Dossier: El rock no ha muerto, ¡viva el rock!

Rica: lo siento mucho

Mariana H.

No me queda duda de que donde se escucha la peor música del mundo es en los gimnasios. He asistido a distintas variedades en los últimos veinte años. Ni un solo día he tenido ganas de ir, pero voy. Tres veces a la semana, cuatro cuando mucho. Lo único que me gusta de hacer ejercicio es cuando termino. Por lo demás, no me gusta la gente que va, ni su entusiasmo, ni el cuerpo de los instructores, ni bañarme cerca de otras mujeres, pero lo tolero. Lo único que jamás he tolerado es la música. ¿A quién mierdas se le ocurrió que poner «High Energy» era una buena idea? Tracks repetitivos cuyo beat va subiendo a velocidades absurdas que ni siquiera pueden servir para marcar un trote medianamente decente. Mezclas acompañadas por sonidos que asemejan el graznido de un buitre en ácido y que escalan y escalan cada vez más rápido, cada vez más agudo, cada vez más molesto y culminan, por lo general, en un orgásmico pujido femenino. Y todo vuelve a empezar. También he escuchado con frecuencia en lugar del gemido una voz masculina muy grave que incita a pelear y a bailar con el diablo: «Fight, and dance with the devil!». Es más vieja que el Diablo mismo pero además, ¡nadie está bailando!: estamos en licras cargando pinches pesas, no en un rave comiendo tachas.

Dejé el gimnasio algunos años y volví. La selección de música había cambiado pero no era mejor, ahora el reggaetón estaba en su apogeo. Ciertamente va más con el tempo de las series de pesas que haces, las lagartijas, los martillos, laterales y curl (argot propio del gym). Sin embargo, bajo el «tun-tu-cun» ad nauseam, estás escuchando puras escenas de nalgas, culo, ron, calentura en escenarios paradisiacos —«Ay Dió mío ¡qué rico!»—, mientras estás tirada en el piso haciendo «supermanes» y resoplando detrás del cubrebocas. Nada digno ni sensual.

Para no aburrirme mientras camino o hago bicicleta, leo un libro. Tal vez piensen que es ridículo o absurdo, pero se me pasan más rápido los insufribles veinte minutos de cardio. Pensarán que soy una imbécil si pretendo que me pongan música ambiental o clásica para acompañar mi lectura, pero no. De hecho, no soporto la música clásica. Toda mi infancia me la pasé escuchando a Brahms, Chopin y Bach. No por elección, sino por mi mamá. En mis últimos meses de primaria el soundtrack en el camino de la casa a la escuela era «La flauta mágica» de Mozart. Todos los días. Pensarán que era una gran idea para mi formación cultural, pero no. Cuando por fin alguien del salón me invitó a una fiesta y tuve el valor de ir, todas cantaban «Change of Heart» de Cindy Lauper o «Bazar» de Flans. Todas sabían bailar, menos yo. Claro, yo sabía quienes eran Sarastro, Pappageno y La reina de la noche, ¡pero lo que necesitaba saber era quiénes eran Ilse, Ivonne y Mimí! Caraja mierda.

Viva el rock 5 - Cintia Bolio

En mi más reciente regreso al ejercicio tuve la fortuna de que la empresa de telecomunicaciones en la que trabajo proveyera a sus empleados de un gimnasio. Es chico pero tiene todo lo que necesitamos. Y, sí, también aquí ponen la peor música del mundo. Como somos muy pocos, quien llega primero puede poner su música y yo nunca llego antes de las 10:00 am.

Pero ni veinte años de música de gimnasio me hubieran preparado para lo que vendría: la música de «Rica». Se llama Ricardo, pero le gusta que le digan Rica; es reportero de espectáculos y le encanta, LE ENCANTA, Gloria Trevi, Mónica Naranjo, OV7 y algunas otras cosas que no logro identificar: «Él lo tiene todo pero no eres tú», «Sé un ex de verdad y trátame mal» y así. Él las canta todas con una pasión desbordada. Pone la música a tal volumen que a veces me es imposible escuchar a mi entrenador. Un día me harté y osé bajar el volumen considerablemente y Rica se encabronó. Me retiró el habla, por suerte.

Pero esa afrenta tuvo represalias.

Una mañana llegué más temprano para poner yo mi playlist cuidadosamente seleccionada para acompañar mi rutina. Empezaba con «Man on the Moon», de R.E.M. para calentar en la caminadora, después «Sit Down», de James, «London Calling» para empezar pesas, «The Passenger», de Iggy Pop, para lagartijas, «Bizzare Love Triangle», de New Order para la recta final, y para relajar y estirar los músculos los 9:13 minutos de «Watermelon in Easter Hay», de Frank Zappa. Era perfecta. Pero llegó Rica. Justo cuando Joe Strummer estaba cantando la frase «I live by the river!», volteó a ver la bocina, se llevó el dedo índice y pulgar a la nariz y caminó con ese mismo ademán hasta su teléfono y arremetió quitando mi música y poniendo una canción que es quizá la más horrible que yo haya escuchado jamás… así que decidí aprovecharla para fines de este texto. Se llama «Lo siento mucho» y es de un dueto llamado Río Roma en colaboración con Thalía. Un aullido melodramático de principio a fin. La letra es un muy desafortunado intento de acercarse al tema del feminicidio: el coro comienza con un «Lo siento mucho, pero mucho», así de contundente. Como punchline el coro termina diciendo «se te acaba de morir tu pendeja» (uy, qué groseros) y no solo eso, al final de la canción, Thalía, ya deschongándose, espeta un «pendejo». Vean el video, no tiene desperdicio, cada segundo es más horrible que el otro.

Hace dos días, en el área de maquillaje, epicentro informativo de cualquier canal de televisión, me contaron que Rica fue despedido de la empresa. Tal vez ahora pueda escuchar mi playlist de principio a fin. Si no es así, después de la selección a la que nos acostumbró, hasta el reggaetón será bienvenido: «Hawái de vacaciones», a huevo. Así que, Rica, gracias por ayudarme a reforzar mi teoría de que el gimnasio es el lugar en donde se escucha la música más horrible del mundo, y por lo de tu chamba pues, lo siento mucho… pero mucho.

Ilustración de Cintia Bolio