Recomendación de los editores

Encuentros cercanos con Ben Fountain

Eduardo Rabasa

Cuando tenía treinta años, en 1988, Ben Fountain tomó una decisión radical: dejaría su exitosa práctica como abogado para dedicarse a la escritura. Lo habló con su esposa y ella decidió apoyar la iniciativa, llevando el peso económico del hogar, pero opinó que si realmente quería hacerlo en serio, debía darle como mínimo diez años al empeño. Así que Fountain renunció al despacho en el que era socio y comenzó su nueva vida un viernes a las 7:30 am, con la escritura de un cuento, que fluyó relativamente bien. Al día siguiente experimentó vacilaciones ante la hoja en blanco y fue presa del pánico: mierda, ¿qué hice? Pero su determinación obsesiva lo hizo continuar escribiendo relatos incansablemente: unos pocos se fueron publicando en revistas, muchos más fueron rechazados varias veces.

En 1991, sin haber jamás salido de Estados Unidos, decidió comenzar a ir con cierta regularidad a Haití:

La razón por la que comencé a ir a Haití fue para intentar relacionarme de manera significativa con otra realidad. Existe la realidad estadunidense burguesa, de clase media, y para un hombre blanco de clase media, como yo, esa es la realidad predominante en Estados Unidos. Me esforcé en la universidad y como abogado. No es fácil, nadie te regala nada, pero aun así hay ventajas y privilegios. Pero existe otra realidad en el mundo, donde tres mil millones de personas sobreviven con un dólar al día, y es como si fuera un planeta distinto, un mundo distinto, y no podía sentirme satisfecho si no iba a tratar de conocer ese mundo, ojalá que en una forma significativa y genuina.*

A los diez años de dedicarse durante horas al día a la escritura, comenzó a escribir los relatos que conformarían su primer libro, traducido ahora al español como Encuentros fugaces con el Che Guevara, varios de los cuales están ambientados o giran en torno a Haití, mientras que otros suceden en Colombia, Myanmar o Sierra Leona. En 2006, dieciocho años después de haber tomado su decisión radical, el libro apareció publicado en Estados Unidos. Se convirtió en un éxito instantáneo, de ventas y de crítica. Obtuvo el Hemingway Foundation/pen Award. En octubre de 2008, Fountain fue llamado «genio» en un famoso artículo de Malcolm Gladwell para el New Yorker. A las pocas semanas de la aparición del mismo, recibió una llamada de su editora para decirle que había tomado la decisión de no publicar la novela que llevaban largo tiempo trabajando, pues consideraba que podía escribir algo mejor. Encajó la noticia como mejor pudo y continuó trabajando en el siguiente libro.

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Encuentros fugaces con el Che Guevara —traducido magistralmente al español por Marcelo Cohen— se compone de ocho relatos en donde para los protagonistas, el encuentro con el mundo como alteridad radical es uno de los principales hilos conductores. Un ornitólogo estadounidense es secuestrado por la guerrilla colombiana, y su cautiverio le permite una oportunidad única para observar aves y apreciar el ethos revolucionario desde sus entrañas. Un golfista profesional devenido instructor para la élite militar de Myanmar conoce de cerca los límites a los que lo conduce su avaricioso cinismo. Un joven y apuesto soldado gringo vuelve a casa luego de meses apostado en Haití para revelarle a su joven y guapa esposa que contrajo nupcias… con una diosa vudú haitiana. Un chico haitiano experto en ajedrez involucra a un cooperante estadounidense en una trama de contrabando de arte para financiar la lucha contra el sangriento dictador.

La escritura de Ben Fountain exhibe en cada relato una improbable mezcla de inteligencia y humor negro, como si únicamente de esa forma pudiera hacer justicia al encuentro de sus protagonistas con realidades que los fascinan, intimidan y rebasan en proporciones similares.

Y en el proceso de adentrarse por el agujero del conejo de mundos sumamente distintos descubren que sus certezas morales (ideológicas) no valen de gran cosa cuando el código local a menudo sitúa a la gente en zonas grises donde la única obligación pareciera ingeniárselas para librar el día a día, como sucede en el magistral relato «Bouki y la cocaína», en el que el pescador Syto Charles encuentra por error bolsas de cocaína de cien kilos arrojadas entre las rocas de la playa haitiana, y quedará asediado por la policía y los narcos locales, sin salida aparente al embrollo, como no intervengan en su auxilio el ingenio, el azar, o alguna deidad:

Es una situación terrible para un ser humano, cuando el sistema es tal que si tratas de actuar de manera honesta y moral, es posible que mueras de hambre, y tu familia también. Así que la situación es: o sigo mi conciencia moral y me muero de hambre, y soy un oprimido, o trato de obtener algo de este sistema corrupto, en donde todo el mundo hace lo mismo. En una situación así el culpable es el sistema, la gente que detenta el poder que ha creado ese sistema. Ellos son los culpables. Y la gente común hace lo que necesita para sobrevivir. Me gustaría pensar que dentro de estos sistemas terribles podemos hallar algún espacio para conducirnos con cierta integridad moral, y es lo que Syto procura hacer en el cuento, trata de hacer lo correcto, incluso si lo correcto es ilegal. Creo que es una situación muy humana, y que en lugares como México o Haití los riesgos son mucho mayores que en un lugar como Estados Unidos.

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¿Cómo respondió Fountain al rechazo editorial de su novela? Escribiendo la que es a menudo mencionada como una de las mejores obras acerca de la Guerra de Irak, El eterno intermedio de Billy Lynn (Contra Ediciones). Solo que en esta ocasión la alteridad se apersona en casa, en el estadio de los Vaqueros de Dallas, para ser precisos, pues Billy y el resto de sus compañeros soldados de alrededor de diecinueve años serán premiados en el medio tiempo de un partido, por una gesta heroica cometida mientras combatían sin saber bien a bien ni cómo ni por qué, en Irak. La novela supuso la consagración de Fountain: obtuvo el National Book Critics Circle Award for Fiction, fue traducida a más de diez idiomas, y llevada al cine nada menos que por Ang Lee.

Inscrita en la tradición del microcosmos, El eterno intermedio de Billy Lynn es desternillante y dura a partes iguales. Más que un héroe de guerra, Billy es un chico calenturiento que fantasea con las porristas de los Vaqueros, consciente en algún nivel de no ser sino un engrane de una maquinaria que incluso mientras lo homenajea lo utiliza como parte recambiable. La prosa se mueve con soltura entre el lenguaje coloquial de los imberbes soldados y la precisión de un narrador que disecciona la mente de los personajes y el entorno en el que actúan con una lúcida capacidad de observación, necesaria para narrar las contradicciones de una sociedad que parecería encontrarse por completo enloquecida:

...la estadunidense es una sociedad totalmente esquizofrénica. Ocurre que los soldados son como adornos, como parte de una escenografía para un espectáculo, como si fueran palmeras o vasijas o una silla, así que se les trae al escenario cuando se les necesita, ya sea para conseguir apoyo para la guerra o para ayudarte a vender algún producto.

En Estados Unidos la mejor forma de enviar el mensaje de que uno es buena persona y dueño de una buena compañía que fabrica buenos productos consiste en decir, «Yo apoyo a nuestras tropas». Así que los soldados son utilizados para combatir y después, cuando regresan a casa, son utilizados como parte de un proyecto político, y también para vender la marca de los Vaqueros de Dallas, para vender la idea de que Estados Unidos es un país de excepción, justiciero, y cuando termina el espectáculo ya no son necesarios, así que la escenografía es desmontada.

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A pesar de insertarse en los recovecos más absurdos, inverosímiles o torcidos en que sus personajes a menudo se sitúan, Ben Fountain jamás cede al pecado capital narrativo de moralizar o sugerirle (mucho menos imponerle) a los lectores algún tipo de visión o perspectiva ética, algo cada vez más raro dentro de la narrativa contemporánea, principalmente aquella que consigue abrirse paso ante la crítica y el mercado. Se trata más bien de un narrador nato, un contador de historias que no solo se ha asomado a realidades que le puedan resultar sumamente ajenas, sino principalmente a los motivos y resortes que conducen a sus personajes a moverse como mejor pueden al interior de laberintos donde la suerte pareciera estar echada, aunque siempre los redimen los despliegues de la complejidad que nos hace humanos, para bien o para mal. Como corresponde con el respeto a la mejor literatura, incluso el mal halla cabida libre de juicios, como sucede en el relato «Rêve Haitien», el del chico que sueña hacer la revolución financiada por el contrabando de obras de arte. Cuando Mason, el cooperante estadounidense que involuntariamente lo auxilia en su empeño, le comenta que Papa Doc Duvalier no fue sino un despiadado dictador, el chico le da una lección de realismo cotidiano:

—Pero la falta de piedad también es una forma de genio. Muy pocos de nosotros somos capaces de algo tan puro, pero ese era su fuerte, su verdadero métier: todas las formas y aplicaciones de la crueldad. La fuerza del bien siempre remite a algo que está más allá de nosotros; nos anulamos para servir a esa cosa más alta. Pero el mal es puro; el mal solo sirve al sí mismo o al ego, el único límite que te pone es tu imaginación. Y Duvalier a esto, este aparato del mal, lo concebía bello como una máquina elegante. Una máquina elegante que puede no parar nunca. (p. 53)

* Todas las citas, salvo la última en la que se indica el número de página del libro, provienen de una entrevista que le hice a Ben para la revista Nexos en su casa de Dallas, en 2017, que se puede consultar en la siguiente liga: https://www.nexos.com.mx/?p=33898

Encuentros fugaces con el Che Guevara

Ben Fountain

Narrativa

2021 · 236 páginas

978-84-18342-23-3