Cuando hablo de series de televisión, para mí hay un alfa y un omega y es The Wire. Con cinco temporadas y sesenta episodios, producido por hbo, este es el programa que anunció que el arte del siglo veintiuno serían las series audiovisuales de largo aliento.
Lo chingón de Looking! fue que no imponía castigos ni moralejas a sus protagonistas. Pero esa decisión no agradó a los grupos de activistas gays. Entre sus objeciones más insistentes se encontraba el hecho de que los miembros del trío protagonista parecían ajenos a causas que dignifican al colectivo.
En algún momento, recuerdo, durante los primeros e inciertos meses del confinamiento, decidí dejar de estar pegado a las noticias. Era una sensación extraña: había una especie de continuidad, pero también una fragmentación. Como ocurría con otros fenómenos televisivos.
Mientras la protagonista languidece al final del día con un té de manzanilla y un mango enchilado, la gata prende la computadora al pasar desconsideradamente por encima de todas las partes sensibles de la máquina. Hace lo mismo con el proyector cuando su patita peluda tira su control «por accidente».
Desde su inicio, Californication se reveló como un instrumento de azote para las buenas conciencias. El columnista australiano del Herald Sun se ofendió porque una mujer disfrazada de monja le pegaba una mamada al protagonista en una iglesia.