Estamos en una época en la que lo mejor del cine está en las series y lo más sobresaliente de la literatura viene a través de narraciones cortas. El cuento, con gran tradición y arraigo en México, cobra cada vez mayor relevancia. Las editoriales apuestan por el género que demanda más atención en pocas páginas, en el que el autor tiene que calibrar la pertinencia en cada una de las frases, las imágenes y el uso de recursos, porque solo tiene una oportunidad ante el lector. La literatura escrita por una generación de jóvenes narradores es el gran ejemplo de que se puede decir más de un personaje en pocas páginas bien escritas que en una novela pretenciosa en la que abunden los recursos pero que no logra llegar a ninguna parte.
Para hablar del México contemporáneo, la violencia se ha convertido en el lugar común. Podríamos pensar que la escritura de Aniela, chihuahuense que vivió la infancia y adolescencia en los años más cruentos de la guerra contra el narcotráfico, sería más de lo mismo, pero al contrario: aunque el tema está ahí, la autora le da la vuelta a los lugares comunes, matiza la crudeza de los actos violentos, puntualiza características de la conducta humana y coloca la mirada en detalles precisos y únicos tanto de víctimas como de verdugos. En El problema de los tres cuerpos no hay una pretensión por sublimar la cruenta realidad por medio de artificios que se quedarán como intentos estéticos; la autora va directo a lo que le interesa, sin más preámbulo que contar una historia redonda y consistente, esférica en cuanto a sus dimensiones.
En su literatura no es válido ir de un punto a otro para recrudecer los conflictos con los que tienen que lidiar sus personajes, como colocados en una tarjeta de lotería de desgracias; Aniela utiliza el lenguaje como vía principal entre la psique, las emociones y el entorno en el que se desenvuelven a partir de pequeños acontecimientos que no son tan nimios dada su condición. Esto es atractivo, ya que muchos autores nacidos en los setenta y ochenta utilizan un discurso directo, como si le temieran a las posibilidades que otorga la palabra, y en El problema de los tres cuerpos pareciera haber verdades absolutas en pequeñas frases y sentencias de narradores y personajes; la poesía queda inserta sin el afán de ser petulante. Esto último cobra sentido por el hecho de que Aniela pertenece a una generación que se arriesga a desencasillar géneros, una generación que opta por recrear la oralidad de una manera luminosa, en algunos casos, porque después del horror la única manera de resarcir un poco el daño es por medio de la palabra.
La fatalidad marca a sus personajes, como si no pudieran huir de ella porque están condenados a la pena, igual que los héroes venidos a menos de una tragedia griega. En ellos habita la nostalgia por lo que no se tuvo, la felicidad o el bienestar que utópicamente brindan el hogar y la pareja. En «Las fiestas de Caín», su protagonista, Jacinto, busca resarcir el daño a la mujer que ama por medio de la venganza. De su interior brota lo aprendido en el entorno hostil, el deseo de terminar con fuego los abusos y el maltrato hacia lo que le es cercano, pero sabe que ni eso sanará la llaga infectada que es su vida; él desea más, pero no puede, la prosperidad es ajena a sus manos. «Cómo creer en un Dios que ha construido el mal y nos ha dado la paz sin pensar en nuestras tristezas», dice el narrador que mira con lástima al desventurado Jacinto. Lo que llama la atención de cada uno de estos cuentos es que en pocas páginas se profundiza en la desgracia del que no tiene nada porque la buena suerte se le escurre como agua entre dos dedos.
En «Tratado general del contragolpe», si bien la violencia está presente como el aire que respiran los personajes, hay algo dentro de ellos que toma ese aire enrarecido, les dilata las pupilas y los conduce por una pendiente de desgracia. Desde la primera línea se revela lo que sucederá: «en este cuento muere el Güero Hidalgo»; lo que mantiene la tensión es cómo se llega —o no— a ello. En un país tan falto de todo, en nuestra realidad solo hay dos cosas que devuelven el ánimo los fines de semana: la religión y el futbol, que en México vienen a ser lo mismo, un hervidero de fanáticos del deporte, de Dios, del amor y el desamor, como se lee a lo largo de los nueve cuentos. El destino de los dos personajes principales, el Güero y el narrador de la historia, está marcado por la insolencia, la venganza y, por último, la tragedia, dentro y fuera del escenario en el que ambos pueden jugar con su suerte, como gatos de Schrödinger. Aquí no es el crimen organizado quien ajustará las cuentas con un futbolista que destruyó los sueños de una nación, ni el viaje al infierno de quien desciende en la tabla de clasificación, sino un accidente, el golpe preciso que nos hace pensar una y otra vez en lo dicho por el narrador: «uno no conoce a qué sabe el terror hasta que se siente así del precipicio».
El estilo de Aniela condensa lo mejor de la tradición cuentística mexicana y la reviste de otro significado; no solo es heredera de Rulfo y Revueltas, como se puede percibir desde las primeras páginas del libro y se confirma en cada uno de los cuentos, sino que reinventa su herencia como lo haría una escritora crítica, influenciada también por la narrativa contemporánea. Esto lo vemos en el último cuento de la colección, «Para Werner, con cariño», en el que explora la ambición científica a través de un discurso narrativo que se aproxima mucho a la ciencia ficción, sin que haya un uso explícito de los recursos. Como en otros cuentos, en los que sus personajes se mueven en los márgenes de los sitios donde se hallan confinados sin lograr pertenecer, aquí el santo grial del conocimiento les otorga una dicha momentánea que no puede tener un buen desenlace, porque otro de los grandes temas del arte ha sido querer poseer más de lo que el hombre tiene a su alcance, y cualquiera puede ser un Prometeo moderno.
Si bien la propuesta estética de Aniela se aleja de una reinterpretación burda de la violencia y tiene un estilo ya definido y maduro en este segundo libro de cuentos, el reto en adelante será mantener la precisión del lenguaje, las imágenes poéticas, la tensión que tiene al lector pegado a las páginas esperando más, porque de cada historia puede resultar un cuento memorable o algo como El problema de los tres cuerpos, que le exige mucho a cualquier escritor, novel o experimentado.
El problema de los tres cuerpos
Aniela Rodríguez
Editorial Minúscula
2019 · 112 páginas
978-84-12092-00-4