Recomendación de los editores

Nosotras somos puentes

Amarela Varela Huerta

Un abrazo de hospitalidad incondicional a Yo soy frontera de Shahram Khosravi

Shahram querido, he leído tu libro en castellano, había husmeado en él en inglés por recomendación de muchas amigas, pero no fue hasta que Laura Escorihuela, con su acción puente de traducirlo a mi lengua materna, rompió las fronteras del lenguaje. Y así pasé ratos largos de los fines de semana de tregua temblando con tus palabras. Con la nariz entre las hojas.

Así introducía la larga carta que en mayo de este pandémico 2021 compartí con Shahram Khosravi como aperitivo de un encuentro virtual con otros queridos amigos para celebrar la llegada a América Latina de su libro Yo soy Frontera. Autobiografía de un viajero ilegal que la editorial Virus circula ya por México y en formato ebook para todo lector que no siente nostalgia por oír crujir las hojas cuando lee. Esta versión «corta» de esa carta quiere sembrar las ganas de conocer la primera obra de Khosravi traducida al castellano entre otres migrantas y refugiados y otres cronistes de la movilidad.

Advertencia para el y la lectora. Hay que leer este texto por ratos, para poder respirarlo y llorarlo. Para los mesoamericanos, este libro ofrece formas concretas para narrar la ira y la vergüenza, la tristeza y el desasosiego que, a quienes hemos vuelto de los nortes del mundo, deportados o retornados por nuestro privilegio de clase, nos provoca ver a la Guardia Nacional en México o a los kaibiles en Guatemala, gaseando, golpeando, violentando a las familias migrantes del mismo color y habla que nosotros, intentando migrar en caravana o por grupos para atravesar este país frontera, este país tapón, este país infierno, este país refugio, este país en el que les damos la bienvenida a esos migrantes a una nueva forma de intemperie.

1. ¿Por qué leer esta autoetnografía?

Por el uso complejo de la palabra viajero y lo que evidencia en torno al costo de sostener la necropolítica, en millones de euros, con las que se erigen fronteras y jerarquías de clase. Porque este libro nos habla del atrapamiento en una transitoriedad permanente de los migrantes, refugiados, apátridas, fugitivos, indaga sobre la espera y la esperanza. Nos explica los efectos del fetichismo de las fronteras en las vidas de quienes se desplazan, nos desafía sobre el nacionalestadocentrismo de nuestra imaginación política y la episteme moderno colonial.

Porque nos interpela a diseccionar las diferencias y similitudes entre las fronteras y los muros, al mismo tiempo que nos ofrece espejos, diálogos, entre Irán-Afganistán-la Europa Fortaleza y México-eeuu. Imágenes, es un libro lleno de imágenes, sobre las poblaciones fronterizas y las que transitan las franjas fronterizas, gente que allá y acá temen a los funcionarios y policías más que a los «traficantes» de mercancías, personas o sueños.

Porque habla de la existencia siniestra de la categoría de migrantes ilegalizados de segunda generación y sobre la violación, en su mayoría de mujeres, en muchas fronteras del mundo, y lo cuenta sin el sesgo pornonecropolítico con el que se narran las muchas formas de terror infringidas en los cuerpos de las mujeres y sus hijas e hijos que transitan por países retenes, de este otro lado del mar. Porque ofrece imágenes, otra vez, espejos, que dialogan con las ciudades cárceles en el Oriente Medio con las que denuncian ahora los migrantes africanos atrapados en Tapachula, al sur de México.

Porque Yo soy frontera es un libro que nos enseña que la alienación y la conciencia de sí de las que trató Frantz Fanon siguen sirviendo para entender(nos) y, por ello, me parece que es un libro fundamental para quien sienta pulsión teórica y vital en torno a la apuesta por una autorepresentación radical en clave de lucha y dignidad de las personas migrantes. Que reflexiona en torno a la mirada fronteriza como un dispositivo conceptual que nos permite hacer evidente la «basurización social», la «nuda vida» de Agamben, con la que se estigmatiza a los migrantes allá y, otra vez, que dialoga con la maratización de nuestras juventudes e infancias de este lado del muro.

Hay que leer este libro porque es un espejo y un testimonio-episteme sobre las luchas migrantes y la pulsión de vida en escenarios de muerte, como el neoliberalismo global.

¿Para qué sirve este libro, o por qué todo profesor de ciencias sociales debería usarlo en sus aulas?

Yo soy frontera sirve para argumentar, con trucos concretos, que toda verdad de quien solicita refugio es «creíble». Sirve para demostrar que desde siempre se trafica con casos de asilo y vidas necesitadas de refugio.

Este libro sirve para explicar qué son las fronteras y qué se siente atravesarlas o atorarte en ellas. Para desnaturalizar la asfixia. Para rastrear la esperanza. Para politizar la discusión sobre la genealogía colonial y racista de las fronteras y los muros. Para des/cubrir, una vez más, la fantasía y la ficción contenida en el dispositivo moderno liberal del concepto de ciudadanía y en el de soberanía. Para entender cómo «el estado ejerce la frontera en los cuerpos de los viajeros». Para descubrir cómo es que un benjaminiano construye un repositorio de memorias migrantes. Como el autor dice: «coleccionando historias de “ilegales”: apátridas, solicitantes de asilo fallidos, personas indocumentadas, no registradas, escondidas, clandestinas».

Yo soy frontera sirve para demostrar, como afirma el último y melancólico Arjun Appadurai (2019),1 que ante la barbarie nos queda oponer la memoria, conservarla, abrazarla para que sobreviva al exterminio.

Este libro sirve para usarlo como ejemplo del método autorreflexivo, de la autoentrevista bourdeana, de la autoetnografía y sus diferencias con la autobiografía. Para insistir en el poder de la escritura y la poesía como puente y dispositivo antifronterizo. Para dialogar con el ethos del martirio y el dolor en Irán y reconocer ecos en el ethos de la violencia que hoy practican los violentólogos con becas estatales en el «México de la guerra contra el narco».

Esta autoetnografía de un pensador exílico, siempre «fuera de lugar» como el palestino Edward Said, sirve para pensar sobre la tierra y el territorio, sobre la extranjeridad permanente a la que las sociedades mestizas de Nuestra América condenan a los Otros perpetuos.

Este libro sirve para tesistas y colectivas que buscan re/conocer un «estado del arte» sobre fronteras y racismo, para conocer el «estado de la discusión» tanto de la migración internacional, como de la batería conceptual menos hidráulica y más insurgente para pensar críticamente los procesos de movilidad humana.

Pero sobre todo, Yo soy frontera sirve para des/cubrirnos y mostrar a nuestros estudiantes y tesistas una especie de mapa por repositorios de memorias migrantes en clave de autorepresentación radical. Sus páginas están llenas de referencias a libros, memorias, testimonios, charlas, películas, canciones, poesías, memoria escrita en primera persona por muchos interlocutores vivos o ya muertos y el testimonio escrito de muchos otros viajeros de diferentes sistemas migratorios. Este libro es una propuesta curatorial sobre cómo concretar ese desafío que los colectivos de migrantes llevan décadas planteando: «Nada sobre migrantes sin sus voces». Hay pistas muy didácticas sobre cómo hacerlo.

Es un libro que sirve para demostrar que hay muchas otras formas de calcular la economía política de la nostalgia de la que habla Shinji Hirai (2009).2 Para comprender que hay un valor de uso en las palabras que narran la saudade y añoranza que hubieran seducido a nuestro maestro Bolívar Echeverría.

Es un libro para dialogar con historias de «perpetradores» de todos esos crímenes con las que se gestiona la fantasía necropolítica de una migración «segura, ordenada y regular». Es un libro que habla con y de coyotes buenos e ilustrados y con traficantes malos y bastardos, funcionarios de aduanas, contratistas de migrantes «sin papeles», un libro que atrapa las tramposas formas en que profesores viven de la migración sin ejercer escucha activa de las historias de los migrantes, sin ir a terreno. Es un libro que sirve para entender todo tipo de subjetividades implicadas en la industria de la migración, ya sea porque Shahram Kroshravi los entrevista en sus viñetas biográficas, o que resulta del oficio de hacer arqueología de conversaciones, películas o libros en clave de biografías.

Otra vez, y hasta que cale de veras en nuestro imaginario moderno ilustrado, este libro sirve para despertar de la fantasía moderno liberal sobre la ciudadanía como dispositivo de derechos y como membresía política. Yo soy frontera sirve para entender una crítica radical al derechohumanismo libreral desde un ciudadano no ciudadano del todo. Para desmitificar la noción de hospitalidad y su colonialidad intrínseca, para descubrir por qué toda hospitalidad es hostil si parte de presumir la pertenencia por sangre o raza.

3. Y para no reificar este testimonio/archivo migrante: lo que me incomoda del libro.

Me incomoda el uso de categorías que nos desechabilizan. Somos seres de palabra y que se nos trabaje teóricamente como «invisibles, sobrables, desechables», nos otorga también una enunciación ética y estética y aunque sean varones blancos muy respetados y leídos en la academia, tipo Agamben, tanto en la zona del ser y la del no ser, creo que conviene desafiar esas formas de desechabilizar nuestra existencia con la mirada de otras pensadoras como les migrantes que hablan en el libro o invocando a Judith Butler (2010),3 porque como esta feminista, considero que ninguna vida es nuda y, como nuestros compañeros migrantes dicen, ningún ser humano es ilegal. Pero sí que agradezco la pedagogía en la prosa de Kroshravi para explicar a esos varones blancos, porque tiene eficacia comunicativa para las aulas.

En este libro me incomoda la noción dicotómica de hogar/nación/nacionalidad, su falso vínculo con el territorio, no la tierra. Como mesoamericana, la tierra es una, la territorialidad es otra. El hogar es donde nuestras ancestras están dispersadas para transitar al Mictlán. El territorio es el volcán o el río, la playa o la banqueta en donde sostenemos tramas comunitarias poscoloniales para la sobrevivencia. Unas mestizas y citadinas, muchas indígenas y campesinas. El territorio es para nuestros pueblos el espacio donde se entierran nuestros ombligos al nacer, la madre tierra. El territorio no está atrapado en el nacionalestadoncentrismo de la tradición moderna occidental. El territorio es Tonantzin, el vientre, el fuego, el aire. Hay pues, otras maneras de nombrar la relación tierra/territorio/pertenencia/arraigo. No es un desafío para este pensador persa, es un gesto de incomodidad desde este lado de uno de los muchos muros del mundo contemporáneo. En todo caso es una invitación a debatir ese devenir utópico que merecemos más allá del cosmopolitismo y el universalismo eurocentrado.

Por todo eso, y para celebrar la palabra de este viajero:

Esta lectora que sigue digiriendo este libro/vida quiere dar las gracias a toda la gente que ofreció a Shahram el viajero una hospitalidad radical, popular, genuina, porque sin los «coyotes» buenos, sin las mujeres que les cobijaron en sus casas, sin los consejos-tesoros de otros viajeros, no estaríamos hoy ni escribiendo estas líneas unas ni otras leyéndolas. Por eso gracias a todas las que refugiaron y refugian las vidas de sus otros iguales. Porque creo que este libro, más allá de los para qués y los por qués de su lectura, revisión, apropiación, es un manifiesto de que no nos hemos barbarizado como desearían Frontex o ice o el inami mexicano o los kaibiles guatemaltecos. Este libro es el testimonio de muchas formas de desobediencia frontal a las fronteras por parte de migrantes y refugiados, apátridas y asilados, pero también de las sociedades que les ven partir, transitar, llegar, volver deportados. Es un álbum precioso de prácticas concretas de solidaridad humana entre los desposeídos.

Por eso, propongo que los ecos que Yo soy frontera genere en nuestras aulas y textos, en nuestros sueños y pesadillas, sean un homenaje a todas las personas que siguen siendo humanas, que con sus acciones concretas, sus desobediencias latentes o manifiestas oponen humanidad al régimen de fronteras que intenta barbarizar la existencia de quien se desplaza, que quiere el borramiento de quien desafía fronteras.

Agradezco con esta larga carta la palabra de Shahram Koshravi, porque a través de ella hoy están nombrados en los archivos de nuestras luchas migrantes las prácticas de reconocimiento de las Otras por Otras perpetuas en su propia tierra. Es en esa apuesta de hospitalidad radical, incondicional, de desobediencia manifiesta a las muchas formas de frontera donde yo reconozco la politicidad del esfuerzo de construir memoria sobre nuestros pueblos y nuestras luchas.

Muchas gracias a Shahram, a Virus por hacer de puente, por contarnos otras muchas estrategias para conseguir vidas que se puedan vivir, celebrar y rememorar. Leer este libro me hizo recordar una intuición que hoy está muy bajita de energía, porque en el oriente de la Ciudad Monstruo en la que vivo y enseño, la impunidad volvió a abrir heridas, grietas, colapsos. Y murieron casi treinta personas de mi comunidad, porque la clase política mexicana en su conjunto y los empresarios que quieren construir un tren maya no construyeron bien, no dieron mantenimiento, fueron corruptos y el metro, como nuestro estado, colapsó.

Este libro me hizo pensar que no siempre estoy de acuerdo con Walter Benjamin, porque, a pesar del derrumbe del metro Olivos, en Tláhuac, o de todas las formas de violencia que Yo soy frontera narra, intuyo que siempre habrá lugar para la poesía, sobre todo en y desde las fronteras. El libro es prueba de ello. Cómprenlo, circúlenlo, talleréenlo, llórenlo, ríanlo, siéntanlo.

*Texto escrito para la presentación del libro el 7 de mayo de 2021 en el canal Youtube de IISUNAM.

Yo soy frontera

Shahram Khosravi

Virus Editorial

2010 · 256 páginas

978-84-17870-08-9