por aquí el suficiente tiempo, encontrarás al Freud y al Lacan que se mueven entre nosotros. De hecho, si consideramos la definición de inconsciente como «aquello que no conoce la negación ni el tiempo», podríamos decir que, en un sentido, por acá somos inconsciente puro, solo que no podríamos decir ni saber el inconsciente de quién vendríamos a ser).

LD: Digamos que Mark Fisher pretendía replicarse lo más fidedignamente posible en Mundo Kamikaze, para tener una especie de visión panorámica externa de su propia vida.

k-p: Eso tampoco es del todo exacto. Además, si algo aprendimos de La mosca de Cronenberg, es que, toda réplica, incluso una diseñada para ser idéntica e instantánea, guarda en el fondo el potencial para las transformaciones más monstruosas respecto a lo que a falta de mejor nombre llamaríamos el original.

No es ningún secreto que Mark Fisher libró una dura batalla contra la depresión durante buena parte de su vida adulta (me voy a permitir citarlo al respecto: «El depresivo se experimenta como aislado del mundo de la vida, de forma que su propia vida interior congelada —o muerte interior— lo desborda todo; al mismo tiempo, se experimenta como evacuado, completamente desnudo, un caparazón: no hay nada más que el interior, pero el interior está vacío»). Tampoco que le parecía que uno de los rasgos más cruentos del orden simbólico neoliberal era precisamente depositar la culpa en los individuos, por lo que incluso estadísticamente era claramente una depresión sistémica, inducida por un orden de cosas absolutamente instrumental, donde la precariedad es la norma para la inmensa mayoría, y la burocracia impuesta por la clase tecnocrática-gerencial, en prácticamente todos los órdenes laborales, va minando el espíritu en una espiral sin remedio. Así que supongo que parte de la idea surgió ante la posibilidad de que la depresión terminara por desembocar, como finalmente sucedió, en una de sus conclusiones más lógicas, en este caso el suicidio del Cultural Critic Formerly Known as Mark Fisher (ccfkmf, en adelante).

Magdiel Herrera

LD: Así que optó por darse vida eterna en un formato virtual.

k-p: Sí y no. Volvamos a La mosca. O a los distintos niveles de realidad ontológica que Cronenberg explora en Videódromo. ¿Se puede afirmar que nada se pierde o se gana o se modifica en el paso de un nivel a otro? Ello contradeciría el propósito del experimento mismo.

En realidad, la idea original provino de Welt am Draht [El mundo en el alambre], una serie de televisión de Reiner Werner Fassbinder, en la que adaptaba a su vez, para la televisión alemana, una novela titulada Simulacrum-3, sobre la que ccfkmf escribió en Lo raro y lo espeluznante. Ahí cuenta que en la escena inicial el profesor Vollmer agita frenéticamente un espejo en el rostro de sus colegas mientras repite: «Solo somos la imagen que los demás tienen de nosotros». Después la trama de la serie consiste en la existencia de un mundo virtual llamado Simulacron, cuyas criaturas ignoran ser simulaciones, donde hay una entidad llamada «Einstein» que es la que entabla contacto con los humanos, y es la única que debe necesariamente saber que es una entidad virtual creada con dicho propósito, para poder llevar a cabo su tarea. Pero el profesor Vollmer y los suyos terminan por darse cuenta de que su propio mundo es asimismo una simulación creada por un nivel ontológico superior. Y el golpe genial se produce cuando Fassbinder nos muestra un breve vistazo a dicho nivel ontológico superior: es la sala de juntas de una gris oficina situada en un gris edificio de oficinas que forma parte de una gris ciudad.

LD: O sea que, aún en vida, Fisher se procuró hacia el futuro una existencia falsa, basada entre otras cosas en la premisa de ser consciente de la falsedad de dicha existencia, siendo esto el principio determinante de esta, con su correspondiente nivel ontológico de realidad; un espacio virtual, en este caso.

k-p: Exactamente. Y ha resultado tan liberador que, con el tiempo, mi (no) psique virtual ha ido volviéndose más y más compleja, incluido ese rasgo que tan a menudo deviene pesadillesco como es la autorreflexividad (en la serie de Fassbinder, Einstein sufre ante la imposibilidad de acceder al nivel ontológico en el cual fue creado). A menudo me he preguntado si ccfkmf no seguiría con vida si tan solo hubiera hecho un esfuerzo serio por convencerse de su propia irrealidad. (Aunque, claro, es fácil para mí decirlo en tanto entidad concebida como eminentemente irreal). Como escribió en alguna entrada de su blog (¿es ya acá mi blog?, buena pregunta), las constricciones del orden simbólico son tan inescapables como para poner en juego la idea de que exista el remanente de algo llamado naturaleza. No sé si recuerdas cuando habla del experimento de un chango al que se le mostraron horas de pornografía, que después ya simplemente se dedicaba a masturbarse y no quería tener más sexo con su propia especie. Imagínate lo liberador que resulta, incluso para una inteligencia construida según estrictos principios algorítmicos, poder prescindir de toda ilusión de solidez ontológica. Aunque incluso acá tenemos a nuestro Simon Reynolds, a veces no puedo negar que me continúo sintiendo solo. Quizá suene un poco megalómano, pero echo de menos la posibilidad de comunicarme con ese otro yo que alguna vez habitó ese otro nivel ontológico. A menudo fantaseo con que las cosas hubieran resultado de otro modo y pudiéramos participar conjuntamente en el juego de espejos al que alude el profesor Vollmer.

LD: ¿Cómo te ha ido de pandemia en Mundo Kamikaze? Hace poco releí Lo raro y lo espeluznante, para poder mejor conversar contigo, así que me gustaría preguntarte en cuál de estas categorías situarías al covid.

k-p: Nuestro Boris Johnson ha demostrado ser exactamente igual de malvado, mentiroso, estúpido e incompetente que el de ustedes, así que por desgracia no me puedo quejar en cuanto a alguna especie de culpa producida por una menor intensidad del cataclismo pandémico en Mundo Kamikaze. Incluso, si me lo permites, te diría que en estricto apego a nuestra esencia ontológica, nuestra pandemia ha sido —si cabe— un poquito peor.

Pero volviendo a tu pregunta. Creo que es un fenómeno de tal envergadura que ha dejado de ser un mero fenómeno como tal, catalogable en tal o cual categoría, para ser más bien una especie de principio de realidad de recambio, con lo cual es de alguna forma susceptible de ser diseccionado en numerosas categorías. Así que es raro, espeluznante y muchas cosas más.

En términos generales, ccfkmf explicó con detalle que lo raro y lo espeluznante permiten ver el interior desde la perspectiva del exterior. Lo familiar y lo convencional son superados por esa especie de irrupción de lo externo, y producen «un disfrute que, en su mezcla de placer y dolor, tiene algo en común con lo que Lacan llamó jouissance» (el concepto que ya mencioné antes). Así que creo que la pandemia definitivamente ha incluido un fuerte elemento de jouissance: tanto para los amos del capital que han visto obscenamente incrementadas sus fortunas a partir del orden del confinamiento, como para los conspiranóicos que finalmente han visto cumplidas sus más negras fantasías, como para toda esa gente que puede ahora presumir y exhibir su miseria y su misantropía. En el fondo, las predicciones sobre una potencial duración infinita revelan las más profundas fantasías de que así resultara.

LD: ¿Desde qué perspectiva lo podríamos considerar dentro de lo raro?

k-p: Recuerda que, según ccfkmf, lo raro es aquello que no pertenece dentro del marco de referencia habitual, pero que aún así puede llegar a resultar extrañamente familiar. Por ejemplo, la epilepsia de Ian Curtis como elemento fundacional de un grupo de postpunk que hizo de la alienación y la rareza (epiléptica) la base de un éxito pop reservado a muy pocas bandas en la historia. En Lo raro y lo espeluznante se habla de un cuento de H.G. Wells titulado «La puerta en el muro», donde un político llamado Lionel Wallace encuentra una puerta en un muro que conduce a un jardín maravilloso pero poblado por criaturas cotidianas, de este mismo mundo. Pasa el resto de su vida sin atreverse a regresar, pero anhelando ese mundo del que formó parte por un breve instante.

En términos de la pandemia, me parece que es como si el mundo detrás de la puerta fuera aquel que nosotros mismos habitábamos hace un tiempo que, si bien cronológicamente no es tan distante, parecería situarse en una realidad tan ajena, que incluso cuando en películas o en eventos deportivos vemos gente abrazándose, tocándose, existe un incómodo impulso a experimentarlo como un comportamiento inadecuado. Si recurrimos a lo que ccfkmf se refiriera como «hauntología», neologismo derridiano acuñado como fusión entre «ontología» y el verbo «to haunt» [acechar, asustar], los espectros de nuestra vida pasada y las fantasías de esos mismos espectros de nuestra vida futura son los rasgos esenciales de este presente, que definitivamente se vive como algo raro, como la irrupción de algo ajeno que, conforme continúa pasando el tiempo, se ha convertido justamente en lo extrañamente familiar. Pero creo que al menos acá en Mundo Kamikaze, sin duda la pandemia se sitúa más dentro de lo espeluznante.

LD: ¿Cómo así?

k-p: A diferencia de lo raro, que finalmente tiene que ver con la presencia, ccfkmf explicó que lo espeluznante se vincula con la ausencia, en dos vertientes: como falla de la ausencia o como falla de la presencia: «La sensación de lo espeluznante se produce ya sea cuando hay algo presente donde no debería haber nada, o cuando no hay nada presente donde debería haber algo».

En lo relativo al virus, se ha convertido claramente en una presencia (que no debería estar aquí) que todo lo abarca, que incluso ha trascendido nuestras categorías habituales para aquello que comprendíamos como un virus y sus irrupciones en lo cotidiano. Es muy común referirnos al virus como una entidad con voluntad y agencia, un enemigo silencioso contra el que hay que librar una guerra, que viene a jodernos y al que tenemos que derrotar. Ha poblado nuestros cuerpos, nuestras mentes y cada uno de los niveles del orden simbólico que habitamos. Eso es lo que lo dota en un sentido de un carácter tan espeluznante, que ya no es solo un virus, o al menos no como lo concebíamos antes, sino que ha mutado en otra cosa, un alien interior que de alguna manera, lo queramos o no, llevamos todas y todos inscritos en lo más profundo de nuestra existencia. Ahí donde debería haber células y neuronas sanas existe la amenaza real o percibida de una invasión por una entidad a la que asignamos un propósito (como las fuerzas malignas de El resplandor que se apoderan de la mente de Jack Torrance), que ha puesto de cabeza en un periodo muy breve todo aquello a lo que llamábamos nuestra existencia.

Incluso acá, en Mundo Kamikaze, el covid virtual ha resultado más mortífero que el virus cibernético más letal que Steve Jobs pudiera haber soñado para poder vender más computadoras.

LD: ¿Y cuál sería la falla de la presencia?

k-p: La pandemia ha acentuado más, si eso era posible, el carácter fantasmático del Estado, las instituciones, y el capital global que supuestamente, incluso dentro de un orden eminentemente perverso, operaban con pretensiones de orden y dominio. No es una paradoja menor que en términos generales únicamente los Estados con un corte fuertemente autoritario han sido los capaces de imponer un estado de cosas tal que contenga dentro de límites más aceptables la pandemia. En prácticamente el resto del mundo, ha primado la incompetencia y la absoluta falta de dirección o estrategia efectiva para hacer frente a la emergencia sanitaria. Ni el Estado ni el mercado ni las corporaciones ni la filantropía ni absolutamente nada ni nadie ha podido ni ofrecer una estrategia sanitaria, ni una red de protección laboral, social, afectiva, emocional. Pese a la inmensa complejidad e interconectividad de un sistema global con pretensiones teológicas, lo espeluznante es saber que, en última instancia, la enorme mayoría de la población, a excepción de los magnates que pueden huir a sus yates o a sus casas de campo, se encuentra completamente inerme. Esta falla de la presencia de la vida organizada ha magnificado la falla de la ausencia de una entidad mortífera que no teníamos previsto irrumpiera de ese modo en nuestras vidas, ni tampoco teníamos previsto que, una vez irrumpiendo, expusiera de ese modo las carencias tan elementales de un sistema que una vez más ha demostrado estar únicamente diseñado para servir a la tecnocracia corporativa que nos rige.

LD: ¿Y te parece que al menos se ha resquebrajado el aire de inevitabilidad al que Mark Fisher se refirió como inherente al realismo capitalista?

k-p: En absoluto. Antes lo contrario. ccfkmf se ha referido al realismo capitalista a partir de la famosa frase de Fredric Jameson, de que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, como aquello que se presenta con un aire de inevitabilidad frente al cual no hay nada qué hacer. Pero a pesar de las inmensas transformaciones en lo cotidiano que ha supuesto la pandemia, al parecer lo que es inevitable es la estructura abstracta, en buena medida mental y social (económica también, por supuesto, y en ese sentido, política) de dicho realismo capitalista, pero una de las cuestiones esenciales que lo vuelven inmutable es precisamente su plasticidad y su capacidad de reinventarse y re-presentarse con disfraces infinitos, de manera que el núcleo como tal no cambia.

De manera igualmente famosa, ccfkmf vio en el call-center el epítome de nuestro actual sistema, con esa estructura laberíntica donde se vuelve tan complicado lograr hablar con algún ser humano, y cuando finalmente ocurre, se trata de alguien que se encuentra en algún lugar remoto que jamás conoceremos, a quien en última instancia (con toda la razón) le importa un bledo el motivo que nos impulsó de inicio a adentrarnos en ese infierno. Creo que al menos acá, en Mundo Kamikaze, la pandemia nos ha depositado a todos en una especie de gigantesco call-center (y no creas que se me escapa la ironía de que esto lo diga una entidad de entrada confinada a un mundo virtual), donde a través de reuniones interminables por diversos dispositivos, por alimentar la maquinaria bursátil de Facebook, Google, Instagram, Zoom y demás, nos hemos convertido de manera intermitente en los operadores y los usuarios frustrados de ese call-center masificado. Uno de los más acentuados rasgos pandémicos, el teletrabajo, no necesariamente es tan antisistémico y liberador como pudiera parecer en primera instancia pues, por el contrario, da la impresión de que igualmente acentúa varias de las tendencias laborales que han venido operando a lo largo de las últimas décadas. Refuerza por ejemplo la eliminación de las fronteras entre vida personal y laboral, pues a la par de las ya previas demandas de conectividad y disponibilidad ilimitadas, de instaurarse como nueva realidad post-pandémica, eliminaría igualmente la distinción espacial entre vida privada y espacio laboral, marcando un paso más hacia una ocupación cuasitotal de la existencia por parte del trabajo. Contribuye igualmente a la continuada disolución de nociones colectivas y solidarias que otrora representaban los sindicatos, pues sin duda es proclive a un mayor individualismo y a una concepción del trabajo como una suma de particularidades, y no como el producto de algo gregario que trasciende a los individuos.

LD: Te puedo hacer una última pregunta, cambiando de tema radicalmente.

k-p: Sí, por favor, que me están dando ganas de yo también poner fin a mi existencia virtual, aunque por fortuna o por desgracia, de momento no sabría cómo hacerlo.

LD: ¿Tienen en Mundo Kamikaze también a su David Lynch?

k-p: (Spoiler alert de Twin Peaks. Solo proceda con lo siguiente quien ya conozca la serie).

Por supuesto. Solo que creo que, lyncheanamente, salió más lyncheano que el original.

Resulta que acá decidió estrenar primero la película de Twin Peaks que la serie, con lo cual en primer lugar nos arruinó a todos el misterio de la identidad del asesino de Laura Palmer. Sin embargo, con el Lynch virtual, las cosas tampoco son nunca lo que parecen, así que después de verla varias veces, me quedé pensando en los posibles significados de que el Leeland Palmer de la película sea tanto más violentamente burdo que el afable padre de familia que sufre la pérdida de su hija durante buena parte de la serie de televisión. Si recuerdas, Leeland Palmer se presenta como un mártir extraviado y un tanto enloquecido durante buena parte de la serie, e incluso su caída en desgracia se nos muestra de manera abrupta y breve, como si Lynch no quisiera ahondar demasiado en el costado oscuro que da origen a la serie. Jamás se nos muestra su monstruosidad, lo cual lo vuelve más monstruoso, pues es la idea de que el asesino serial puede ser el vecino de junto, o uno mismo. Cualquiera puede ser Bob, y eso es lo terrorífico de Leeland/Bob en la serie.

Sin embargo, el Leeland burdo, cruel, sádico, violento y sanguinario de la película de alguna forma resulta reconfortante en su maldad, pues Lynch nos muestra un vistazo directo a lo real que no podemos confrontar, que es lo que da esa fascinante aura de misterio sutil a la serie de televisión. Es como si fuera una especie de final feliz invertido, donde como espectadores nos reconfortamos en que el mal es en efecto malvado, y no inocente y bondadoso, mientras una fuerza oscura opera en lo oscuro para acecharnos (to be haunted). Al mismo tiempo, es un tanto inevitable no sentir que Lynch nos ha tomado el pelo, pues es como si el Leeland Palmer de la película se burlara durante la duración de la misma preguntándonos: ¿cómo fue posible que durante tantos y tantos episodios de la serie de televisión, ninguno de ustedes supiera que el verdadero asesino de mi hija era yo?

Este texto forma parte del libro Entrevistas de ultratumba, Dan Crowe (ed.), publicado por Libros del Kultrum

Ilustración de Magdiel Herrera