Lecturas

Los víveres

Marie de Quatrebarbes

Julio

1.

Ordenando las cosas, reconocí la mirada de su perro en la de Clint Eastwood. Era una taza de porcelana japonesa rota, en la taza japonesa que. Los niños fueron los primeros. Después, había un loro al que le decía: es tarde, vuelve a tu casa. Tenía miedo cuando yo estaba sola y llegaba la noche. El mes anterior, recuerda que le llamé una noche, en el parque desierto. Las luces parpadeaban y estaba ebria. Cuando se derrumbó el mueble en el que guardaba las tazas japonesas que le regaló la abuela, conservé preciosamente las lágrimas en que las imagino.

2.

Al verla esta tarde, la totalidad, verla, se detuvo frente a la inscripción que la nombra súper, memorial, excelente. Afuera, el humo de un champiñón improvisa el humo que sube de una repisa. No puedo decir si fue breve, o si se escapó de un plano extremo de claridad. Al verla escapar, el movimiento se hizo. Es la noche. Los llantos están en equilibrio por encima de la sábana vertical. Las pestañas parpadean el humo en búsqueda de un conflicto exterior. Constante es un número incalculable de veces. No digo que constaten la desaparición, digo que no están seguros de verla.

3.

Cortar el cabello de la abuela con tijeras de costura fue muy sencillo, a pesar de que las tijeras no estaban hechas para eso. Del armario desmontado punto por punto, conté los aros para servilleta sin nombre. El libro, muchas veces anotado, las frases en los márgenes retoman los márgenes del texto. Creo que hablaba de una muñeca cuyo cuerpo era como. Momwey es el objeto de mi desconcierto. Con él, me imagino un compañero que me une a otros nombres que no son el suyo.

4.

Me gustaría escribir frases dentro de otras como muñecas rusas. Guardar en su vientre hueco de madera un secreto puede preservar: una rosa está en una rosa, una abeja en una abeja. Soñé que te habían puesto la cabeza al revés, y que era necesario sostenerte los hombros para que no cayeras con la cabeza invertida. Tu rostro habla por aquel que no dice nada. Ahora que te miro tengo la impresión de que alguien corre por tu peinado.

5.

Nos acostumbramos a las escrituras inclinadas donde ya no hay niños, cuando se han vuelto grandes y sus ojos retroceden en el rostro. Hablas de una imagen de calcetines arrugados. La loza no tiene pliegues. El cuerpo es el mismo de las etapas precedentes, con la risa que fue el sonido que produjo. Está el escándalo de una posesión, el shock que se invita a mi mesa, luego comienza otra partida. Nosotros nos ocuparemos del esqueleto, pequeño. Ya no soy la que era como la niña que fui una sola vez. Las sillas en círculo, coordinadas, vacías, en las que el programa no asienta nada, recrean la desaparición de la que tenemos el papel principal.

Traducción de Ernesto Kavi