Lecturas

La deconstrucción contra la tiranía del dogma

Elisabeth Roudinesco

Utilizado por primera vez en 1967 por Jacques Derrida (De la gramatología), el término «deconstrucción», que ha tenido una gran fortuna en todo el mundo, proviene del vocabulario de la arquitectura y de la obra de Martin Heidegger (1889-1976). En su origen, designa la deposición de una estructura destinada o no a ser reconstruida. En el corpus heideggeriano, dos términos tomados de Ser y tiempo (1927) son utilizados para designar un proceso que busca criticar la teología o la metafísica para despertar, en la época moderna, y siguiendo a Edmund Husserl (1859-1938), la cuestión del «sentido del ser» y de su «olvido» en la historia de la filosofía occidental:

Destruktion y Abbau. El primero se refiere a la idea de «de-sedimentación», gesto a través del cual sería posible reapropiarse una experiencia original del ser que habría sido ocultada. El segundo significa, al mismo tiempo, desmontaje y desmantelamiento. De ahí que, en 1955, el filósofo francés Gérard Granel haya traducido Abbau por «deconstrucción».

Sin embargo, para Derrida la deconstrucción no es un concepto ni un método ni una noción, sino más bien un acto, un acontecimiento o algo imprevisible que no está ligado a la doble tradición de la Destruktion y del Abbau, sino a un trabajo del pensamiento inconsciente en el sentido freudiano: eso se deconstruye. No es necesario un sujeto o un método para constatar una realidad, es decir, «aquello que ocurre»: un mundo o una época se deconstruyen bajo nuestros ojos sin que podamos impedir ese acontecimiento. Una carta no llega necesariamente a su destinatario.

Así, en abril de 1985, cuando Mijaíl Gorbachov dio el nombre de perestroika (reconstrucción) a las reformas económicas que debían poner fin a un sistema político-económico esclerotizado, instaurando una política de libertad de expresión fundada en la glasnost (transparencia), ciertos intelectuales rusos marcados por el pensamiento de Derrida dijeron que se trataba de un proceso de deconstrucción del marxismo, del comunismo y de la Unión Soviética, algo de lo que Gorbachov, el iniciador de todo ello, no era necesariamente consciente.

Bajo esa perspectiva, en 1993 Derrida dictó una conferencia, Espectros de Marx, en homenaje a un militante comunista sudafricano asesinado por un racista, y en ella mostró que, cuanto más anunciaba la sociedad occidental la muerte del comunismo, más obsesionada estaba por la «espectralidad» de Marx. Un espectro recorría de nuevo Europa: el nombre de

Marx. Y proponía reflexionar sobre el porvenir de un mundo que estaría dominado por los ideales del liberalismo, que también estaba destinado a deconstruirse a fuerza de ser hegemónico.

Utilizar ese término, cuando se es filósofo, historiador o sociólogo, es querer deshacer —y no destruir o disolver— un sistema de pensamiento dominante. Es resistir a la tiranía del uno y preferir lo múltiple, y también lo contrario: no fetichizar lo universal en detrimento de la diferencia, ni la diferencia en detrimento de lo universal. También existe un uso gramatical del término: «trastorno de la construcción de las palabras en la frase». Una lengua puede deconstruirse tan solo con la transformación natural de la mente humana. Un ejemplo reciente: la lengua se feminiza antes de que la Academia legisle sobre ese tema.

La deconstrucción es el instrumento que permite criticar el dogmatismo, es decir, la transformación en catequismo de movimientos o doctrinas innovadores que se convierten en su contario al abandonar su proyecto inicial: el psicoanálisis, el estructuralismo, el marxismo, el feminismo, el sionismo, etc. Así, la fuerza de ese término radica en el hecho de que Derrida siempre se consideró un «heredero» de esos movimientos y de esas doctrinas, de las que él supo reconocer su momento dogmático.

Por ello, afirma que la mejor manera de ser fiel a una herencia es siéndole infiel. Nadie debe repetir como un loro las enseñanzas de un maestro. Siempre debemos deconstruir aquello que heredamos para reinventar un pensamiento que tome en cuenta el pasado para comprender mejor el porvenir.

El término «deconstrucción» se impuso en el mundo entero hasta el punto de ser utilizado para todo y de forma equívoca, debido a su éxito. Invitado durante años a dar clases en las universidades estadounidenses, Derrida recibió una acogida triunfal, al igual que otros pensadores franceses (Foucault, Bourdieu…), hoy odiados en su propio país por polemistas reaccionarios cuya notoriedad no llega fuera de las fronteras de Francia. Así, han acusado a Derrida de ser el Papa de la insensatez, de ser heideggeriano (y, por tanto, sospechoso de complicidad con el nazismo), de ser responsable de la decadencia de Occidente al visibilizar a toda una población nefasta para la civilización: homosexuales, marginales, transgéneros…

Pero, por otra parte, quienes en todo el mundo se reclaman de la deconstrucción, no están a salvo de ceder a su vez a un verdadero catequismo. Para escapar de ello, tendrán que deconstruir su propio deconstruccionismo: deconstruir a Derrida. Porque el término de deconstrucción, en su principio mismo, significa que nadie escapa a la tiranía del dogma, excepto si acepta ser infiel a su herencia.

Traducción de Ernesto Kavi