Dossier: Adictos a las series

«Todo está en (el) juego…»

Gabriela Jauregui

The Wire, 20 años después, y siempre

Cuando hablo de series de televisión, para mí hay un alfa y un omega y es The Wire. Con cinco temporadas y sesenta episodios, producido por hbo, este es el programa que anunció que el arte del siglo veintiuno serían las series audiovisuales de largo aliento. Empezó inspirada en los reportajes de David Simon sobre crimen en Baltimore y poco a poco fue creciendo hasta tomar dimensiones épicas, para hablar y hacer una crítica del sistema educativo, de la gentrificación, de las fallidas estrategias y políticas de la guerra contra las drogas, del nacimiento de las fake news y la muerte de los periódicos comprados por consorcios, y mucho más, y todo esto gracias a personajes memorables con diálogos que siguen citándose años después de que la serie finalizara en 2008, tras haber comenzado en 2001.

He visto la serie completa tres veces. Entre muchas cosas, me parece una lección sobre cómo escribir personajes complejos, memorables, y diálogos con oído. Pero recuerdo que cuando salió, más que analizar era emocionarse todas las semanas para ver el siguiente episodio. Saber qué le sucedió o qué diría o haría Omar (maravillosamente interpretado por Michael K. Williams, el personaje favorito de, básicamente, todo el mundo mundial). Al mismo tiempo que armábamos reuniones para juntarnos en casa de quien tuviera el canal disponible, y comentábamos el punto, yo en la universidad estaba estudiando un seminario sobre Bleak House, la novela que Charles Dickens escribió por entregas y causó furor en su momento. Y de la misma manera que aquella novela, The Wire cambió la forma en la que miramos la tele y lo que esperamos de ella para siempre. Así, en aquel seminario de doctorado sobre Bleak House y narratología incluso también tocó hablar de The Wire. Ambos, Dickens y The Wire, retrataron personajes memorables de distintas clases sociales y, en el caso de The Wire, diversos por muchas razones, luchando por sobrevivir en momentos de inequidad e injusticia social extremas (Dickens durante el capitalismo temprano, The Wire en el capitalismo tardío). Al mostrar la inequidad sistémica que lleva a unos a trabajar en las calles, a otros a perseguirles y a otros más a enriquecerse gracias a ellos, The Wire no solamente muestra de cerca la problemática de una ciudad, sino de un país entero. Como le dice un testigo sentado en las escaleras hablando de un juego de dados al policía McNulty en la introducción al primer episodio de la temporada 1, «This’ America, man». Y después la cámara enfoca a su amigo, también negro, baleado en la calle —todo resumido en una imagen.

Pero a diferencia de Dickens, en The Wire no hay moralina fácil. No hay héroes y villanos puros y duros, no hay salvadores burgueses que tienen una «revelación» (en la serie, por ejemplo, el policía blanco que se vuelve maestro tampoco encuentra la salvación). En The Wire hay una incansable crítica: del funcionamiento de la «democracia» estilo gringo, de su sistema de (in)justicia penal profundamente racista, de las escuelas y su segregación, de los efectos del neoliberalismo en los sindicatos y en la clase trabajadora —«de cuello azul», como se dice en inglés—, de la destrucción de la prensa, de la criminalización de las adicciones (Bubbles y todo el grupo de personajes que viven y mueren con su adicción muestran la gran complejidad y diversidad dentro de este grupo), del fin del famoso sueño americano, y de la interminable guerra contra las drogas: «Ni siquiera se le puede llamar guerra a esta mierda, mano», dice Herc a Carver. «¿Por qué no?». «Porque las guerras terminan».

En este diálogo entre Herc y Carver, un par de policías jóvenes que abusan de su poder de la forma más burda, constantemente violentando jóvenes racializados, hay un momento involuntario de reflexión profunda. Esto sucede seguido en la serie.

Cuando tecleo «The Wire» en Google para verificar el número de episodios y las fechas, me salen como respuestas posibles «Why is The Wire So Good», «Is The Wire the Best Series Ever», aunque también está «Why is The Wire So Boring», algo que a menudo se le criticó, sobre todo en la segunda temporada, pero es que a veces hay que ir lento para mostrar la complejidad. En ese sentido también The Wire es anti-institucional: se rehúsa a caer en los ritmos y las formas de Hollywood, razón por la cual su creador tuvo que pelear duro por cada temporada que se hizo, según uno de los actores de la serie, Clarke Peters (quien actúa del detective obsesivo, Lester Freamon). Es obvio que no soy la única en pensar que esta serie es importante. Es una serie que muestra qué sucede cuando la policía tiene más fondos que la educación. Por esto se le ha llamado un show «anti-policías», y creo que es el mejor cumplido que le pueden hacer. No porque los policías como Kima y como Lester, por ejemplo, no sean personajes entrañables, sino porque muestra que la policía como sistema e institución es una mierda que está al servicio del racismo más rancio y la desigualdad más profunda. Y tampoco es que glorifique a los «ladrones» —definitivamente, The Wire no es Narcos—. Pero sí muestra la complejidad y diferencias también al interior de este grupo de personajes: Idris Elba (en el papel que lo lanzaría al estrellato como Stringer Bell) es un genio capitalista, consejero del capo Avon Barksdale (basado en Melvin Williams, famoso gánster de Baltimore sobre quien se enfoca el libro original de David Simon). Mientras que otros, como Omar Little, quien además de ser un ladrón que roba a los ladrones (le roba la merca a los dealers), es homosexual, una suerte de pirata del nuevo milenio, un hombre en contra del sistema y un hombre «con un código», como él mismo dice —un auténtico héroe existencialista que muere sin más pena ni gloria que si lo hubiera hecho en la vida real—. Pero de este lado de la pantalla quedamos devastadxs.

Baltazar 1

Además de todo esto, The Wire también rompió records por ser el primer programa en la tele con tantos actores afroamericanos y, Kima, la detective, es quizás la primera mujer negra lesbiana en la historia de la televisión estadounidense. Ella tampoco es un personaje simple. Al mismo tiempo que es simpática, sexy, una protagonista potente, luminosa en relación a su pareja, el antihéroe Jimmy McNulty, en un momento de decisión ética crucial, por ejemplo, opta por la violencia extralegal. Los personajes son muchos y memorables. Me pongo a pensar acá y empiezo a enumerar en mi mente a mis favoritos: Brother Mouzon, un sicario de la hermandad islámica; Clay Davis, un senador corrupto a quien oigo en mi cabeza cada vez que yo o alguien dice Shiiiiiit; Bunk, el policía más borracho y estiloso; Marlowe Stanfield, el más duro de los duros; el tremendo Proposition Joe; Bubbles y Walon, su padrino de AA; Alma Gutiérrez, la periodista de la temporada 5 que chambea las crónicas reales y a quien nadie escucha por hacerle caso a su colega (un hombre blanco que se dedica a construir una historia de falsas noticias amarillistas pero que venden al punto de concursar por un Pulitzer); D’Angelo o Bodie, Namond, Michael, Randie y Dukie, los chavos de la esquina, protagonistas de la temporada 4 cuyas historias son contadas a profundidad, cuando generalmente son las historias que nunca se cuentan en los medios más que como una cifra más. Y con ellos, a través de ellos, The Wire nos cuenta a su personaje principal: la ciudad de Baltimore. A sus habitantes de a pie les encantaba la serie, se sintieron representados. A los televidentes promedio gringos la serie les reeducó a pensar qué puede hacer la tele y para qué sirve. A mí también, al punto que el Baltimore y el México de Calderón en esa época, o de la 4T hoy, se hermanan.

The Wire nació de una miniserie de hbo llamada The Corner, basada en el libro homónimo de David Simon y el ex detective vuelto profe de escuela, Ed Burns, en la que ambos exploran la fallida guerra contra las drogas desde la perspectiva de «la esquina», de los chavos que venden las drogas, a los que nadie nunca escucha ni mira si no es para criminalizarlos.

Luego en su pitch de The Wire, Simon dijo que sería «el programa anti-policía, una rebelión en contra de todas las mamadas de procesales policiacos que afligen la tele estadounidense». En efecto, «The Wire era periodismo y entretenimiento a partes iguales —una forma de televisión de protesta», dice Dorian Linskey en su articulo para The Guardian (2018). Y también, dice Simon, era una crónica del fin del imperio americano. Para mí, tres veces y veinte años después, todavía lo es y por eso sigue tan vigente como cuando se lanzó.

Ilustración de David Baltazar