Recomendación de los editores

La rabia específica

Claudina Domingo

Carlos Manuel Álvarez es autor de tres libros narrativos muy distintos; no solo en sus temas y sus acercamientos estéticos, sino en la dicción emocional desde la que observa la realidad de la que el autor no solo es testigo, sino un personaje obligado. Falsa guerra, la novela que reseño ahora, es consecuencia literaria de los libros anteriores. En ella, el periodista cubano crítico no solo ha pasado por la observación de las causas y los efectos de la dictadura cubana que describe en las crónicas de La tribu, y por el drama expuesto en un núcleo familiar expuesto en Los caídos, sino que ha vivido el exilio con episodios desastrosos como su paso por la Ciudad de México y sus pérdidas personales durante el terremoto de 2017. La consecuencia de ello es la prosa más plástica y la narrativa más aguda del autor hasta el momento.

No todas las personas que viven situaciones históricas críticas se convierten en cronistas de su época, no todos los cronistas de su época son escritores agudos, pero además, no todas las personas que sobreviven a las situaciones históricas dolorosas desean contarlas. Uno de los impulsos de la supervivencia es dejar atrás el pasado, «convertirse» al algo: otra persona, otro país, otra religión, lo que sea. El desarrollo dramático en Falsa guerra es en sí mismo un acontecimiento al que la inteligencia del autor no pretende engañar: ¿narrar los hechos o narrar el «producto» final de los hechos?

En Falsa guerra, mientras se narran travesías de otros cubanos dentro y fuera de Cuba, el autor enfrenta la trama más íntima: la transformación a través del reconocimiento del dolor de quien ha tenido que convertirse en testigo de su tiempo, y encima de ello, en testigo de sí mismo en su tiempo. ¿De qué viven, moral y emocionalmente las personas que han visto la decadencia de un sistema ideológico que se antojaba imperecedero? Cuando el narrador recuerda que en la playa, siendo adolescente, representó (actuó) la hazaña de un héroe soviético, nos recuerda que somos la herencia de un siglo xx que no solo creyó en los héroes sino en que esos hombres y mujeres luchaban por un ideal, no por el éxito social y, por supuesto, no por un poco de comida. Cuando los personajes que Falsa guerra desgrana en subtramas se ven obligados a cometer el desacato de salir de su desamparo, nos encontramos no solo ante una crónica social, sino ante el drama cada tanto revisitado de la disputa entre el individuo y su responsabilidad común, su ser social. Y esa lucha interior provoca no solo la desconfianza entre las personas, los desencuentros entre los familiares, y una disputa (también interior y silenciosa) entre la tentación de salir del país y la tentación de quedarse. Una parálisis no solo temporal sino narrativa recorre a todos los personajes que aparecen en esta novela.

Falsa guerra narra el periplo de la intensa «procesión que va por dentro»: «un exiliado, que iba germinando en el mundo a través de la semilla de la ira. Si llegaba a experimentar ese horror en todas partes, era señal de que había diluido la patria, pero también de que la había vuelto absoluta. El exilio era la extensión de un país, no su renuncia y el odio pasaba a ser una devoción errante». La intención de todas las formas de utopía o felicidad social es borrar (u omitir) la tristeza personal. Y el objeto de las sociedades de arropar a un exiliado es extraerlo de su desgracia personal, que es social. Se trata, de igual manera, de un acuerdo que se puede suscribir o no, pero que no deja muchos caminos: el exiliado se dedica a rabiar contra el país del que proviene o se convierte a la felicidad de otro país. El camino intermedio, se da por sentado, es insensato y anticlimático.

La guerra que vive el narrador es la de una persona que no puede desprenderse de la memoria histórica, porque lo constituye, y la de un futuro en el que el dolor es un estorbo. La reflexión en torno a este desencuentro de sistemas y «tiempos» históricos es el núcleo de la novela y del personaje narrador, que parece lanzado justo a lo que quiso evitar al no plantearse como identidad absoluta aquella del disidente: relatar la injusticia y decadencia del sistema político que gobierna su país para terminar retratándose a sí mismo en ese cuadro de aguafuertes. Pero si algo desarrolla con lucidez la prosa de Carlos Manuel Álvarez es la progresiva revelación de que las fuerzas que empujan a una vida itinerante lo enfrentan, digamos, casi fatídicamente, con el arquetipo que representa. El narrador se abre camino en su propia consciencia al mismo tiempo que en la trama y va descubriendo que solo hasta vivir hasta sus últimas consecuencias el personaje que ha encarnado es que otra narrativa se irá gestando en esa biografía.

La ironía y el cinismo parecieran un antídoto contra la tragedia. La gran vuelta de tuerca de Carlos Manuel Álvarez en Falsa guerra es reconocerlos como lo que son: sucedáneos a los que se recurre pero que es necesario atravesar si quiere llegar a escribir con profundidad sobre una época y una circunstancia que lo ha tomado en la larga curva de principios de siglo.

El humor está presente, pero tampoco se regodea en la crueldad, sino que vuelve al punto en que la mirada busca más allá de la falibilidad propia y ajena y puede entender el drama que habita a quienes por algún momento tiene que visitar, como si fuera una aduana imposible de librar, la tragicomedia: «Es jodida la situación en la que una persona tiene la culpa y no al mismo tiempo, típico de la gente que ronca al lado de uno. No dejan dormir y ellos duermen a toda mecha. Pero no solo eso, sino que mientras más profundo duermen, menos duermes tú».

Es ahí, también, donde la forma y el discurso literarios se entretejen en una estructura compleja que va exponiendo al lector las múltiples historias que se entrecruzan, desde La Habana a Miami, pasando por la Ciudad de México. A través de los segmentos que cada capítulo contiene, y que reaparecen a lo largo de la novela («Miami Beach», «The Fanatico’s choice», «Íntimas cartas de amor», «Sospechosos habituales», entre otros), el narrador abre una galería donde los personajes, si bien tienen diferentes historias, comparten un elemento común: se encuentran en un mundo que les exige posturas pero que constantemente les presenta obstáculos para decidir y les niega o les escatima algo de la ternura o la empatía que se necesita para sobrellevar una época confusa de tan tumultuaria.

El propio narrador manifiesta esta sensación contemporánea de confusión: «Es natural, de algún modo, morirse en París. Territorio consagrado, lugar de llegada. Lo desconcertante fue nacer aquí, piensa el exiliado. La muerte es uniforme, el nacimiento es específico». Falsa guerra se puede leer como una novela fractal, como una autobiografía y como una crónica contemporánea y eso lo convierte en un libro irrepetible dotado de una gran capacidad expresiva y de una prosa luminosa que, al mismo tiempo, no sucumbe a la tentación de la ornamentación, sino que se compromete con la reflexión profunda del drama que da origen a la rabiosa y lúcida travesía literaria de Carlos Manuel Álvarez.

Falsa guerra

Carlos Manuel Álvarez

Narrativa

2021 · 248 páginas

978-84-18342-28-8