Recomendación de los editores

¿Qué hay en un nombre?

Ernesto Kavi

1.

En el corazón de la literatura, quiero decir, en el corazón de la historia humana, hay un punto ciego, oscuro, que nos mira como un animal agazapado, esperando una mínima debilidad para atacar y devorarlo todo. En algún momento, aquellos que escriben, los poetas, deberán enfrentarse a él, o todas sus palabras serán destruidas por esa oscuridad. Sin saberlo, siempre estamos ante esa disyuntiva: la destrucción o la salvación por las palabras.

¿Cuál es ese punto ciego? Algo que ocurrió en el centro del siglo xx, y que se sigue repitiendo bajo otras formas: la destrucción del ser humano. Frente a las humillaciones constantes, aún antes de llegar a Auschwitz, Primo Levi tiene una «intuición casi profética»: «Entonces por primera vez nos damos cuenta de que nuestra lengua no tiene palabras para expresar esta ofensa, la destrucción de un hombre (…) Una condición humana más miserable no existe, y no puede imaginarse. No tenemos nada nuestro: nos han quitado las ropas, los zapatos, hasta los cabellos (…) Nos quitarán hasta el nombre: y si queremos conservarlo deberemos encontrar en nosotros la fuerza de obrar de tal manera que, detrás del nombre, algo nuestro, algo de lo que hemos sido, permanezca».

Primo Levi no tuvo solo la intuición de aquello que le ocurriría, a él y a sus compañeros, días más tarde en Auschwitz, sino de aquello que seguiría ocurriendo a miles, a millones de personas, durante el siglo siguiente: el despojo de todas sus pertenencias materiales y, aun, el despojo de los nombres. ¿Qué hacer para resistir a todo ello? ¿Qué hacer para conservar nuestro nombre y el nombre de las cosas? Una de las primeras respuestas a esto la dio Paul Celan, pero fue una respuesta tan dolorosa, tan oscura, que la poesía, que las palabras, siguen heridas tras su paso. Los poemas de Celan, dice Theodor W. Adorno, «nombran un indecible horror a través del silencio. Transforman su verdadero contenido en una cualidad negativa. Emulan un lenguaje que está desamparadamente por debajo de la vida humana, aun por debajo de la vida orgánica como tal: el lenguaje de las cosas muertas, de las piedras y de las estrellas. Los últimos rudimentos de la materia orgánica son eliminados de ellos, de manera tal que sobreviene eso que Benjamin descubrió en Baudelaire: una lírica sin aura».

Otras respuestas se fueron dando, unas más justas que otras. Yo quiero detenerme en una de las más delicadas, una respuesta que, desde hace más de treinta años, en un pequeño pueblo de Portugal, Leça da Palmeira, comenzó a gestarse, hasta que se apagó en agosto de 2022: la obra de Ana Luísa Amaral.

2.

En uno de sus libros más célebres, What’s in a Name?, que los libreros de Madrid eligieron el mejor del año y que le abrió las puertas del Premio Reina Sofía de Poesía, Ana Luísa Amaral se pregunta, con la inocencia de los niños: ¿qué hay en un nombre? Y su respuesta nos deja sin habla, porque es la más simple, la más evidente, la que nos negamos a ver: «Pero nada natural hay en un nombre: / como una prenda, un hábito, normalmente para la vida entera, / no hace más que cubrir / la desnudez en que nacemos».

Si no hay nada debajo de los nombres, solo nuestra desnudez, ¿por qué Primo Levi se preocupa por ellos? ¿Por qué Paul Celan, en su batalla por conservar algo de vida en las palabras, perdió la suya? Y la imagen de los seres que lo han perdido todo, a las personas amadas, la casa, las costumbres, las ropas, nos viene de nuevo a la mente. Seres desnudos, reducidos al sufrimiento y a la necesidad, «faltos de dignidad y de juicio –dirá Levi–, porque a quien lo ha perdido todo fácilmente le sucede perderse a sí mismo». Los nombres, en esas circunstancias, son como nuestras más pequeñas costumbres cotidianas, las que nos recuerdan quiénes somos, y nuestra memoria. Cuánto valor, cuánta vida, cuánto significado se encierra en ellas.

3.

Frente a la opción de Celan, frente a la opción de la destrucción de la sintaxis y de las palabras, Amaral eligió lo que toda la tradición literaria de los últimos tres siglos desprecia: la vida cotidiana, el sabor a pan, el agua en los labios, el cigarrillo en la mano, la cebolla, los insectos, la mesa que fue árbol, el duelo silencioso, invisible, por la muerte de un hijo.

¿Qué hay en un nombre? Lo más humilde, la tierra elemental, los restos del banquete, las migas, el polvo, la sonrisa velada, la mano que nos roza, la amistad, el perdón, el habla secreta con nuestros dioses (pequeños y grandes), la consciencia de que esas cosas, las más precarias, son todo para nosotros, y es lo que nos hace humanos. Y que perderlo, perder esas palabras, apostar por su destrucción (porque también llevan el sabor amargo del rencor y de la muerte), es perdernos a nosotros mismos. «Un súbito botón / que libre se ha soltado de mi blusa / bastó / y la vi brevemente (…) / su servicio a nosotros: / de una amplitud / sin nombre: / De proteger del frío / a fisurar lo bello, el abismo de habernos resistido al desnudo / recíproco y privado / y de haber visto luego, con su auxilio, / al cuerpo bendecido de calor / y colores, texturas mil de espectro amplio, / lo que nos hace humanos».

4.

¿Por qué escribir? ¿Para qué escribir poesía? ¿Sirve de algo? ¿Transforma a los seres humanos? ¿Cambia al mundo? Ante todas las respuestas nihilistas, en medio de nuestra oscuridad y de la nada, se alza como un faro la respuesta de Amaral: «Cuando se dice que no hay necesidad de feminismo, ¡como si no hubiese violencia doméstica o diferentes salarios para las mujeres! Yo querría no tener que preocuparme con
esas cosas y dedicarme solo a la poesía abstractamente, pero la poesía no es abstracta, el arte no es abstracto. Está hecha por los humanos, pertenece al mundo y está contaminada por todo lo que hay: la bondad, la generosidad, y también la crueldad y la barbarie. Yo tengo obligación de alguna forma, no quiero decir de hacer una poesía comprometida, pero es natural que mi poesía pueda ser un vehículo de resistencia contra la barbarie. En eso yo creo. La poesía nos mueve y nos conmueve, nos toca y puede hacernos mover y protestar. Por alguna razón las revoluciones tienen canciones de protesta y los poetas son presos en las dictaduras».

5.

El mar Mediterráneo, lo saben los dirigentes políticos, lo sabemos nosotros, se ha convertido en un campo de exterminio. Hay una política declarada abiertamente para dejar morir a los migrantes que lo atraviesan. Ayudarlos a sobrevivir es un delito penado con cárcel. Frente a esta situación, frente a tantos miles de humanos despojados de su nombre, que mueren anónimos, enterrados bajo las aguas del mar de Homero (y pienso en los desiertos mexicanos, que son nuestro mar Mediterráneo), ¿qué hacen los poetas? ¿Deberían hacer algo? Yo creo que sí. Porque cuidando y protegiendo las palabras, su exactitud, su justicia, su dulzura, su belleza, se defiende también la desnudez que cubren, la desnudez de la vida humana. No la vida física, sino la verdadera, aquella cotidiana e indestructible.

En vez de peces, Señor, / danos la paz, / un mar que sea de olas inocentes / y, llegados a la arena, / gente que vea con corazón de ver, / voces que nos acepten / (...) Haz, Señor, que no haya / muertos esta vez, / que las rocas estén lejos, / que el viento se aquiete / y que tu paz por fin / se multiplique / Pero después de la balsa, / de la guerra, del cansancio, / después de los brazos abiertos y sonoros, / que sepa bien, Señor, / un pan tierno, / y un pez, a poder ser, / de este mar / que también es nuestro

6.

¿Qué hay en un nombre?, se interroga Amaral, y responde con la mayor de las delicadezas, con otra pregunta: ¿Si le fuera dado otro nombre / a la rosa, sería menos dulce su perfume? Y es como preguntarnos: ¿si tuviésemos otros nombres, nosotros y los seres y las cosas que nos acompañan, seríamos distintos? Lo importante, dice Levi, es encontrar en nosotros la fuerza de obrar de tal manera que, detrás del nombre, algo nuestro, algo de lo que hemos sido, permanezca. Insistir, en todas las circunstancias, en aquello indestructible que hay en nosotros, y que no tiene un único nombre, pero que ha creado libros, música, colores, y, sobre todo, la compasión, la bondad, el secreto de lo humano: el pájaro que anuncia la luz, los dedos sin nombre del recién nacido, el animal que nos observa, el tacto del papel, la tierra bajo la lluvia. Tú. Yo. Perfectos. Invulnerables. Protegidos bajo el arcano manto de los nombres.

7.

Ana Luísa Amaral murió el 5 de agosto de 2022 a causa de un cáncer que le detectaron poco tiempo antes. Insistir, insistir, es lo que hizo hasta el último de sus días. Contra la muerte. Contra nuestra mutua destrucción. Contra el despojo de nuestras palabras. ¿Para qué seguir? En medio de nuestra desolación, de nuestra barbarie, ¿por qué no claudicar? Y me repito como un mantra uno de sus últimos poemas: en nombre de los sin nombre, continúa, / por desiertos de arena, por desiertos sin / sentido, continúa. por rostros en el desierto, / los de los sin nombre o rostro, continúa. / por el fondo del desierto, se dice gotas de / sangre, se dice granos de arena, y es la esfinge / en el desierto, continúa. en el verdadero / nombre de ese fluido espeso, el que se dice / vital, en toneladas exactas, continúa.

What's in a Name

Ana Luísa Amaral

Poesía

2020 · 176 páginas

978-84-17517-86-1