Columnas

Desde los zulos

Dahlia de la Cerda

Un texto personal

«He construido un castillo con lápiz
soy la más dura, aunque me mires frágil».
Samantha Barrón

«Tú nunca supiste de dónde vengo
ni lo que tuve que hacer para estar en el cuento,
quieren aprovecharse de lo que tengo
pero nadie quiere sentir todo lo que siento».
Yoss Bones

«Me exijo día tras día para superarme a mí mismo
No es que no lo haga bien
es que les gana el egoísmo
ese maldito egocentrismo, como no pueden superarme
les arde el organismo
Y a mí, poco me gustan las discordias
pero tú no eres nadie para hablar de mi trayectoria
difamando a los demás nunca tocarán la gloria
Recuerda: las aguas mansas también tienen historia
(...)
Y yo respeto que en tus gustos no encaje,
lo que no permitiré es tu absurdo sabotaje».
Nanpa Básico

Inicio este texto parafraseando a Virginie Despentes «y empiezo por aquí para que las cosas queden claras: no me disculpo de nada, ni vengo a quejarme. No cambiaría mi lugar por ningún otro, porque ser Dahlia de la Cerda me parece un asunto más interesante que ningún otro». Estoy escribiendo un Texto Personal. Las razones son varias. La primera es que el objetivo de «Desde los zulos» es que ustedes, los lectores de Sexto Piso, me conozcan y se familiaricen con mi trabajo. Familiarizados con mi trabajo están. En este espacio he escrito cuatro textos petardos y rabiosos. Leyendo esas cuatro columnas ustedes están o estarán familiarizados con mi estilo de escritura y piso ético. Pero, no me conocen. Conocen mi parte más reaccionaria, la parte violenta. Esa Dahlia a la que ningún chile le embona y que de todo se queja. Y me gustaría que conocieran una parte más íntima. Así que vine a sobreexhibirme, pásele. Con esta sobreexposición quiero ganarme su empatía y dejar claro como rapero mexicano que vengo de abajo y, como narco, también mexicano, voy parriba. Pero, sobre todo quiero que ustedes sepan sobre mí desde mi propia voz.

Escribo cuentos, sí, además de escribir textos que intercalan la mamonería teórica feminista con las groserías, escribo cuentos. Todos mis cuentos están escritos en primera persona y salvo uno, son protagonizados por mujeres. La razón de que estén narrados en primera persona es dos: no soy lo suficientemente hábil, literariamente hablando, para narrar ni en segunda, ni en tercera y menos en omnipresente. Y la más importante, quiero darle a mis personajes autodeterminación y esto lo logro a través de la primera persona.

Narrar en primera persona es un asunto político, tengo toda una justificación teórica en la línea de ¿puede hablar la subalterna? y las apuestas decoloniales y la recuperación de la oralidad. Pero, no es el tema de esta columna. El punto, y hablando al chile: No quiero que ustedes pongan en cualquier buscador «Dahlia de la Cerda», lean lo que otras personas dicen de mí y se queden solo con esa narrativa. Porque si ustedes van y buscan mi nombre van a encontrar un montón de cosas falsas: de que soy proxeneta, doxeadora, violenta, agresora, que vivo en Coto Residencial, que soy rica de toda la vida, blanca y princesa. Que estudié en la uaa. Que toda mi vida he sido súper privilegiada. Y más recientemente: plagiadora. Quiero ser yo mera la que les cante mi corrido.

Entonces voy a dedicar cuatro o cinco entregas para hablar de mí misma. En esta primera parte les hablaré sobre mis orígenes y los sucesos trágicos que forjaron mi carácter de la verga. En la segunda sobre mi formación académica en una universidad «patito», mis procesos creativos y mi acercamiento a la literatura. En la tercera de mi experiencia con la salud mental y habitar en un cuerpo enfermo. En la cuarta del amor. Y en la quinta de las transformaciones y del bingo de los privilegios. Así que ¡que suenen los acordes del bajo séptimo y ámonos…!

Soy hija de una madre y un padre comerciantes. Hija de padres divorciados. Nunca supe lo que es tener una familia tradicional de mamá y papá juntos. Siempre los vi por separado y peleándose a putazos cuando convivían. Mi padre, en su época dorada, tuvo mucho dinero. Organizaba la variedad del Palenque de la Feria Nacional de San Marcos y tenía varias cantinas. Bendije gallos en el Palenque de la Feria y conocí la vida nocturna de luz de neón, olor a cerveza quemada y frituras con tecuejos antes de aprender a hablar. Monté a caballo, fui a campos de tiro y quebré con balas de salva botellas de Coca-Cola. Jugué 21 en el casino antes de terminar la primaria. Viví la opulencia de mi padre solo el día del bautizo. Era usuario problemático de alcohol y se mamó todo el dinero. Vivió los últimos años de su vida en una vecindad en la Colonia San Pablo, una de las más peligrosas de Aguascalientes, y costeando sus gastos con una pensión de tres mil pesos al mes. Cuando enfermó de cáncer una tía generosamente lo llevó a vivir a su casa. Siempre se mantuvo estoico. Disfrutó la riqueza y la pobreza no lo asustaba. Nuestras últimas citas fueron en cantinas donde él tomaba refresco, yo una cerveza Pacifico, comíamos coctel de médula y jugábamos al dominó.

Mi mamá decidió divorciarse porque aguantar a un borracho con dinero es fácil, pero a un borracho jodido, ni que fuera manda. Durante el divorcio mi padre le dejó a mi madre el único negocio que no perdió. Una cantina en un barrio popular y luego se desentendió económicamente de mí. Siempre fue un padre presente, pero nunca aportó económicamente, porque no logró reconquistar la gloria. Mi madre tomó las riendas de «El Dominó» y reinó detrás de la barra de un bar por treinta y cinco años. No duermo por las noches porque toda mi vida he esperado de madrugada a que mi madre regrese de trabajar. Mi madre me pagó la educación básica en escuelas de paga a costa de soportar borrachos, lidiar con reglamentos y desvelarse todos los días. Dejó de trabajar cuando mi situación económica mejoró. Básicamente, estoy cumpliendo el sueño de barrio de sacar a la mamá de trabajar.

Aprendí a cuidarme sola desde muy pequeña. Poco supe lo que es que la mamá te despierte en la mañana, te vista y te sirva el desayuno. Eso fue algo que tuve que hacer por mí misma. Mi madre creció en un ranchito en la sierra de Jalisco. Durante toda su infancia no hubo luz eléctrica ni agua potable. Socorro acarreaba botes de agua del río a su casa en un burro. Para alimentar a toda la prole que estaba a su cargo mezclaba agua con refresco Titán y cocía a diario muchos frijoles. Se fue de ilegal a Estados Unidos y trabajó en la pisca de la aceituna. Allá parió a mi hermano. Regresó en la Federal de Caminos y hasta la fecha tiene ondas de tira. Y luego conoció a mi padre, se casó, me parió, se divorció y tomó las riendas del Dominó. Mi mamá es esa mujer que reina detrás de una barra. Crecí entre un pueblo en la Sierra de Jalisco, cantinas, gallos y barrios periféricos.

La primera discriminación que viví no fue por ser mujer. Fue por ser la niña que vivía en un barrio popular, por ser la niña que llevaba el uniforme mal lavado y planchado. Por ser la niña que llevaba el cabello «de niño» porque no tenía quién la peinara. Soy la niña que siempre sacó cincos en arreglo personal porque mi mamá se desvelaba cada día para pagarme un colegio. Mi primera otredad no fue la de hembra humana, mi primera otredad fue «Tú no debes estar en nuestra escuela porque eres una naca».

Mi segunda discriminación fue descubrirme monstruo en un mundo que demanda belleza. Tengo una enfermedad que se llama Neurofibromatosis tipo 1. La nf1 es un trastorno genético que provoca manchas color «café con leche» en toda la piel, verrugas, desviación en la columna vertebral y formación de tumores en los tejidos nerviosos, principalmente en la piel. No tiene cura. En mi caso los síntomas más evidentes son la desviación en la columna vertebral y un tumor en un parpado. Cuando era pequeña ese tumor crecía sin control y amenazaba con cubrir todo mi rostro. Mi madre me llevó con un montón de especialistas en la Ciudad de México y en Guadalajara, viajábamos en tren. Todos esos especialistas le dijeron lo mismo: Hay que operarla cada año o cada seis meses o el tumor le cubrirá toda la cara. De los dos a los seis años me operaron al menos diez veces. Eran operaciones invasivas bajo anestesia general. Me abrían y me raspaban toda la parte derecha de la cara, y luego me vendaban toda la cabeza como momia. La anestesia olía a gasolina, el olor a gasolina me provoca vómitos. En la última cirugía me les morí. Bueno, esa es mi teoría porque de pronto a media cirugía empecé a ver todo «desde afuera» y vi a los médicos bien pinches desesperados, sabe qué tanto haciéndome. Cuando salimos del hospital le dije llorando a mi mamá: prométeme que nunca me van a volver a operar. Me lo prometió. Y me lo cumplió. Desconozco si ocurrió un milagro o es que los doctores nos vieron la cara de estúpidas y me operaron diez veces por ojetes.

Tener un cuerpo abyecto es duro. Mi mamá y todas las personas cercanas a mí hicieron un trabajo excepcional en forjar mi autoestima de bichota y mi amor propio. Pero, la gente es ojete y te ponen apodos mamones y se esfuerzan por recordarte cada segundo que vives en un cuerpo fuera de la norma. Es un cuerpo mal hecho, feo y deforme. Y de pronto una sí se cabrea. Una tiene que aprender a defenderse siendo una fiera. Chacaleándote a la gente de: Qué me ves, culera. Bájale de huevos. Vete a la verga. Ser contundente en un contexto de la verga es fundamental para que te dejen de chingar. Estar a la defensiva para que nadie abuse de ti. Cada vez que alguien me dice, es que eres muy grosera, es que eres muy culera, es que eres muy agresiva, siento que me prenden un cuete en la cola porque esa gente no sabe de dónde vengo. Esa gente no sabe que para sobrevivir he tenido que ser una fiera, una culera, una desgraciada. En cuarto de primaria me desgreñé a una niña, su mamá fue a gritarme a mi casa que una niña tan salvaje como yo nunca iba a llegar a nada en la vida. Quedó.

Después de saberme un monstruo naco, la primera desgracia que marcó mi vida fue la muerte de mi gato Migajón. Sé que esto suena a una pendejada, pero, verga, juro que me dolió cabrón. Murió de leucemia felina. Vendí toda mi colección del Señor de los anillos para salvar su vida. Pero no se pudo. Todavía le canto: en esta no se pudo, corazón. Me senté en la parada del autobús que está a un lado del Templo de la Purísima, con las cenizas de mi gato muerto. Mi duelo lo viví en la ruta 19 con música de Sabor Kolombia de fondo. Lloré por lo menos un mes.

Después aborté dos veces en el baño de mi casa usando Misoprostol, la primera cuando el aborto todavía era ilegal en todo México. La segunda vez tuve una complicación y me atendieron en la Clínica dos del imss. Decir que me trataron de la verga es ser amable. Me rasuraron la vulva con una navaja de afeitar y alcohol líquido y me amenazaron con cortarme si me seguía quejando. Más de diez personas me hicieron tacto vaginal. Lo último que escuché antes de caer dormida por la anestesia fue «No mames, casi se me pasa la anestesia. Qué bueno que le pregunté cuánto pesa». Desperté en una camilla a la mitad de un pasillo frio. Estuve de una a nueve de la mañana en una camilla, cubriéndome solo con la bata con un clima de cero grados. Fui al baño y manché el piso de sangre y me hicieron trapearlo. Fue una verdadera pesadilla. Tuve síndrome de estrés post-traumático por el mal trato que recibí

La Guerra contra el narco me quitó a una hermana. La desaparición. Identificar a un cadáver en la sefemo. Los juicios sobre la marca de su ropa y de su camioneta. La investigación centrada en sus malas amistades. Calderón parado sobre cadáveres justificándose. Obrador sobre un charco de sangre, criminalizando a las víctimas. Una muerta más encontrada en un terreno baldío. Una mujer embolsada. Antes un levantón. El lenguaje no es inocente. Uso el lenguaje que nos ha marcado a todos en esta guerra para que quede clarísima la violencia que nos atravesó: un levantón y una mujer ejecutada, pero para mi familia no fue una cifra más: es una herida abierta.

Vi morir a mi padre. Ver morir es algo retórico para muchas personas. Para mí fue literal. Mi padre murió delante de mis ojos. Estuvo un par de días en agonía. Se retorcía en la cama mientras nos pedía a mí y a mis hermanas que acabáramos con su sufrimiento. Le propuse a mi pareja que le diéramos en una jeringa con agua las tres botellas que tenía de Clonazepam en su tocador. No me contestó. Pensó que me había vuelto loca de tanto dolor. Pero estaba más lucida que nunca y quería darle una muerte digna a mi padre, aunque fuera rayando en el pecado y el conflicto con la ley. Tomás, en sus momentos de paz, llamaba a mis abuelos. Agonizó en su cama porque en ningún hospital público quisieron recibirlo para darle cuidados paliativos. Nos dijeron que era mejor que muriera en su casa rodeado de sus seres queridos. Mi daddy issue es no haber tenido dinero para comprarle una texana de muchas equis a mi padre. Mi daddy issue es que nunca pude comprarle unas botas de chichi de avestruz a mi padre. Mi daddy issue es que no pude garantizarle una muerte digna a mi padre.

Edith era mi mejor amiga. La conocí en tercero de secundaria. Era una chica alta, altísima. La escuché decir: Yo nunca me voy a casar. Yo tampoco me voy a casar nunca, le dije. Seamos amigas, me dijo. Podría contarles mil anécdotas. Como por ejemplo cuando el director de nuestra escuela le prohibió juntarse conmigo bajo el argumento de que yo era una niña con ideas muy revolucionarias y la iba a malear. Y la amenazó con correrme si insistía en conservar mi amistad. Edith se tomó tan en serio nuestra ruptura amistosa que le chismeó al profesor de matemáticas que los cubos de mi maqueta eran comprados.

El viejo bombo me puso un cinco. Fuimos dos adolescentes góticas que juntas descubrieron libros, películas, música. El amor y el desamor. La maternidad en su caso y la renuncia a la maternidad en el mío. Decíamos que éramos un ratón muy muy grande y un ratón muy muy pequeño. Edith ponía las sábanas moradas de borreguitos cuando me sentía triste y me quedaba a dormir en su casa. Me curó la gripe poniéndome jitomates calientes en las plantas de los pies. Me curó los bronquios con té de romero. Desde entonces el romero es mi lugar seguro. Edith estuvo conmigo en la muerte de mi gato, en el feminicidio que marcó mi vida y en la muerte de mi padre. Estuvo conmigo en mis dos abortos y cuidó de mí en todas mis depresiones severas. Fue mi cómplice por quince años de mi vida. Bailé «Payaso de Rodeo» en sus quince años y me organizó una fiesta sorpresa con piñata de Juana la iguana, invitaciones de Bob Esponja y aguas locas de rompope con Viva Villa la pandilla. Quisiera contar esto sin que me remuerda la conciencia, pero todavía me siento muy culpable. Cuando teníamos como dieciseis años a mí empezó a gustarme la onda gótica, entonces la convencí de visitar tugurios góticos. La pasamos muy chévere, para ser justa. Conocimos personas increíbles. Nos peleamos con la policía en muchas ocasiones y huimos de los culeros de la AFI en un picadero cholo-metalero en la Martínez Domínguez. Brindamos con los punks del Cerrito de la Cruz por la muerte de un policía. Fuimos a un montón de conciertos y a un montón de bailes. Su mamá me acusa de llevar fantasmas a su casa. Escuchamos rock urbano sentadas en el sillón cannabis en Pilar Blanco. Vomitamos borrachísimas todo el polígono de la marginación de la ciudad vestidas de negro. Cantamos hasta llorar las canciones de Rata Blanca y las de Vagón Chicano. Nuestro lugar favorito en la Feria de San Marcos eran los Tapancos. Íbamos una vez a la semana a bailar cumbias con los cholos. Purgábamos nuestras melancolías bailando cumbias. Su canción favorita era «El Pianista», de Liran’Roll. Lloro cada vez que la canto.

En el picadero de la Martinez Domínguez conoció al que sería su esposo. Edith estaba muy dolida porque su ex, «El señor Vikingo», la había dejado por Lola, la morra que vendía tacos de tripas. Alberto era un joven usuario problemático de cristal, que vivía en la colonia Insurgentes, otra de las más violentas de Aguascalientes, y que escuchaba black metal. Mi amiga pensó que su amor lo iba a cambiar, pero, como en episodio de la Rosa de Guadalupe, lo que lo cambió fue el cristianismo. Alberto fue ese metalero satánico usuario problemático de sustancias que conoció a Cristo y se transformó en un hombre nuevo. Un hombre que veía demonios en los hospitales y que pensaba que con rezos su esposa se iba sanar de la insuficiencia renal derivada de la diabetes. El agua invadió los pulmones de Edith, la última vez que la vi ya no podía respirar. Traté de convencerla de ir al hospital, pero ella me dijo que tenía que ser obediente a su marido. Cuando su familia la llevó al hospital ya estaba muy grave, su cuerpo ni resistió a la colocación del catéter, y murió.

Cuando su hermano me avisó que estaba muerta, duré una hora en shock. No pude llorar. No pude gritar. Me quedé una hora sentada, totalmente ida. No lloré. Duré muchísimo tiempo con el llanto atorado. Pero le escribí un cuento que dice:

Me siento de la verga cada vez que en mis recuerdos del Facebook aparece una publicación donde me etiquetaste. Los memes, las borracheras, nuestras canciones favoritas mantienen vivo tu recuerdo, pero son dolorosos. He presumido que tú eres la única persona a la que le he dedicado canciones, tú sabes que no me canso de exhibir lo patética que puedo llegar a ser, entonces confesé en mis redes sociales lo de Las cosas y simples, y peor aún, la de pxndx qué oso, ¿verdad? Extraño un chingo, pero neta, un pinche chingo cómo me perreabas y los memes donde te burlabas de mi intelectualidad, y cómo me sobornabas con los videos que tenías en tu celular donde estoy bailando cumbias como chola pesada. ¿Te acuerdas de que fue en la Feria? Éramos bien borrachas, y ese día nos quedamos sin dinero, y andábamos buscando un puesto de comida súper barato para bajar avión y fuimos a dar al área chola, había un puesto de tortas de carne extraña que costaban dos por treinta pesos. La gloría, la pinche gloria, y lo mejor de todo es que no daban diarrea. Ya estando ahí fuimos a ver cómo estaba el cotorreo en los antros-homies, tú les decías congales. Y pues quién sabe cómo terminé bailando cumbias. No me di cuenta de que grabaste hasta que me publicaste en Facebook: Tengo unos videos tuyos haciendo el ridículo. Trae dos litros de pulque y tres quesadillas de Doña Bigotona o te los publico. (…) Para que te hecho mentiras. Llevo meses yendo al psicólogo y al psiquiatra. Te daría un chingo de risa ver cómo con manual en mano, el doctor psiquiatra me puso un chingo de etiquetas: Trastorno límite de la personalidad, trastorno obsesivo puro, trastorno de ansiedad generalizada y síndrome de depresión recurrente. Según él yo siempre he estado bien loca a la verga, y a ti solo te uso como pretexto para estar mal. Ya mero lo agarraba a chingadazos. Perdona que me desvíe del tema, pero ¿te acuerdas cuando fui la primera vez con un loquero? Cuando terminó la terapia corrí a tu casa para que fuéramos por una quesadilla de la Señora Corajes y me dijiste: No mames, deja esa madre, esas pendejadas te las puedo decir yo, y ese dinero nos lo gastamos en pulque y tamales. Y te hice caso. En lo que no te hice caso fue en esa promesa, la que te hice de que si algún día te cargaba la verga no me iba dejar arrastrar por la tristeza. A mí la tristeza ya me arrastró. Es más, a veces siento que la tristeza soy yo. Te dará gusto saber que en tu honor y en el mío me tatué en un brazo: La tristeza es rebelión. (…) Yo siempre pensé, perdona que te lo diga, que te ibas a suicidar. ¿Te acuerdas cuando te amenacé con suicidarme si tú te suicidabas? Y luego vimos una película coreana de una morrilla que promete lo mismo, pero bien culona no cumple y regresa su amiga, en fantasma, a obligarla a que se mate a la verga. Bueno, yo estaba preparada para tu eventual suicidio. Pero no para que te fueras así. Y es que es tan fácil. Si te hubieras matado, estaría enojada contigo y eso haría mi duelo más fácil, pero así, así como sucedieron las cosas yo me siento víctima de la calamidad y de la tragedia. (…) Tu madre siempre me acusó de ser portadora de calamidades y espectros. Tengo al menos tres recuerdos guardados en Facebook donde me dices cosas. En la primera me dices que tu mamá no quería que fuera a tu casa porque quería dormir tranquila ese día. La segunda que por favor me llevara a mis fantasmas cuando me fuera de tu casa, y la tercera un reclamo por dejar en tu casa un hervidero de espectros. A mí jamás me ha pasado. Nada paranormal. Traté de invocarte muchas veces y nada. Yo en serio deseo que un día te sientes al filo de la cama mientras duermo y me digas que soy una perra sin corazón, o que molestes a mi gato, o lo que sea. Pero no pasa. Tu mamá neta que me tenía mala idea. Lo que hizo que mi familia me trajera al centro de salud mental fue que neta, neta, me obsesioné con contactarte. Fui con cuatro brujas diferentes, dos de las que están arriba del mercado, otra en un pueblo cercano y otra en Zacatecas. Como verás, no podrás reclamar que no me esforcé por volver a verte. Ninguno de los rituales funcionó. Entonces empecé a languidecer. A morir, a dejar de comer. Yo en serio quería morirme, porque pensaba que esa era la única forma de verte de nuevo. Hice todo lo posible para morirme, excepto, claro, tratar de suicidarme, pero dejé de comer un mes. Sobreviví de avena cruda, agua, y aspirinas. Y un día me desmayé en el autobús. En el hospital se dieron cuenta que tenía anemia. Al interrogarme, dije la verdad. Mi mejor amiga fue asesinada, y he hecho de todo para contactarla. Le he mandado whatsapps todos los días con la esperanza que me responda. La he invocado con toda clase de rituales, entonces me quiero morir para reunirme con ella. Los doctores me veían atónitos. Entonces me mandaron al loquero (…) La psicóloga estaba empezando a creer que quizás sí la vida no era para todos, cuando se le ocurrió contarme una historia que leyó en un libro, dijo se llama Chicas muertas. Tres. Me dijo que la Huesera es una mujer vieja, muy, muy anciana, onda Doña Bigotes. Wey, pausa, se murió, por favor dime que está allá contigo haciéndote de comer. Ya, seguimos. Total, que la Huesera vive en algún sitio del alma. ¿Dónde está el alma? ¿En el cerebro? ¿La Huesera vive en el cerebro? Bueno, pues La Huesera es una señora que puede imitar los sonidos de todos los animales, y que de hecho emite más sonidos tipo maullidos, graznidos, rebuznos y píos, píos, que palabras. Su tarea, aunque creo que es bastante obvio, es recolectar tres chicas muertas. Huesos. Bueno, pues para no hacerte el cuento largo, resulta que la Huesera tiene el hobbie de recolectar en específico huesos de lobo. Los busca, los guarda y cuando el esqueleto está completo, enciende una fogata y arma el cuerpo del lobo. Canta. Canta. Canta. Y como, de qué clase de brujería es esta, los huesos se cubren de piel, de músculos y de pelo, y de pronto el lobo ya anda corriendo en la vereda. Espérate, eso no es lo más loco. Lo más loco es que mientras corre aullándole a la luna, el lobo se transforma en una mujer. Una mujer que corre riéndose a carcajadas. Luego de contarme la historia la psicóloga me dijo: Quizás esa es tu misión. Juntar los huesos de mujeres muertas, armarlas, contar sus historias y luego dejarlas correr libremente a dónde se tengan que ir1 (…) Te acuerdas cuando clausuraron el antro hipster que estaba en el centro y que todos los días íbamos a sentarnos afuera para burlarnos de las caras tristes de sus clientes. Ese día te dije que un día iba a ganar un premio de literatura con nuestras aventuras. No pude juntar cada uno de tus huesos porque tu familia te cremó. Pero hice el ejercicio mental de imaginarme que cada uno de mis recuerdos contigo era un huesito. Quisiera realmente completar 206 recuerdos. Pero, estoy cansada. Ha sido un proceso muy doloroso, y muerta no te serviré de Huesera. Yo quisiera contar cuando cayó un operativo a la casa del Güero y cómo nosotras escapamos por las azoteas de madrugada. Corrimos brincando bardas como una cuadra, y al final terminamos cagadas de risa en el estacionamiento de un centro comercial. Quisiera asociar a cada uno de tus dedos cada uno de esos vasos de pulque que compartimos, y a tu peroné cuando nos tomamos muchas fotos en el cementerio. Me gustaría que tu cráneo fueran todos esos memes compartidos, y tu mandíbula los tamales que me robabas diciendo, mira un ovni. Pero estoy cansada. Mientras escribo esto te stalkeo en Face, lloro, y tomo pulque. He escrito muchas cuartillas y las mandaré a un concurso. Te acuerdas de ese meme, el de ser culisuelta, me cambió la vida, pues lo he editado y ahora dice, ser la Huesera me salvó la vida. Es una ironía bien cabrona, si lo piensas fríamente, pero al final de cuentas, me salvaste como siempre. Para mí todos tus huesos están juntos, aunque tus cenizas, o parte de ellas porque la usurera de tu madre no me las quiso dar todas, están bajo mi cama. Espero, escuchar tu aullido en la madrugada.

Edith siempre me decía que mi habilidad literaria nos iba a sacar de pobres. Fue la primera que confió en mí. Un día serás una gran escritora, me decía. Y aquí estoy. No sé si soy una gran escritora, pero sí siento que me la rifo dos tres y a mí personalmente me gusta mucho cómo narro. Este es un texto personal porque es en el primero donde hablo sobre las tragedias que han marcado mi vida, pero en realidad todos mis textos son personales. «Feminismo sin cuarto propio» lo escribí sumida en una crisis depresiva que casi me lleva al panteón o al psiquiátrico. Perras de reserva lo escribí como justicia a mis pérdidas. Sí, ser Huesera me cambió la vida y como dice el rapero Lobo Estepario: A mí ya me mató el insomnio y estoy viviendo el sueño.

1. Paráfrasis de frase encontrada en la página 50 del libro Chicas muertas, de Selva Almada.