A Bowie Celebration
Toda la pandemia he proclamado la muerte del streaming, pero todos tenemos un precio. Y el mío se llama David Bowie. No importa cuántas veces me prometa a mí mismo dejar de ser un sentimental, hay cosas a las que no me puedo resistir. No lo niego, cuando Mike Garson anunció el homenaje A Bowie Celebration, a cinco años de su muerte, me emocioné desmedidamente.
Ahora entiendo que no debí hacerlo.
El lineup se antojaba flojón. Le faltaba presupuesto. Pero como participarían varios ex músicos de Bowie me dejé tentar. Carlos Alomar, Sterling Campbell, Mark Plati, Gail Ann Dorsey y Trent Reznor sí valían los seiscientos varos que costaba el boleto.
El día que Bowie cumpliría años, el 8 de enero, conecté la compu a la pantalla y me instalé en mi descascarado sofá con una tella de tinto y unas cuantas chelas. Quince minutos después de la hora acordada apareció Mike Garson para anunciar que el show se posponía veinticuatro horas. No explicó el motivo claramente, se aventó una charra en la que atribuía el retraso a los tiempos fatídicos que vivimos (es decir jugó la carta del covid). Y ya sabrán lo que ocurrió, tampoco es tan difícil de dilucidar: me tiré a la copa por puritito coraje.
El 9 de enero, a las ocho de la noche hora del centro de México, repetí la misma ceremonia, predispuesto a pedir mi reembolso si volvían a salir con una mamada. De repente frente a mí apareció Simon Le Bon versionando «Five Years». Aplaudí enajenado y me acomodé en los huequitos del sillón. Segundos después me percaté de que los músicos no estaban en vivo. El único que ocupaba el estudio Rolling Live era el tecladista. Duran Duran se encontraban fuera de Los Ángeles. Con una técnica parecida a la del holograma eran proyectados sobre el escenario.
Achingá, un streaming dentro del streaming, pensé. ¿Y para esto tuvieron problemas técnicos? Aunque Simon le echó ganas la neta es que su cóver estuvo desabridón. Esperaba más por tratarse de Duran Duran, sin embargo fue un mero trámite. El espectáculo duraría tres horas, así que me relajé. Pero conforme avanzaban los minutos caí en cuenta de algo que nunca había meditado: versionar a Bowie no es nada sencillo.
En una pantalla aparecieron Liz Halle & Lena Hall para interpretar «Moonage Daydream» acompañados al piano por Garson. Tampoco me estremecí. Era el anuncio de lo que vendría: muchas de las canciones del programa enfatizarían el músculo vocal. La bronca es que fueron demasiadas y por momentos sonaría monótono. Darle un toque personal a una rola de Bowie es un desafío. El cóver vocal es agarrar el camino fácil. Tanto o más que respetar demasiado la versión original.
Después vino la señora copetona de Billy Corgan. El mamón ya no quiere que le digan Billy, así que Mike Garson lo presentó como William. Siamese Dream es uno de mis discos favoritos de los noventa, pero ahora no soporto a Billy Corgan. Quién diría que aquel joven depresivo que escribió canciones tan hermosas como «Spaceboy» terminaría en la portada de una revista de mascotas con sus gatos. Y, bueno, el original de Billy hizo una versión de «Space Oddity» acompañado por Garson al piano. A estas alturas me quedó todo claro. No era un homenaje a Bowie, Garson estaba pasando la charola. Y si no aparecían estrellas de más peso era porque no tenía lana para pagarles.
El sonido era malérrimo. Aunque después corrigieron, pero yo escuchaba cómo se le movía la dentadura postiza a Garson cada vez que hablaba. A continuación transmitieron un video clip de «The Man Who Sold the World» en voz de Perry Farrel, quien salió vestido como un guasón retro. Completamente prescindible.
El primer momento estelar llegó con Anna Calvi. Se reventó «Bring me The Disco King» junto a Garson, un baterista en otra pantalla y su lira eléctrica. El cóver hacía la rola casi irreconocible pero propositiva en extremo, una versión jazzerota, que hacía referencia al Bowie de Blackstar. Por fin comenzaba a sentir que mis seiscientas lanas habían valido la pena. De todo el programa es quizá lo que más me latió.
Luego vino una «Fame» bastante equis. Y enseguida una «Young Americans» que tenía potencial, el atractivo es que los coristas eran los originales que habían grabado el álbum con Bowie, pero nunca despegó.
Gail Ann Dorsey siempre es una garantía y tiene una voz perrísma, así que se discutió con «Can You Hear Me». Bernard Fowler, el corista de los Rolling Stones, no bajó bandera con la suite «Sweet Thing/Candidate/Sweet Thing (Reprise)». Parecía que el tributo a Bowie estaba agarrando nivel cuando vino «Let’s Dance» con Charlie Sexton. El cabrón canta muy bien y lo acompañaban buenos músicos, pero sonaba como una banda de bar. De las que escuchas casi casi en cualquier ciudad del gabacho, un sábado por la noche. Cumplidores, pero sin arriesgar.
Judith Hill se la rifó con una versión casi a capella de «Lady Stardust». Esta no fue solo el ya sobado, Miren el vozarrón que tengo, le puso mucha emoción con la cuchara grande. Por ahí vi en redes que le aplaudieron bastante a Marcy Gray su cóver de «Changes». Me resultó indiferente. No me odien. Me gusta Marcy pero siento que no salió de la zona de confort. Y por momentos se le veía hasta con güeva.
«Rebel Rebel» con Charlie Sexton sonó bien, rocanrolerita, pero nada para recordar. Lo que sí me pareció chingón es que se reventara «D.J.». Es una de mis rolas favoritas de Bowie. Y de las más infravaloradas. Es una delicia. Viene en Lodger. Y si antes ya me encantaba, con la mezcla de Tony Visconti del 2017 terminó por volarme las pocas neuronas que el alcohol no ha desecado.
Lo que no tuvo madres fue «Rock & Roll Suicide». Con Dave Navarro y Taylor Hawkins (batería de Foo Fighters). Me hizo ponerme de pie. Pinche Taylor qué bien canta. Para «Hang On To Yourself» se colocó en la batería. Pinche prendidez la de estos cabrones. Esto es lo que yo esperaba ver en este concierto. Que los músicos se despeinaran. Que se desgañitaran. Fue inesperado y muy vigorizante.
Gary Oldman apareció a rendir honores a Tin Machine. Se dejó caer la greña con «I Can’t Read». Y lo hizo estupendo. Mucha gente se sorprendió de verlo cantar. Pero no es la primera vez. En el soundtrack de la peli Sid & Nancy, donde interpreta a Syd Vicious, canta dos rolas del repertorio de Sid, (se pueden escuchar en Spotify): «I Wanna Be Your Dog» de los Stooges y el estándar «My Way».
No sabía que Peter Frampton seguía activo. Verlo fue shockeante. Lo recordaba con su look de greña largo de la portada de Comes Alive. Verlo calvo dándose «Suffragette City» me hizo pensar que estaba cantando desde el asilo.
Entonces irrumpió el disruptor Trent Reznor. Ese cabrón le da la vuelta a todo. Y transformó «Fantastic Voyage» en algo muy bello. Sé que sonará a herejía: pero su versión me gustó más que la original. La de Bowie. Acompañado al piano por Garson, no fue una rola de lucimiento vocal, aunque canta fregoncísimo, sino una versión naked, muy emotiva. Luego nos puso a bailar a todos con «Fame». Pinche Garson en lugar de haber invitado hasta la señora que vende quesadillas en la esquina se hubiera armado una hora con el puro Reznor.
La versión de Ian Atsbury de «Lazarus» no estuvo nada complaciente. No la tenía nada fácil e hizo un gran trabajo. Lo que de plano me decepcionó fue Boy George y su suite de «Aladdin Sane». Se la chulearon mucho en redes sociales, a mí me sonó demasiado impostado. Adam Lambert fue una revelación. No soy su fan. No he escuchado mucho su música. Pero se ganó mi respeto. Pinche voz, esta sí que fue una muestra enorme de devoción por Bowie. Qué sentimiento le imprimió a «Starman».
Y como era obligado, el setlist se cerró con «Heroes». En voz de Bernard Fowler. Pero a diferencia de lo que hizo con «Diamond Dogs», aquí le faltó galleta. Estuvo bien, pero algo plano. No estalló como tenía que hacerlo para el cierre apoteósico.
En total fueron cuarenta y un rolas, más una instrumental para los créditos finales. Con el songbook de Bowie pudieron haber sido seis. Pero qué bueno que no. De las tres horas se rescató una. Que se diluyó entre tanta versión sin chiste. Garson quiso abarcar demasiado y le falló en muchos cóvers. Pero lo más desmoralizante fue que ver a los músicos en pantallas resultó muy frío. Entiendo que la pandemia no permite que las cosas sean de otra forma. La frialdad del streaming es el enemigo de nuestra época.
Esperemos que el próximo año no se le vuelva a ocurrir a Garson otro homenaje. O si lo hace que lo planee mejor. A la altura del cancionero de Bowie. Entiendo que al no haber conciertos ande necesitado de lana y tenga que corretear la chuleta. Pero la música de Bowie es sagrada.