Escupiendo extraños: treinta años de Pavement en San Francisco
Fue un martes 13 de septiembre cuando una manada de cuarentones, la mayoría con bermudas y camisas a cuadros de manga larga, nos reunimos en las plateas del Masonic Center, sobre la calle de California en el barrio de Nob Hill de San Francisco, para ver una de las bandas que promovieron un exiliado orgullo por la desilusión anticipada. Pavement refrendó el eslogan del no future para la generación X, pero sin echar mano de la furia. Era una banda demasiado cansada incluso para encabronar a sus fans contagiándolos de rabia. Lo suyo fue un minimalismo de asfalto de mala calidad, pero adictivo como la siguiente lata de cerveza fría, y de ahí que el nombre sea de los más certeros y mejores en la bibliografía del slacker. Pavement, que podría traducirse como pavimento o acera de concreto, es la descripción directa de su sonido. No podría ser más atinado. Era la segunda de tres noches que la banda tenía reservada para la Bay Area: «¿Por qué rayos tengo más fans aquí que en la ciudad donde vivo?», preguntó Malkmus refiriéndose a Portland. «No somos tan pinches raros», le dijo Bob Nastanovich, que además de la guitarra hacía de segunda batería con un pequeño juego de percusiones. El resto de la alineación permanecía clásica e intacta desde su última gira en 2010 y último disco del 99: el legendario Mark Ibold en el bajo, Steve West en la batería y Scott Kannberg y Stephen Malkmus protagonizando el reencuentro. La única invitada especial fue la prendidísima tecladista de los Minders, Rebbeca Cole, quien aportó el deslizamiento juvenil y femenino que sonsacaba el club de Toby de su propia nostalgia.
Después de llenar la manta detrás de los instrumentos con el icónico logo de Pavement, emulando la tipografía hecha a mano de la portada de su primer álbum Slanted & Enchanted, de 1992, Stephen Malkmus rasgó la primera canción de la noche: «Frontwards». Llevaba unos pantalones tipo chino con la camisa desabrochada y el sentido del humor abrasivo e intacto.
También es cierto que todos los nombres de las bandas slacker, el género del rock con el acorde que más define la incuria de los noventa, son envidiablemente geniales. Del cual Pavement es su perezoso rey con la corona chueca. Hablamos de que no solo fue la última década del siglo xx. Un milenio también llegaba a su fin, nervioso, catatónico, desorientado frente a las futuristas evoluciones que supondría la llegada de un año que empezaba con el número dos y varios ceros que en la imaginación caían como lluvia algorítmica de Matrix.
No obstante, a Stephen Malkums y Scott Kannberg, fundadores de la banda, nada les interesaba la tensión del premilenio que sí atacó las mentes de Mark E. Smith, de The Fall, y Tricky, por ejemplo. Ambos produjeron los discos que mejor resumieron la angustia de un futuro que exigía demasiado optimismo tecnológico: The Marshall Suite y Pre-Millenium Tension, respectivamente.
Pavement surgió como un grupo anti-tecnológico, motivado por una aparente desidia cobijada por el sol californiano de Stockton, la ciudad que los vio nacer y considerada la más peligrosa de California por sus niveles de delincuencia y alto consumo de drogas en las calles. Aunque sin duda bebieron del nihilismo de The Fall, con quien se les empezó a comparar apenas salieron del circuito universitario. Ni bien tarde cuando le llegó el chisme junto a un par de casetes producidos con la inevitable calidad lo-fi de los demos, Mark E. Smith dijo que Malkmus y Kannberg no tenían el talento para escribir una sola buena idea para una sola canción. En respuesta, el dúo le respondió que de hecho casi nunca escuchaban a The Fall y su influencia estaba alcoholizada por la música de los Replacements.
Curiosamente, el mustio sentido del humor sería algo que unificaría a Pavement y The Fall por el resto de sus días. O hasta la muerte de Mark E. Smith. Por ejemplo, antes de sacar «Unfair», la canción más encabronada de Pavement para mi gusto, Malkmus le preguntó a Ibold: «¿Estás listo? Acéptalo, te sientes mejor con nosotros que con Sonic
Youth». La diferencia con The Fall es que en Pavement hay un rastro de melodía que envuelve e hipnotiza a los hedonistas enclenques como yo. Baladas que arrastran desdicha, monotonía y cerveza por igual.
El concierto fue un hervidero de morriña de humor seco en el que sonaron los grandes éxitos que los hicieron tan famosos como para considerarlos la mejor banda alternativa de los noventa con una discografía de cinco álbumes, Cut Your Hair (el más popular en la rotación de mtv), Spit on a Stranger, Gold Soundz, The Hexx, y por supuesto Stereo. Malkmus resultó ser un showman que se arrastraba hipnótico por el suelo del escenario para luego sostenerse sobre sus rodillas como lagarto delgaducho y atractivo que despierta velados susurros homoeróticos que me hicieron recordar las sensaciones que experimenté la primera vez que escuché a Pavement, nostalgia por aventuras no vividas y fascinación por hombres con gorras de beisbol y mal aliento que me excitaban de muy mala manera. Mientras Nastanovich se encargaba de los gritos que superaban el volumen de los instrumentos.
Conocí a Pavement por los soundtracks que armaba Hal Hartley para sus películas, que sentaron las bases del montaje indie publicados por el sello Matador Records. Empecé a leer reseñas de sus discos en revistas como la Spin, Pulse!, la de Tower Records o fanzines como Ben is Dead. Hay un capítulo de Beavis and Butthead en donde aceptaban que su sonido era bueno pero deberían esforzarse más, entre sus diabólicas carcajadas. Tenían razón, los desafortunados de la generación X éramos unos huevones existenciales convencidos de que el futuro solo era una extensión de la miseria actual. Luego entendí que esas distorsiones holganzas eran su forma de entender la planicie emocional que conformaban la ironía de los noventa frente a los avances tecnológicos que aumentaban de velocidad sin darnos cuentan. Si en algo se equivocaba Mark E. Smith es que Pavement tenía más de una buena idea y esa brillante capacidad de desgranar el mundo desde una trivialidad desfavorecida. Capacidad que detectó Hartley y por eso insertaba canciones como «Here» en los diálogos más agudos, cuando los personajes se cuestionaban su identidad en una sociedad como la gringa que exige un control absoluto sobre todo.
Lo único malo del concierto fue que tocaron la versión más justiciera de «Here».
Como la banda, la mayoría de los asistentes que llenaron el Masonic Center éramos hombres, y Pavement es una banda de tipos blancos. Pero la dilatación musical fue tan perfectamente aletargada a como suenan en sus álbumes, y quedamos convencidos de que ya estamos viejos como para darle cualquier causa al rock.