Dossier: El rock no ha muerto, ¡viva el rock!

Treinta años del Green Mind de Dinosaur Jr.

Wenceslao Bruciaga

Empecemos por ser odiosamente honestos.

Sin ser un perito del rock alternativo gringo, en lo personal, el Where You Been me parece la obra maestra de Dinosaur Jr. Moralmente superior. Tan solo porque incluye Goin’ Home. El momento sublime de la banda de Massachusetts. Pero también por razones meramente oligofrénicas. Como la mayoría de las apreciaciones musicales. Fue el disco con el que le entré al universo de una banda que bromeaba con la intransigencia de reírse del rock clásico al mismo tiempo que lo homenajeaba con inevitable rendición. De eso se tratan los solos de J Mascis. Si bien corrosivos, lo acercaba a una tradición de pasajes de guitarra norteamericana que celebra la ambivalencia de las historias escritas por la ciudadanía blanca. Apenas los solos de guitarra empezaron a tener emocional protagonismo en la discografía de los Dinosaur, Mascis fue comparado con el country abrasivo de Neil Young.

En 1993 el Where You Been tenía los ingredientes suficientes para poner caliente a un adolescente solitario: guitarrazos urgentes de atención emocional, letras azotadas, baladas de incompresión e ilustraciones de gore cursi. Como vísceras pintadas con mermelada de frambuesas.

Y es aquí cuando probablemente la seminal genialidad del Green Mind empieza a tomar forma. Hasta ese entonces era el único álbum de Dinosaurio que no llevaba una retorcida ilustración en su portada, como ya era tradición. En el mismo año del Green Mind sacarían una minicompilación, Whatever’s Cool with Me, con la fotografía de un perro, y otros sencillos también llevaban fotos, pero no pertenecían al catálogo oficial, por decirlo de un modo fanático. Sería hasta el disco Beyond del 2007 que saldría un disco de Dinosaur Jr. con una fotografía a blanco y negro, pero esta tendría un enfoque surrealista.

Green Mind probablemente sea la portada más inconfundible e inolvidable de toda la discografía de Dinosaur Jr. La fotografía de Joseph Szabo a blanco y negro de una niña, o niño de cabello largo, fumando un cigarrillo a sus apenas diez u once once años en la playa de Jones de Nueva York en 1978. Empezaba la construcción de un álbum que eternizaba el ostracismo adolescente como una sentencia que nos jodió a varios.

En 1991 parecía que todo el rock inadaptado tenía algo que decir. Algo trascendente. Sobre todo el rock gringo que ansiaba respirar fuera del agua. Un día los gritos de Smells Like Teen Spirit se asomaron en las radios, en mtv, y hasta se colaban en los programas de videos nacionales y el milagro parecía revelarse.

Pero mientras Nirvana compartía rotación con Locomía y Garibaldi, Dinosaur Jr. tenía el mejor pinche nombre que se pudieran cargar las bandas del rebautizado rock alternativo, del grunge, de las boy bands que se iban a la chingada conforme las camisas de franela se convertían en el nuevo atractivo de los hombres. El imaginario de Nirvana parecía acomodarse bien en el éxito genérico de las listas de popularidad cuando Dinosaur Jr. se desviaba de la satisfacción inmediata que producía la fachada grunge: versos narcotizados y estribillos provenientes del Metal. El cisma romántico de Dinosaur Jr. se convertía en un asunto de clavados que se masturbaban con revistas de skatos como la Thrasher, porque a Torreón no llegaba ni el porno gay nacional. Al menos así pasó conmigo. Lo cierto es que por momentos fue como si estuviéramos presenciando un milagro casi análogo a cuando los Ramones o los Sex Pistols daban sus primeros chingadazos. El grunge te sacaba el aire de la misma forma como debió sentirse el punk en los setenta. Música para los jóvenes que empezábamos a hacernos viejos a principios de los noventa. Pero de todos los guitarrazos que abrían los discos de rock lanzados en ese 1991, ninguno se comparaba con el riff en posición de saque de «The Wagon». El track número uno del Green Mind. «The Wagon» era, y lo sigue siendo, un yunque que sintetiza la reputación de Dinosaur Jr. hasta 1991: canciones dilatadas en el aticismo y los dedos de Mascis para sacar elaborados pasajes de guitarras agresivas y melódicas.

Viva el rock 4 - Cintia Bolio

De hecho, la reputación ya era tan elevada que para cuando Green Mind salió al mercado, Dinosaur Jr. era el pseudónimo de J Mascis. El hombre de la eterna cabellera larga y la mirada arrogante que pone cualquier mozalbete consentido no solo habían sacado de quicio a Low Barlow con sus violentas manipulaciones emocionales. También lo echó de la banda. Mientras que la batería de Murph solo se escucha en unas cuantas canciones. Con Green Mind, Dinosaur Jr. entraba a las grandes disqueras —como lo era Sire Records— después de andar de nómadas en sellos independientes sin la alineación original. Pero la ausencia no es un asunto trágico.

Si bien «The Wagon» es una canción de zozobra adictiva, mis partes favoritas son los temas «Puke + Cry» y «I Live for That Look», pues son las que más dolores de cabeza les dan a los seguidores hetero del Dinosaur. De alguna manera representan el primer gran bandazo a códigos que solo podemos traducirlos los homosexuales que confundimos el salir del clóset con egolatría. Por eso casi todas nuestras relaciones fuera de la cama pasan por el filtro del rechazo y la intolerancia que hace que todo se sienta inalcanzable, como cuando J Mascis canta: «¡Hey! Sal de mi mente, es hora de pagar el precio por nunca tener tiempo para decir algo».

Y esa monotonía que impregna las pasiones de Green Mind recuerda las tardes en las que los gays no tenemos sexo. «Thumb» suena mucho a eso. A esa tragedia muy homosexual en la que realmente nunca tenemos buenos momentos.

Green Mind cumple treinta años y ha envejecido bien. Es un disco perfecto en su narcisismo codificado en ironía a todas luces sensible. Nunca pretende simular el discurso de la banda que entra a las grandes ligas con los clichés de una banda unida por los infortunios y miserias de los comienzos. En Green Mind solo hay ego y aburrimiento, y por eso es fabuloso.

Ilustración de Cintia Bolio