A las manos de PowerPaola no se les escapa nada, ven incluso lo que no se ve. ¿En qué consiste la intensidad de su mirada? Creo que reside en una cosa principalmente, que mira a la persona que mejor conoce: a ella misma. Hay en los libros de PowerPaola, por lo menos en los tres que han llegado a mis manos —Espero porque dibujo (Almadía, 2019), Virus Tropical (Sexto Piso, 2018) y Todas las bicicletas que tuve (Sexto Piso, 2022)— una mitología personal. La infancia en Quito con un padre sacerdote retirado, una madre que fue diagnosticada con un «virus tropical» cuando quedó embarazada de ella luego de haberse ligado las trompas, sus dos hermanas, tan opuestas, Claudia y Patty, la vida en Cali, ciudad a la que se muda, los amigos, las parejas, las uniones, las rupturas, las largas caminatas, las largas distancias, la búsqueda de la identidad en un mundo demasiado dominado por lo masculino, la música que lo llena todo, que marca el ritmo de la narración, incluso el ánimo. A esa mitología llena de tinta y de naturaleza se suman, ahora, en su libro más reciente, Todas las bicicletas que tuve, lo que el título evoca: las bicicletas, la memoria de sus bicicletas.
Pero ¿qué son las bicicletas en la narración gráfica de PowerPaola? Mero pretexto para volver a dibujar-hablar-mirarse a sí misma. Una nueva lente a través de la cual hacer zoom en las «grandes preguntas» de la experiencia cotidiana que nos lanzamos, a veces, sin darnos cuenta, o en los vacíos que encontramos, eso sí, siempre, sin querer encontrarlos. Para trazar ese mapa, inicia con el nombre que se le da al objeto y que lo dota así de personalidad, de vida, de historia: «La China», «La Palmirana», «La Salvadoreña», 2003, 1996, 2008-2013, respectivamente.
Una vez dotado de nombre, de identidad, el objeto-bicicleta se convierte en tiempo, en una medida del tiempo. El tiempo que se pasa rodando sobre ella, el tiempo que se pasa caminando sin ella, el tiempo que se pasa rodando con ella junto a otros, el tiempo en que se pincha y no rueda más, el tiempo de arreglarla, el tiempo en que la roban y se tiene que aprender el arte de perder, el tiempo en que se recuerda cuando se tenía una bicicleta, el tiempo de los encuentros y el tiempo de las despedidas, de irse y de llegar a una nueva ciudad, a una nueva bicicleta. Y en medio de todo eso, todo lo otro. Las cuentas de un collar amarillo (que aparece, intermitente, en el libro, y al inicio y al final) que se van uniendo, completando algo, no se sabe bien qué, tal vez un asomo de lo que se empieza a comprender:
...dibujo porque observo
observo porque contemplo
contemplo porque comprendo
comprendo porque recuerdo
recuerdo porque repito...*
Y así, infinitas veces.
«Me voy, me voy / Good has gone», canta PowerPaola la canción de Cat Power, mientras anda en su bicicleta y piensa que todas sus historias terminan así, yéndose. Cat Power, PowerPaola, ¿habrá alguna referencia de la cantante en el nombre de la artista gráfica o es mera coincidencia que la cante, que la mencione, que haya un «power» en ambos nombres?
Me pregunto si se deja ver PowerPaola por completo en estas viñetas, una operación a pecho descubierto, o es solo un mero gesto, el goce de hacer parecer que nos lanza pensamientos de lo profundo hacia afuera. Cuando se entra al libro da la impresión de que ella sigue allí, trazando, dando forma a ese paisaje tropical que la acompaña. Su presencia es fuerte, es materia y es cuerpo. Un cuerpo que narra, un cuerpo que escoge bien las pocas palabras que utiliza y los muchos silencios que llenan la página. Es como si, de alguna forma, nos sentáramos con ella mientras ella dibuja. ¿Nos vuelve intrusos o invitados?
Alianza entre lo contemplado y su contemplación. Alegría de transgredir, reclamo de puntos vivos de referencia y de realidad total perceptible en un instante que es todos los instantes.
Ella se abandona a un pensar desmesurado y al hechizo por un espacio definido: un lugar que obra como llamamientos.**
Invitados, quizás, a un aparente desorden que no es más que el orden personal de la memoria que no se detiene, la narración continúa: «La Giant II», 2014, Bogotá-Buenos Aires; «Chopper», 1977-1989, Quito; «bmx», 1989-1992, Quito-Cali; «La Mountain», 1992-1995, Cali.
Hay un juego de continuidades y saltos en Todas las bicicletas que tuve y uno va intuyendo por qué la autora decidió poner juntas determinadas memorias, correrse del presente al pasado y situar el origen, la primera bicicleta, en el centro. Y es que «los accidentes y el cuerpo hablan», como escribe PowerPaola, y van sumando cuentas amarillas mientras otras se pierden en un hoyo negro y son mordidas por un cocodrilo, arrancadas con una suave dentellada.
Como dije antes, la mirada se centra en ella, pero no se consume en la euforia narcisista, mientras se narra a sí misma narra a otrxs, porque dibujar y escribir «es una manera de amar, de invocar telepáticamente y materializar a tu modo», dice PowerPaola en el libro. Como escribe Carolina Sanín en la contraportada: «Este libro (es) sobre el desplazamiento y el amor —sobre dos ruedas y dos personas—...».
Hace unos días, PowerPaola escribió en Twitter: «el dibujo como venganza». ¿Venganza contra el paso del tiempo?, ¿contra el olvido?, ¿contra el exceso de memoria?, ¿contra la pérdida?, ¿contra nosotros mismos?, ¿contra nuestro propio olvido?
Acudimos a la construcción de un mundo, de esa primera persona donde PowerPaola se arma y se desarma varias veces y, junto a ella, las historias de quienes han andado el camino con ella (a pie o en bicicleta). Es una historia personal que contiene multitudes. Quito, Cali, Buenos Aires, Bogotá… cambia el entorno, pero no la persona, no quien observa, no quien dibuja. Y el dibujo se traduce en una búsqueda incesante ¿de sentido?, ¿de comprensión? Recuerdo que sobre Alberca vacía Isabel Zapata dijo que escribe para ordenar, tal vez PowerPaola dibuje para ordenar, o como ella misma escribió, para «comprender» la inconformidad, el tiempo, el «encuentro con una misma, con el monstruo que vive bajo el camino y sabe de la desaparición y la compañía», como escribe también Sanín. Para llevarnos, a nosotros lectores, al centro de nuestra propia existencia.