El capitalismo que se está consolidando a escala planetaria no es el capitalismo cuya forma había sido adoptada en Occidente: más bien es el capitalismo en su variante comunista, que une un desarrollo extremadamente rápido de la producción con un régimen político autoritario. Este es el significado histórico del papel de guía que está asumiendo China, no solo en la economía, en su sentido más limitado, sino también como el uso político de la pandemia ha mostrado elocuentemente, es decir, como paradigma del gobierno de los hombres. Que los regímenes instaurados en los países supuestamente comunistas fuesen una forma particular de capitalismo, especialmente adaptada a los países económicamente atrasados y rubricada, por ello, como capitalismo de Estado, era perfectamente visible para quienes saben leer la historia; en cambio, era completamente inesperado que esta forma de capitalismo, que parecía haber agotado su tarea y, por tanto, era obsoleta, estuviese destinada a convertirse, a través de una configuración tecnológicamente actualizada, en el principio dominante en la fase actual del capitalismo globalizado. De hecho, es posible que hoy estemos asistiendo a un conflicto entre el capitalismo occidental, que convivía con el estado de derecho y las democracias burguesas, y el nuevo capitalismo comunista, que parece salir victorioso. Lo que es cierto, sin embargo, es que el nuevo régimen unirá en sí el aspecto más deshumano del capitalismo con el aspecto más atroz del comunismo estalinista, conjugando la extrema alienación de las relaciones entre los hombres con un control social sin precedentes.