Recuerdo cómo en los tiempos de los teléfonos públicos y los celulares análogos solía recibir llamadas telefónicas de amigos con los que reventaba en ese momento. Mi hermano y padres. Primos.
Se imaginan decirle a una morrita de quince años que, aunque su esposo de dieciséis años trabaja doce horas, no ajusta para la leche y pañales, que el problema es «la heterosexualidad obligatoria». La audacia feminista.