Columnas

Where You Been

Wenceslao Bruciaga

Dios es gay: ¿dónde quedaron el orgullo y el Nevermind?

Hablando desde el resentimiento: me sigue pareciendo injusto y escandaloso que el onomástico por los treinta años del Nevermind pase de largo. Inadvertido como los discos y conciertos de Elbow. Que nadie compra y a los que nadie va. Cuando es de las grandes bandas que ha dejado la cruda del britpop. Sus letras son de un absurdo tan entrañable que te descolocan sin que te des cuenta. Así es el mainstream. Una madame corrupta que cotiza el placer.

Desde luego, entiendo las razones por las cuales esto sucede. Seguimos sin saber bien a bien qué pedo con el futuro inmediato de la pandemia. A nadie le importan los treintones puesto que el mundo le pertenece a la inmediatez digital de los veinteañeros. Y los gays están muy preocupados y neuróticos deslindándose de la derecha, como para poner atención a un disco que además de cantarle un tiro al pop, se aliaba con las causas de la lucha gay infringiendo las normas de la decencia buga.

Cuando Kurt Cobain gritaba al final de «Stay Away» que «Dios es Gay», prendía fuego a los valores sagrados de las iglesias que alimentan la homofobia con su repulsión al sexo antireproductivo. Al colocar a Dios en posición de sodomía, declaraba la guerra al pecado y todos sus mojigatos ensayos de infundirnos miedo al infierno en cada sermón de domingo. Quién lo diría. Veinte años después, vemos gays aplaudiendo los coqueteos del Papa Francisco hacia los sodomitas homosexuales, haciéndoles creer que la iglesia católica no los repudia tanto. Siempre y cuando no se dejen llevar por su lujuria anal. Lo cierto es que el Vaticano siempre termina por desmentir al Papa y los gays vuelven a hacer las maletas rumbo a las llamas eternas.

La iglesia nos odia. La frase tuvo su origen en los grafitis que escribió el mismo Kurt en las bardas de Aberdeen y Olympia, cerca de Washington. Atrevimiento que le costó un arresto. Existe una famosa ficha policial de Cobain con su típica foto gringa de frente y de perfil.

Ninguno de los cantantes de las nuevas generaciones gays se han atrevido a blasfemar tanto como lo hizo Nirvana. Para empezar, la música, en casi todos sus géneros, se ha suavizado. Con eso de la deconstrucción de la masculinidad tóxica, al parecer, todos quieren cantar sobre los lloriqueos que les provoca su recién descubierta hipersensibilidad. Nirvana también lo era a su manera. «Polly» y «Lithium» son tracks donde la sensibilidad es la que inspira el pesimismo que supura gritos.

Curiosa lucha contra la invasión de la derecha de la mayoría de los nuevos cantantes gays, pues las temáticas de reivindicaciones homosexuales no distan mucho de los preceptos conservadores. Solo tienen voz para instituciones que ya han evidenciado su fracaso, como el matrimonio, la monogamia romantizada o el consumismo feroz como vía de inclusión que todo lo envuelve en banderas de arcoíris. La mutación de las ideas progresistas como nuevo convencionalismo social, quitando a la homosexual cualquier fisonomía de transgresora inestabilidad.

Por supuesto el odio a sí mismo de Kurt Cobain no tiene cabida en una era cargada de autoestima sofisticada. Aún cuando el Nevermind se adelantaba a la deconstrucción de los pilares. Y Cobain terminó cancelándose a sí mismo. Ha sido de las grandes lecciones de Nirvana. Estamparnos en la jeta la inevitabilidad de la muerte. Algo que no existe en quienes postean sobre el presente como si nunca fueran a envejecer.

I have very bad posture