Lecturas

Paso de fauna

Fabio Morábito

Como se sabe, los pasos de fauna son construcciones que permiten a los animales cruzar barreras construidas por los humanos y conforme se ha difundido en el mundo la necesidad de preservar y respetar la vida silvestre, se han vuelto más y más comunes. Actualmente, en la mayoría de los países, cuando se construye una carretera, una línea de ferrocarril o un canal que atraviesan una zona rica de vida animal, se proyecta a lo largo de su extensión un cierto número de túneles, viaductos o puentes que los animales pueden cruzar sin peligro de sus vidas.

Como la inmensa mayoría de los pasos de fauna tiene una extensión reducida, los animales los cruzan sin ninguna dificultad, y cuando se trata de un túnel, tienen siempre a la vista su final, por lo que se aventuran en él sin problemas. Pero esta regla ya no rige para el gran paso de fauna de Musina, situado bajo el aeropuerto homónimo, en Sudáfrica. Por razones políticas que no viene al caso referir aquí, se construyó el aeropuerto de Musina en la línea divisoria entre Sudáfrica y Zimbabue, en colindancia con el parque transfronterizo del Gran Limpopo, que es una de las reservas naturales más ricas en vida silvestre del sur de África.

Elefantes, cebras, ñus y gacelas, y sus respectivos predadores: leones, leopardos, hienas y perros salvajes, cruzan todo el tiempo la frontera entre ambos países al abrigo del gran parque, en una zona cuyas características orográficas obligan a los animales a confluir en una franja de territorio muy estrecha durante sus desplazamientos y migraciones.

Como la mayoría de ellos se topaba con el aeropuerto, fue preciso construir debajo de este un gran paso de fauna, pues quedó claro desde el principio que no había que exponer a los animales al permanente despegue y aterrizaje de los aviones. Debido a su extensión inusitada, más de ochocientos metros debajo del suelo, el principal problema al que se enfrentaban ingenieros y ecologistas era cómo hacer para que animales grandes y pequeños, situados en diferentes lugares de la cadena alimenticia, recorrieran indemnes ese casi kilómetro de trayecto debajo de la tierra, y se llegó a la conclusión de que debían hacerlo separados unos de otros, por lo cual se concibió el paso de fauna como una amplia red de túneles.

Otro problema era cómo atraer a la fauna para que se animara a internarse en un ámbito tan inhóspito para ella. Hacía falta un estímulo poderoso y se pensó que ese podía ser el rastro de olor dejado por cada especie en su tránsito milenario por ese lugar. Se decidió, por lo tanto, amplificar ese rastro, para lo cual se proyectaron unas rutas de olor mediante un tendido de tubos subterráneos provistos de diferentes aromatizadores, que llevan a cada túnel del paso de fauna un efluvio determinado, mismo que, según la necesidad, se sustituye por otro a través de un sistema de ventilación regulable. Un olor a manada de leones puede cambiarse por uno de cebras, y este por uno de chimpancés o de jabalíes. Una vez que un animal, o bien un grupo de ellos, entra en el paso de fauna atraído por un olor particular, el sistema lo persuade o, al revés, lo disuade, de tomar un túnel en lugar de otro. En pocas palabras, el animal es «guiado» hacia la salida a través de un trayecto olfativo que, dentro de lo posible, evita que «colisione» con animales que puedan representar un peligro para él, como puede ser un león para una cebra, o un león macho para otro león macho, o un gorila dominante para otro gorila dominante.

Todo ello, naturalmente, requiere de un sofisticado sistema de cámaras y un monitoreo permanente. No es de sorprender que la sala de controles desde donde se establece para cada animal su ruta más idónea, supera con creces, en cuanto a número de los operadores, a la propia torre de control del aeropuerto.

La cosa se explica porque los aviones se pliegan ciegamente al mandato humano, mientras que los animales tienen un comportamiento imprevisible. El hecho de que los operadores del paso de fauna se hallen trabajando a unos pocos metros de distancia de los aeroportuarios y de que, si bien con un material diferente, ambos grupos se ocupan al fin y al cabo de lo mismo, que es trazar un recorrido seguro para una clase de desplazamientos sumamente delicados, como es el de devolver al suelo un aparato de varias toneladas que flota en el aire, repleto de gente, y de regresar una bestia estresada a su hábitat familiar, ha propiciado entre las dos agrupaciones cierto contagio lingüístico, que puede notarse en frases de uso frecuente entre los operadores del paso de fauna, del tipo: «aterrizaje sin novedad de tres gacelas de Thompson en túnel F14» o «despegue exitoso de hiena macho en túnel G4».

Paso de fauna

La construcción de un paso de fauna tan extenso, dentro del cual los animales no tienen a la vista la salida y se ven obligados a avanzar guiados solo por su instinto, ha suscitado unos problemas inesperados. Me referiré a los dos más importantes. El primero es que no se puede usar el mismo trayecto en doble sentido. Un rebaño de búfalos topándose en un túnel con otro rebaño de búfalos que viene en sentido contrario sería algo tan catastrófico como el choque frontal de dos jumbos en el aire. Hubo, pues, que construir no uno sino dos sistemas de túneles separados, uno para cruzar de sur a norte, que se marcó con color rojo, y otro para cruzar al revés, que se marcó con color verde. Aun así, se presentó el problema de que un animal que cruza de sur a norte, o sea usando el recorrido rojo, a su regreso tenderá a usar el mismo recorrido, porque ya lo conoce, e ignorará el verde. Por lo tanto, hay que obligarlo a cambiar de idea. Para ello se propuso «encaminar» a los animales hacia la entrada correcta a través de un complejo sistema de fosos, alambrados y patrullaje humano. Sin embargo, además de muy caro y riesgoso, este procedimiento no garantizaba un éxito seguro. La solución, asombrosamente sencilla y barata, la proporcionó un cazador de la cercana tribu nómada orungu. El hombre pidió a los ingenieros que excavaran a la salida de ambos trayectos un foso de metro y medio de profundidad y dos metros de ancho. Explicó su idea. Los fosos representarían un obstáculo menor para los animales recién salidos de la red de túneles, pero un obstáculo al fin. Si no son obligados a ello, a los animales no les gusta saltar, ni siquiera a aquellos que están muy dotados para hacerlo, como gacelas y leopardos, sino que prefieren rodear un obstáculo antes que brincárselo. Así, ante aquel foso que se interpondría entre ellos y la naturaleza, vacilarían un poco, pero dado que vendrían de los túneles, estresados por aquella experiencia angustiosa, el foso no les supondría un impedimento infranqueable y, luego de un breve titubeo, lo superarían con determinación, dando un salto o, tratándose de animales de gran peso (elefantes, hipopótamos y rinocerontes), entrando y saliendo de él. Sin embargo, de regreso, los animales vendrían de la naturaleza, no de los túneles, y su situación mental sería diferente. Aquel foso les provocaría una incomodidad más aguda y no estarían tan dispuestos a cruzarlo a como diera lugar, teniendo a un lado la entrada libre del trayecto color verde. Al percibirlo como una verdadera barrera, optarían rápidamente por usar la otra entrada.

Los hechos le dieron la razón al cazador. En efecto, bastó un simple foso situado a la salida de las dos redes de túneles para que todos los animales, sin excepción, usaran un trayecto de ida y otro de vuelta, como querían los constructores.

El otro problema que se presentó una vez terminado el gran paso de fauna de Musina fue más espinoso y de hecho no se ha podido resolver todavía. Debido a su magnitud y a la temperatura relativamente fresca de los túneles, más agradable que la que impera en el exterior, existía el riesgo de que algún animal hiciera del paso de fauna su hogar. Para evitar esta posibilidad, su diseño fue pensado para no ofrecer ningún punto de descanso, de manera que los animales se vieran forzados a recorrerlo de un tirón. Todos los túneles tienen doble salida, por lo tanto no hay túneles ciegos que podrían tomarse como un barrunto de cueva. Sin embargo, hay uno que escapa de esta regla, aquel que conecta los dos sistemas de túneles, el rojo y el verde. Se trata de un pasadizo muy corto, situado en el centro del paso de fauna, y fue proyectado para enlazar ambas redes en caso de una emergencia. Para que los animales no entren ahí, sus dos entradas son tan estrechas que una cebra o una gacela adultas no pueden pasar por ellas. Algunos, sin embargo, temieron que un leopardo sí pudiera introducirse en su interior. Animal solitario por naturaleza, su tamaño le permitiría deslizarse dentro de él para convertirlo en su hábitat, desde el cual podría, asomando a ambas redes de túneles, capturar a sus presas; sin embargo, el leopardo es un felino arborícola por excelencia, le gusta estarse sobre las ramas de las acacias, donde se siente seguro ante los ataques de predadores más grandes y desde cuya atalaya puede divisar su territorio de caza; solo baja al suelo para cazar y en seguida regresa con su botín a la seguridad de la altura. No era probable, pues, que un animal de estas características sentara sus reales en una cámara subterránea. En efecto, ningún leopardo ha entrado en el túnel de conexión.

Lo hizo, sin embargo, un viejo león herido, posibilidad que nadie había tomado en cuenta. Cuando un león macho que encabeza una manada es expulsado por otro león más fuerte o más joven, empieza para él un calvario que termina rápidamente en la muerte. Herido de gravedad por la batalla sostenida contra el león invasor e incapaz de cazar presas grandes, se dedica a atrapar conejos y ratones, pero estos también se le escapan fácilmente. Hambriento y debilitado, tiende a esconderse para no ser cazado a su vez por hienas, búfalos y perros salvajes. En el giro de unas pocas semanas pierde peso y musculatura hasta quedar reducido a huesos y pellejo, y acaba muriéndose lastimosamente entre unos matorrales o en la orilla de una charca adonde se acercó para beber.

Fue esta clase de león la que entró en el túnel de conexión, deslizándose dentro de él gracias a su extrema delgadez y, probablemente, con la intención de morir ahí. Pero una vez dentro de aquella cámara húmeda y fresca debió de recuperarse de sus heridas, que quizá no eran tan graves. Asomando a uno de los túneles, debió de capturar a alguna cría de gacela que pasaba en ese momento junto a su madre. Seguramente fue afinando esa técnica de caza, la única al alcance de sus fuerzas, y para calmar su sed debió de aprender a lamer la humedad que escurre por las paredes de roca. Todo esto es pura conjetura, ya que en el pasadizo de conexión no hay cámaras de vigilancia. Las únicas veces que se puede ver a Johnny, como los operadores del paso de fauna han bautizado al viejo león, es cuando asoma al túnel para atrapar de manera fulminante a crías de gacela, animales que constituyen toda su dieta, pues debido a sus cuerpos menudos y esbeltos son los únicos que él puede introducir en su madriguera. En cuanto al misterio de cómo consigue cruzar las dos entradas del pasadizo, siendo su tamaño bastante mayor que el de un leopardo, solo cabe suponer que debe de haber aprendido a mantener una dieta frugal, por demás propia de su edad, conservándose en un estado de delgadez suficiente que le permite, seguramente no sin esfuerzo, hacer pasar su cuerpo por ellas. Como quiera que sea, Johnny se ha convertido en el único habitante fijo del paso de fauna de Musina.

Cuando empezaron las quejas de la Sociedad Protectora de Animales, que acusó a las autoridades del paso de fauna de sacrificar víctimas inocentes para la dieta del viejo león, se le explicó que sacar a Johnny de aquella especie de celda donde se encuentra sería, además de difícil, contraproducente para todos los animales, pues significaría cerrar todo el complejo durante al menos dos días, con consecuencias graves para todos ellos, que ya aprendieron a usar a Musina como el cruce más expedito hacia y desde la reserva del Gran Limpopo. Pero ya se sabe que las gacelas pequeñas tienen un encanto difícil de resistir. De modo que, como era de esperarse, se polarizó la opinión pública: los que defienden a Johnny y los que lo consideran un asesino solapado. Las camisetas con su foto, bien sea para apoyarlo o denostarlo, se venden a miles, y turistas nacionales y extranjeros acuden al aeropuerto de Musina no para subirse a un avión sino para contemplar a través del circuito de las cámaras de vigilancia del paso de fauna el cruce de las bestias que tiene lugar en el subsuelo del aeropuerto, con la esperanza de ver aparecer una garra de Johnny en el momento de atrapar una cría de gacela. Para un sector de la sociedad, sobre todo las mujeres y los jóvenes, Johnny no pasa de ser un parásito y representa la encarnación de los muchos males que aquejan nuestro país, desde la corrupción de los viejos políticos hasta el propagarse del crimen organizado. La gente de la tercera edad, sin embargo, ve las cosas de un modo muy distinto. Separado de su manada, sin poder ver nunca la luz del sol, obligado a esfuerzos sobrehumanos (aquí sería mejor decir bestiales) para deslizarse hacia el único punto desde el cual puede acceder a un poco de comida, Johnny se ha convertido para muchos viejos de este país en el vivo retrato de sus penurias y lo han enarbolado como el ícono de su lucha en busca de mejores condiciones de vida. Se acaba de anunciar un referéndum nacional para decidir la suerte del viejo león: sacrificarlo con un dardo letal o dejarlo vivir para que siga alimentándose de gacelas recién nacidas. Huelga decir que filósofos, científicos, abogados, políticos, artistas, sacerdotes y hombres de a pie atiborran todos los días los medios de nuestro país con sus opiniones y alegatos sobre este tema. Johnny, que ignora el alboroto que ha causado, solo se deja ver unos cuantos segundos cada semana, cuando extiende su garra para arrebatarle su cría a una mamá gacela, y yace en su madriguera entregado a una vida casi monástica. Nadie, desde que se ha instalado en el pasadizo central del paso de fauna de Musina, lo ha oído rugir una sola vez.

Ilustración de Jimena Schlaepfer