Dossier: 150 años de la Comuna de París

Carta a Louise Michel. Les escribo desde nuestras noches

Ludivine Bantigny

Para Louise Michel

Cartas a Louise. Durante un tiempo es así como imaginé este libro: una larga carta que te habría dedicado. «Le escribo desde mi noche», confiabas a Víctor Hugo y, más tarde, a tus corresponsales, desde la prisión. Pasaste tantas horas redactando mensajes, notas, telegramas, correos, que te mantenían no solamente en vida, sino también en combate. Y te admiro por todo ello. Y luego, poco a poco, a medida que revisaba los archivos, creé relaciones con aquellos y aquellas, celebres o no, que han hecho y que son esta revolución, la Comuna encarnada: su cuerpo, su alma, sus rostros, y sus brazos. He aquí: las cartas que les destino forman la materia única de este libro. No podría decir la emoción que me provocan: tengo la impresión de conversar con ustedes, mujeres y hombres de la Comuna, a menudo con el sentimiento de que, en definitiva, siguen aquí.

¿Escribirles? ¿Hay un sentido en hacerlo? En decirte «¿tú?», en decirles «¿ustedes?». Ustedes están lejos, definitivamente: lejos en la muerte y en el tiempo. Y, no obstante, no lo hubiera juzgado incongruente. Porque los muertos eran como compañeros para ti, obsesionada en darles vida una vez más. Ustedes, que escaparon a la masacre y al inflexible ametrallamiento de un pelotón de ejecución, creían ser muertos vivientes. Hay que leer lo que decía Victorine Brocher, conductora de ambulancias y cantinera, milagrosamente salvada: una muerta viviente, así es como ella se sentía. Tú, Louise, jamás cesaste de luchar y de escribir «a través de la muerte». Esa constatación no era en primer lugar un sufrimiento: «¿Será que vivo ante todo con los muertos?».

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Todo esto puede hacernos pensar en lo que dice Jacques Derrida. Nos pide «aprender a vivir con los fantasmas», «en su comercio sin comercio. A vivir de otra forma, y mejor. No mejor, sino más justamente. Pero con ellos». En su opinión, esos espectros representan una indocilidad del tiempo, en un pasado vuelto presente. Derrida habla, en un juego serio, de «hauntología», en el sentido de la acogida que damos al pasado y de su hospitalidad. La historia es la vida de los muertos: sus cortejos van suspendidos en los senderos del tiempo recorridos en silencio. La presencia espectral del pasado no es ni lúgubre, ni macabra: no es un freno sino un impulso, un salto. Al evocar el tiempo de antaño, es al futuro hacia donde mirabas. Lo afirmaste: «El espectro de mayo hablará». Escribirles no es atarse al pasado, sino darles un lugar a esos espectros y tomarlos en serio, como una necesidad.

Realmente me gusta este daguerrotipo que hizo Richebourg sobre la avenida Rivoli, en abril de 1871:

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Barricada en la esquina del patio del Hôtel de Ville y la avenida Rivoli, fotografía de Ambroise Richebourg, abril de 1871, Metropolitan Museum of Art.

Imagen espectral: una supervivencia enfrenta el tiempo y el olvido. Por supuesto, uno podrá ver ahí, no sin pena, la desaparición que nos espera, personajes evanescentes, el símbolo de un mundo desvanecido: el signo, ya, de una derrota. Toda fotografía tiene esa relación con la muerte, Roland Barthes lo subrayó: «Parece que, aterrorizado, el fotógrafo debe luchar muchísimo para que la Fotografía no sea la Muerte». Quizá en esta imagen, más que en cualquier otra. Pero, justamente, se trata también de una lucha por la vida. Nos decimos que escaparon del arresto, del aparato que quería inmovilizarlos; es una resistencia más allá del tiempo, una persistencia. Desafían la desaparición, en esta foto como en aquellas de Bruno Braquehais, asombroso testigo, sordomudo a quien debemos imágenes tan poco comunes. Nunca las vendió, para no sacar lucro de ellas. Se negó también a tomar fotografías de los cadáveres: es la Comuna viviente lo que deseaba representar (mientras tanto, otros hacían cartas postales de ella: el cinismo es también un mercado). Sea como sea, estos trazos dificultan el pasaje de la nada.

Así que hay una razón para escribirles hoy: sin duda porque ustedes nos habitan. No es un peso, sino una deuda. Una deuda no siempre es pesada, al contrario: puede dar fuerza, dar un impulso. Mira, Louise, todas estas fotografías del presente. Nos hablan de ustedes, de ti. Esta la tomé en enero de 2020 en París, durante una gran manifestación. Había que defender una forma de justicia, luchando por el sistema de jubilación y de protección social.

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Manifestación, París, 7 de enero del 2020, foto LB.

Esta otra fue tomada el 5 de octubre del año anterior:

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Ocupación del centro comercial Italie, París, 5 de octubre de 2019, foto LB.

Un enorme centro comercial estuvo ocupado durante un día y una noche para despertar consciencias. No lo hubieras imaginado: confiabas en el futuro, hablabas de él como de siembras y de cosechas. Ahora, Louise, ya no sabemos si este mundo tendrá un futuro. ¿Te parece grandilocuente? ¿Aberrante? Y, sin embargo, la Tierra se daña lentamente y con certeza. Entonces, ese día, en ese centro comercial, gran templo del consumo que no hubieras podido imaginar, había eslóganes que decían: «Viva la Comuna», muros y sillas donde escribían tu nombre. Se leía en las vitrinas que, por unas horas, no tenían publicidad: «Fin del mundo, fin del mes, mismos culpables, mismo combate», «Democracia directa», «Construyamos los hogares del pueblo», «No se entra a un mundo mejor sin efracción»… ¿Qué más decir de los Chalecos amarillos, quienes hablan tanto de ti? Te mando esta foto de un amigo, Sergio D’Ignazio, obrero-fotógrafo. Te hubieras llevado bien con él.

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París, 8 de diciembre del 2018, foto Serge D’Ignazio.

Allí estaban, sobre todo tú, de manifestaciones en asambleas, a veces con humor. Sobre todo en los cortejos del personal de los hospitales y entre los profesores: «Menos Jean-Michel y más Louise Michel»… (estaba dirigido a un primer ministro. Y, para ese mismo: «Menos Blanquer, más Blanqui»).

«La Comuna no esta muerta», lo sabemos desde hace mucho tiempo. Su deseo y su dictamen se han vuelto el leitmotiv, desde el día siguiente en que terminó, de los grupos revolucionarios y del movimiento obrero. En contra del intento de enterrarla en las fosas comunes de los fusilados, las reuniones colectivas frente al Muro de los Federados han permitido, durante décadas, mantener su recuerdo. En definitiva, los espectros persisten y resisten. «El cadáver está en la tierra y la idea está en pie»: es lo que aseguraba Lissagaray, siguiendo a Victor Hugo. Pero el recuerdo de la Comuna ha conocido intermitencias: ha tropezado en las líneas oscilantes de la memoria, a veces olvidada por la historia, a veces solo descuidada. Ahora, más que nunca, regresa: se habla, de nuevo, de lo común.

¿Por qué? Y, ¿por qué ahora? Sin duda, nuestra vida ha mejorado considerablemente desde aquella época. ¿«Nuestra» vida? Es difícil evocarla como si fuese un todo. Las desigualdades se agravan, y de forma vertiginosa. Gente muere en las calles. La pobreza se extiende, así como la precariedad. Las relaciones mercantiles colonizan territorios antes preservados durante mucho tiempo, desde la educación hasta la salud, desde la cultura hasta el medio ambiente. Pretendidos criterios de rentabilidad se imponen a los servicios públicos. La publicidad prolifera, la competencia y el espíritu empresarial se veneran. La solidaridad social es atacada por la competencia generalizada. El orden reina, y sus defensores renuevan sin cesar las armas de su dominación. Hablan del trabajo según su «costo», asimilan la protección social a los «gastos», aprueban regresiones como si fuesen «reformas», oponen a los que tienen trabajo contra los que no, a quienes nacieron aquí contra los que no. «El orden reina». La fórmula fue usada por Marx para describir lo que ocurrió después de junio de 1848, luego de la derrota de la insurrección obrera en París. Una revolucionaria semejante a ti, Rosa Luxemburgo, lo dirá en enero de 1919, unos días antes de su asesinato: «El orden reina en Berlín». «El orden reina», se escuchaba también en junio de 1968, después de la represión en las fabricas de Renault-Flins y de Peugeot-Sochaux, que provocó tres muertos: Gilles Tautin, Henri Blanchet y Pierre Beylot. «El orden reina»: es lo que constataba Gustave Lefrançais después de la Semana Sangrienta en la que tantos de ustedes fueron masacrados, por miles.

Pero en el mundo entero se expresa también un deseo de justicia, de dignidad, y de igualdad. «No hay alternativa», ¿y esta conminación a no imaginar más? Parece que ha terminado el tiempo en que se afirmaba esto sin inmutarse. En un periodo difícil, lleno de incertidumbres y de ansiedades, hay otras formas de concebir nuestras vidas, nuestra relación con el tiempo, la escuela, el trabajo, la cultura, el arte, el futuro, la historia. Y así continuamos teniendo esperanza. Ustedes nos ofrecen las ideas de lo «posible». Nos dan ánimos para no solo decir «no», sino también «sí»: para no estar volcados al rechazo, sino a lo que podríamos desear. La Comuna no está muerta, puede aun ser un proyecto.

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Marsella, abril del 2020, foto Mickael Corréia.

Hicieron una revolución. No cualquiera: una revolución conducida por los «sin nombre», gente modesta, gente del pueblo, obreras y obreros, artesanos y proletarios… Sus representantes públicos eran «desconocidos», sobre todo para aquellos que los miraban por encima del hombro, sin entender, y ofendiéndose. ¿Cómo? Gente de nada toma la Alcaldía y propone una práctica totalmente inédita: ¿una democracia activa, una democracia verdadera? Sí, su Comuna fue «un extraordinario y fascinante laboratorio de lo político», hecha de deliberaciones populares. En este momento en que la democracia está dañada, la confianza a menudo ultrajada, su «revolución comunalista» continúa inspirando. Pero, sin lugar a dudas, no como un mito.

Porque no se trata de maquillar ni tampoco de magnificar: ni hablar de hacer un fetiche. Conocieron no solamente terribles obstáculos, casi monstruosos, sino también fuertes tensiones, aquellos engendrando a estas. Hubo contradicciones, sería pernicioso negarlas. Nos ayudan: nos hacen reflexionar para actuar. Porque sus preguntas son actuales, al igual que sus dudas, sus esperanzas y sus incertidumbres. No pertenecen solamente a la historia, y por ello ese pasado es fértil. Sería una pena negar las vacilaciones y las indecisiones. Tomemos a Ferré, si estás de acuerdo. «Tu» Ferré. Estabas tan ligada a él, lo admirabas. Estabas prisionera cuando la Comuna fue destruida, y luchaste con todas tus fuerzas para intentar salvarle la vida; te culpaste, querías morir en su lugar. Lo asegurabas, y hasta lo juraste: sin él, tú habrías cometido un crimen, habrías intentado matar a Thiers «o a alguien más, en plena Asamblea». Se lo escribes al general Appert, quien tiene la responsabilidad sórdida de juzgarlos. Le prometes: «Si no cometí ese acto desesperado es gracias a Ferré». En Versalles sospechan de ti: si defiendes a Théophile Ferré tan apasionadamente, es porque lo tienes «en tan alta estima por algo grave o íntimo que ocurrió entre ustedes». ¿Estabas enamorada de Ferré? No quiero quitarte tus secretos y no me gustan las preguntas del Consejo de Guerra. Pero, si te hablo de él, es porque algunas de sus acciones pueden parecer autoritarias. Tendremos que discutirlo.

La historia de ustedes es imponente, intimida: es una inmensa montaña. Desde hace ciento cincuenta años volvemos a ella. Algunas y algunos le han dedicado una gran parte de sus vidas. Es una deuda, también, y toda una herencia. Este libro* es una piedra del edificio pacientemente construido, de esta obra colectiva. Quiere contribuir a volver a darles vida, teniendo en cuenta lo que dijo Víctor Hugo, y que podrías haber escrito tú: «Los muertos son vivientes que participan en nuestros combates».

*Se refiere al libro La Commune au présent, publicado en Francia por Éditions de la Decouverte. (N. del E.)

Ilustración de donDani
Traducción de Eduardo Rabasa