Dossier: Dossier: El Mundial contra sí mismo

Baloncito de futbol

Daniel Gutiérrez Garduño

El protagonista de este cuento se llama Atropello Domínguez y está muerto. En realidad, nunca existió, pero hagamos de cuenta que sí. Para conocerlo, viajemos a un edificio decrépito en medio de la Ciudad de México, primer piso, y detengámonos en el oscuro pasillo frente a la puerta del departamento 10. Oreja en la puerta, televisor encendido frente a un sillón tapizado con periódicos deportivos, esto, Ovaciones, La Afición, un cuaderno cuadriculado sin tapa y una libreta negra. En la pared hay un crucifijo, una representación de la última cena tallada en madera y un espejo circular con marco dorado. Están dando el partido de la selección. En el descansabrazo hay un cenicero repleto y un vaso con Coca-Cola de hace una semana. La nausea que sientes es por el olor a bilis, tinta de periódico, colillas y orines de gato, pero no nos adelantemos, entremos que nos está esperando.

La luz que transpira por las cortinas quemadas y el resplandor del televisor nos regalan una penumbra en la que podemos ver a nuestro héroe, de unos cuarenta y cinco años, su cuerpo boca abajo tirado en el umbral entre la sala y la cocina. Brazo izquierdo a un costado, el derecho doblado frente a su cara y recargado sobre la portada del esto, con fecha de mañana.

¿Nunca habías visto un cadáver?, acércate, sin miedo. Mira su cara, piel parda, ojos que se salen de sus órbitas, la boca abierta en un grito eterno de película muda. De la comisura de su boca escurre una miel oscura, una pista, nos quiere contar lo que le pasó.

Dicen que el último día de tu vida se queda grabado en la mente por unas horas, así es que vamos a ver cómo sucedió todo antes de que se le seque por completo el cerebro. Regresemos en el tiempo a la madrugada de hoy.

Despega su cara sudada de la almohada, retrete, lavabo, ducha, se sienta en la cama encuerado y mete las piernas en unos pantalones color marrón. Camisa amarilla, calcetines blancos, zapatos y un chaleco tejido que combina con el pantalón.

Revisa el periódico de ayer, sección de deportes, mal pronóstico para la selección, cara de asco. Cartera, llaves del auto, llaves del departamento, cierra y baja por las escaleras a la calle. Saluda a la señora del cinco que siempre jode con el mismo chiste «¿Tarde, pero sin sueño, don Atropello?». Le caga, pero sus minifaldas la protegen de una mentada de madre.

Nos adelantamos, subimos al auto y esperamos a que llegue. Olor agrio disimulado por Don Vainillín aromatizante, rosario colgando del retrovisor, peluche en el tablero. Sube al Vocho Canario, taxi chueco, sin placas, pero así funciona la cosa, siempre guarda un cincuentón para el tamarindo mordelón.

La oficina arranca sin problemas y comienza la ruta habitual. Buscando pasaje, suben y bajan, saludan, se quedan callados, lloran, platican, miran por la ventana.

Hábil conductor, se la sabe de todas, siempre hay un sentido contrario que no es indispensable atender, la clásica «vuelta prohibida» para los demás pendejos y los semáforos que solo se ponen en rojo para las señoras de camioneta pedorrona. Las reglas fueron escritas para el que se deje, así es que Domínguez pasa por encima de todos, llega más rápido, engaña mejor, cobra más cuando puede y, si el pasaje se atolondra con el cambio, lo considera «comisión por servicios administrativos».

Señor de traje con maletín y papeles en la mano aborda la nave. Trae prisa, está inquieto y distraído. Lo aliviana con un poco de charla casual:

—¿Cómo ve? ¿Cree que gane la selección?

—¿Cual elección?

—La selección de futbol juega hoy. ¿Qué no le gusta el futbol?

El hombre de traje levanta una mirada severa, su cara en el retrovisor.

—El futbol es un gran deporte, me gusta mucho.

—¿Entonces quién cree que va a ganar?

—Eso me importa poco, no soy aficionado.

Atropello confundido:

—¿Entonces le gusta o no le gusta?

—Es un deporte de equipo que en México acostumbran a jugar de forma individual, donde la maña suple la habilidad del deportista. Prefieren engañar al árbitro que pasar el balón y que otro se lleve la gloria.

Nuestro conductor estrella mira ansioso entre el parabrisas y el retrovisor ¿De qué está hablando este pendejo? El que es chingón es chingón, ni modo que no se luzca el goleador… Empieza a sudar, cada uno de sus poros emite una gotita de líquido hediondo, lleno de coraje, fin de la conversación casual.

Aprovecha la discusión para dar un rodeo largo y por fin se detiene frente al Hotel Continental sobre Insurgentes. Autos pitan, trajeado baja aprisa, entrega un billete y le regala un «Quédese con el cambio…». Pinches 20 pesos, métaselos por el culo. Sonríe y le da las gracias. De reojo observamos un sobre en el asiento de atrás escondido en la base del respaldo. Atropello también lo ve, se hace pendejo.

Futbol 5

Dos cuadras más adelante, estira el brazo y alcanza el sobre. De solo tocarlo, sonrisa enorme, el contenido es un buen fajo de billetes, sus dedos gordos recorren el sobre, costra de mugre bajo las uñas, abre delicadamente y se asoma, lo cierra, se asoma otra vez y ahoga un grito putón mordiéndose los nudillos. Ya chingamos, le dice a la estampilla de San Charbel pegada en la visera.

Próxima parada, Estacionamiento de la terminal de Taxqueña. Se baja con el sobre bien guardado en la bolsa del pantalón. Puesto de revistas de costumbre:

—¡Buenas, Don Pepe!

—Don Pepe no pudo venir hoy, se sentía mal del pulmón.

La voz aguda y molesta de un joven con sudadera del Cruz Azul, gorra verde y nariz de botón se asoma del fondo del puestito.

—¿Otra vez con ese pedo? Ya le dije que se vaya a hacer una limpia, pinche Don Pepe.

—¿Qué va a llevar?

—Dame el esto y una Bonafina.

La voz aguda baja de tono y murmura:

—¿Quiere el esto de hoy o el de mañana?

Piel de gallina.

—Pus dame el de mañana de una vez.

Cuesta el doble, vénganos tu reino. Intercambio de billetes:

—No tengo cambio. ¿Se lleva unos caramelos de a peso?

—Ya vas.

Mete los baloncitos de caramelo en la bolsa negra, se la entrega

—No olvide su Bonafina.

—Gracias.

Regresamos al taxi. Trago de Bonafina, manos sudando, mirada nerviosa a la bolsa, saca el esto, se ve real, fecha de mañana, encabezado con el marcador del partido de la selección. Lo vuelve a meter en la bolsa y cierra los ojos. No puede creer su suerte cabrona.

Casa de apuestas clandestina en la Colonia Doctores, Atropello es cliente frecuente y buen amigo del Chuy, corredor de apuestas. Mesa y sillas de Carta Blanca, hablan de negocios. Ahora sí te volviste loco carnal, la selección no va a ganar, ni si se queda ciego el portero de Uruguay, pero una apuesta es una apuesta. Atropello sonríe y le deja el sobre de dinero.

Regresamos al departamento 10, prende la tele, deja sus cosas en la mesa de la cocina, pasa al baño, regresa, saca un baloncito de caramelo de la bolsa negra, se lo mete a la boca y en una coreografía, gira la silla y se sienta con el pecho contra el respaldo. Se prepara a leer el esto.

Esos caramelos redondos envueltos en papel blanco pintado como balón de futbol le recuerdan a su padre. Un verdadero hijoeputa, milusos de profesión, todo el día fuera de casa, padre ausente excepto cuando había partido. Sentado en el sillón frente al televisor, Atropello lo miraba, era hijo de una suela de zapato desgastada por la vida, pero se volvía humano cuando su equipo iba ganando y de la alegría le regalaba un baloncito de futbol de caramelo, saboreaba la victoria hasta que en el último minuto perdían el partido y entonces le reventaban el hocico sin querer queriendo.

Saca el esto de la bolsa y admira la portada, foto del delantero de la selección cayendo dramáticamente al suelo seguido de cerca del defensa de Uruguay. Se alcanza a ver al delantero mirando de reojo al árbitro y el defensa con cara de incredulidad. la selección gana por un penal… de pena ajena… Pinche delantero es un actor de primera, pero bueno, el que no tranza no avanza, y una vez que el árbitro marca no hay vuelta atrás. Comienza a leer el artículo, la prensa siempre tan quejosa, como si fuera importante cómo ganamos. Pierde interés, lo hecho, hecho está, por más que despotriquen los reporteros.

Pasa las páginas, saborea su jugosa ganancia en la apuesta, recuerda al trajeado, siente asco, cómo hay gente pendeja, llega a la nota roja. Lee el encabezado: ¡caramelo asesino! hombre de 45 años muere en su departamento… Manotazo en la mesa, se levanta rápidamente, se arquea y regresa con las dos manos sobre la mesa. Se lleva una al cuello, manotea, aprieta el esto con su mano derecha, los ojos en blanco, se tambalea hacia la sala.

De la impresión de ver su nombre escrito en la nota, el baloncito de futbol se atasca en la tráquea. Ahora cae de frente, boca abajo con la mitad del cuerpo en la cocina y la otra en la sala. Se tensan sus piernas. Últimos jalones del cuerpo para intentar meter aire a los pulmones, y después nada. Solo la tele narrando el partido de la selección.

Fotografía de Raúl Vilchis