La mente moderna —con los valores progresistas que le acompañan, y que hoy a menudo se dan por sentado— antes tuvo que separarse de la idea del alma y el espíritu, pero también de subproductos como los humores animales o nociones insuficientes como los «buenos salvajes».
Schwarzenbach no se creía digna de merecer una sola gota de felicidad; creía, más bien, que su único lugar en el mundo era uno forrado por el dolor y el sufrimiento.