Lecturas

Por qué no he escrito

Nell Leyshon

Con la esperanza de que escribir sobre no escribir me pueda hacer escribir, he estado pensando sobre las razones por las que no he escrito:

1. Comenzó durante la pandemia

Yo no soy una escritora que busca un escritorio en una habitación silenciosa: necesito ruido e interacción, observación y escuchar conversaciones ajenas. La escritura me llega como la hierba entre piedras del pavimento: si se intenta contener a la naturaleza, una parte de la misma sobrevivirá.

Una casa vacía y un cuerpo inerte tan solo traen aburrimiento.

El silencio tan solo trae silencio.

Mi hijo regresó a la casa durante la pandemia y al principio yo estaba muy agradecida, pues la casa estaba plena de energía y conversación. Él tenía un trabajo temporal, pero después se terminó, y tenía los días libres. Me había contado que la escritura le llamaba, y había comenzado a experimentar, pero ahora algo había cambiado. Lo miraba llenar días y páginas por palabras, la tinta digital fluía sin esfuerzo. Me hizo recordar el primer torrente de amor por la escritura, cuando no sabía lo que no sabía, cuando escribía tan fácilmente como respiraba. Me hizo darme cuenta de cómo escribo ahora, donde el pensamiento absorbe el 95% del tiempo, y la escritura el 5% restante. Y lo que escribo en ese 5% a menudo se ve borrado.

Soy muy dura con las palabras. Manan de mí con reticencia.

Entre más escribía mi hijo, menos escribía yo.

Era como si al interior de los muros de la casa cupiera un número determinado de palabras, y él estuviera utilizándolas todas.

2. La muerte es un concepto abstracto, hasta que ya no lo es

Mi madre murió el año pasado, y a pesar de que era mayor y no tenía una gran salud, ahora me doy cuenta de que en realidad pensé que jamás moriría.

Era una artista, una iconoclasta. Y muy a su estilo, no nos pidió ayuda. A la mitad de la noche, se trasladó a sí misma al hospital en donde se marchó de este mundo. Sin despedirse. Sin alborotos. Impasible hasta el final.

Siempre le hablé sobre nuestra extraña compulsión a hacer anotaciones en una página. Sus marcas eran imágenes y las mías eran palabras. Hablamos sobre nuestra necesidad básica compartida de hablar desde un centro oscuro de nuestro interior: no se trataba de hacer una carrera, o de cómo nos viera el mundo, sino que era la compulsión del artista: hacer, crear.

Su ausencia súbita me hizo cuestionarme: sin ella para hablar y compartir ideas, sin ella para dar aprobación a mis labores, ¿qué sentido tenía escribir? Y esa idea condujo a otra. ¿Qué sentido tenía cualquier cosa?

Hay momentos en nuestras vidas en que sabemos —en verdad lo sabemos— que un día todos nos marcharemos de este mundo. ¿Por qué escribiría en un momento en el que sé —en verdad lo sé— que esto es verdad?

3. No tenía nada qué decir

Escribo para poder decir algo. Al escribir descubro lo que pienso —lo que realmente pienso— en el interior profundo de mi centro oscuro.

¿Pero qué sucede cuando lo que pienso no me interesa porque hay otros pensamientos más importantes, como el hecho de que nuestro planeta se haya detenido y ni toda la voluntad del mundo podían ponerlo de nuevo en marcha, como el hecho de que estoy recién consciente de la realidad de la muerte, y como el hecho de que todas mis palabras están siendo utilizadas por alguien más (cómo se atreve)?

4. Pensar sobre oraciones es peligroso

En lugar de pensar sobre la trama y el contenido temático, comencé a pensar sobre el orden de las palabras, sobre la puntuación. Empecé a cuestionarme mis propias oraciones, que es como cuando alguien que fabrica casas cuestiona los ladrillos que utilizan. Si no tienes fe en tus ladrillos, y no crees que cuando añades ladrillo sobre ladrillo, construirás algo suficientemente fuerte para sostener un techo, no se puede construir una casa.

Mi hijo y yo tuvimos demasiadas conversaciones sobre la estructura de sus propias oraciones: cuáles comas eran gramaticalmente necesarias y correctas, y cuáles eran decisiones estilísticas.

Me pidió que leyera lo que escribía y yo sabía que mi respuesta le daría la confianza para continuar, así como la respuesta de mi madre a mi trabajo me dio la confianza para continuar. No podía decirle que no.

Pasé demasiado tiempo contemplando ladrillos, y dejé mis ladrillos de lado.

5. Qué sorpresa: me di cuenta de que no siempre tengo la razón

Hace diez años comencé a escribir una obra sobre música folk, sobre la relación entre la gente y la naturaleza, sobre la idiosincrasia británica y nacionalismo. (En realidad era sobre lo que yo realmente pensaba, dentro de ese centro oscuro, un lugar del que no hablo para que cobre existencia, sino que escribo para que cobre existencia).

No logré que la obra funcionara y la dejé de lado. No la quemé: he quemado muchos textos en el pasado, incluidas dos novelas enteras de las que no queda rastro, pero lo habría hecho, si hubiera tenido tiempo.

Un teatro pidió leerla y el director sugirió que la abreviara, que podría encajar mejor con mi sensibilidad. La obra apareció muy distinta, hasta que me pareció aceptable. Fue un éxito de crítica pero, más relevante, me gustó más que cualquier cosa que yo hubiera escrito.

Esto dejaba una gran pregunta: ¿qué tal que hubiera otros textos que hubiera rechazado —obras, novelas, cuentos— con obra que pudiera ser de igual calidad? Tiendo a ser demasiado crítica y desdeñar mi trabajo y comenzar de nuevo, pero quizá había estado tomando el enfoque equivocado. Necesitaba pensarlo seriamente.

Mi mente comenzó a buscar entre ideas antiguas. Encontró cosas que le intrigaban, y encontró cosas que consideraba valía la pena reevaluar. Encontró cosas que se habían originado en el centro oscuro, pero que jamás había logrado articular en pleno y sacar a la luz del día y plasmar ante el brillo de la página en blanco.

La palabra persistencia sigue viniéndome a la mente. Sin la persistencia no hay nada. Pero en mis momentos de debilidad, la escritura se siente como una lucha interminable y, ¿todo para qué? Un día todo esto habrá terminado. (Véase el número 2, más arriba, donde me doy cuenta de que en realidad todos morimos, hasta ella).

6. Encontré excusas y ahora se me terminaron

Cuando se me pidió que mandara un texto para esta revista, me di cuenta de que no tenía nada que enviar. Fui obligada a ver que no había estado escribiendo. Los ladrillos de mi casa y lo que sucedía al interior de sus paredes, me impedían utilizar mis frases, mis propios ladrillos de escritura.

Hilvané estas frases lejos de mi hogar, lejos de los pensamientos de los números 1 al 5. Y ahora, parece que las palabras vienen de regreso. El centro oscuro se ha despertado y exige atención. Al momento de escribir esto, también estoy tomando notas para un proyecto que comencé hace trece años.

El mundo no se acaba con la muerte ni la pandemia ni el robo de palabras por parte de un hijo. Sigue adelante, y la misteriosa necesidad de dejar marcas en una página, la lava al interior del volcán, hace erupción de nuevo.

Siempre es difícil responder la pregunta de por qué escribo, pero una vez más se ha vuelto irrelevante. La pregunta ahora vuelve a hacer qué haría falta para que dejara de hacer esta cosa que hago.

Traducción de Eduardo Rabasa