Dossier: Políticas del futbol

Tiro de esquina: clóset, duchas y futbol soccer

Wenceslao Bruciaga

Dice el mal refrán: es puto y le va al América. Pero en esta historia de casos de la vida real fue cierto. Éramos putos. Solo que él no le iba al América. Jugaba ahí.

Fue hace muchos años, veinte quizás. Salía con un tipo a punto de dejar las fuerzas básicas del Club América. O eso decía. Esperaba una oportunidad para hacerse una carrera en la primera división. No era, precisamente, mi tipo. Alto, con un cráneo puntiagudo conveniente cuando se rapaba, lo cual era seguido. Barba cerrada y bien pinche velludo. Besaba comprimiéndome los labios, sellándolos al vacío de la muerte. Su aliento escabroso y sucio me ponía como lambo hambriento. El problema es que teníamos la misma edad y eso jugaba en contra de mi programación erótica. Desde siempre solo entablo relaciones con hombres mucho más grandes que yo. Que tengan el kilometraje necesario para no escandalizarse con mis leperadas. Pero aquel jugador fue una honrosa excepción. Lo mejor era el sexo. En hoteles baratos.

Cogíamos como lobos enjaulados hambrientos de carne y leche mientras un discman, al que le conectábamos una bocina de mala muerte, excretaba el Sonic Nurse, que me la ponía más dura. Él podía inhalar poppers sin miedo a dar positivo al antidoping. Eyaculábamos y después solía poner el Think Tank de Blur para que la respiración a medio terminar y las uñas moradas no nos hicieran decir pendejadas. Nunca nos atrevimos a pronunciarnos como novios. Supongo que no lo fuimos porque nuestra relación —o lo que sea que haya sido— empezó en el extinto Gay.com. Es decir: sexo sin la distracción del compromiso. Nunca cruzó las fronteras de Villa Coapa. Acaso la Cineteca para ver la última de Gus Van Sant.

Uno de esos lunes en los que solíamos vernos, después de su concentración en la que no tenía contacto con el mundo exterior, y manchar las sábanas de semen, mientras sonaba «Good Song» de Blur, le pregunté:

—De cumplir tus sueños de llegar a la primera división, ¿te atreverías a declararte abiertamente gay? Sería histórico. Algo así como un héroe

—Sí, histórico. Pero también muy complicado…

Cuando quería averiguar sobre el clóset en el América y en el soccer en general, me cerraba la boca metiéndome la lengua hasta exprimirnos otra vez.

Cuando el jabón se cae

Complicado es quizás la palabra que define la situación de la homosexualidad al interior de los vestidores del soccer. Y es en los vestidores donde la problemática más suda.

En 2018, Olivier Giroud, delantero francés del Chelsea, dijo al periódico Le Figaro que: «Es prácticamente imposible declararse homosexual dentro del futbol… En un vestuario hay mucha testosterona, compañerismo, duchas colectivas... Es complicado, pero es así». Muchos entendieron aquella observación como homofóbica.

Recuerdo que aquello de los vestidores y las regaderas era un tema de conversación recurrente con aquel amante del América. Después de todo, las regaderas, el vapor, los saunas, son parte histórica de la visibilidad homosexual. Ahí se manifestó la sexualidad gay libre de convenciones heterosexuales. Y donde se gestaron las grandes luchas por el respeto a la diversidad, la diferencia, el reconocimiento del vih: «¿Cómo le haces cuando se te cae el jabón, cómo puedes controlarte cuando te bañas rodeado de pura verga?», le preguntaba. Solía decirme que, para empezar, no estaban tan sexys como podría imaginar. Eso ayudaba a disminuir la irrigación de sangre: «A veces basta con escucharlos hablar para que se te baje», decía. «En general son aburridos y, bueno, no todos somos tan pinches calientes como tú». Para él, jugar soccer implicaba una libertad que rebasaba el placer erótico. Era interesante su perspectiva. Tenía razón. En cualquier caso, yo no podría controlarme así de fácil. Aunque, personalmente, mi fetiche con el soccer son los jerseys. Desnudos, pero con la camiseta bien puesta.

Futbol 3

Liga Gay. Azcapotzalco, cdmx. 2019.

¿El problema son los vestidores? Tal vez es que la testosterona es tan primitiva que nos excitamos con cualquier cosa. Independientemente de nuestra orientación.

«La homosexualidad es el gran tabú del futbol soccer a nivel mundial. Y esto es por el miedo», como dijo alguna vez Antoine Griezmann sobre este tema. «Miedo a que te vean y traten diferente, a que te señalen. A que tus propios compañeros te retiren la confianza. O te agredan. Verbal y físicamente. Por todos los códigos que se manejan en el vestidor. Es algo tan absurdo como que en el juego del hombre, quien salga del clóset no sea tan hombre», me cuenta Ignacio Alva, narrador, conductor y comentarista para Televisa Deportes.

El ex mediocampista del Bayern Munich, Philipp Lahm, lo expone sin reservas de corrección política en su libro publicado el año pasado: El juego: el mundo del futbol, donde conjetura: «Aún falta aceptación en el mundo del futbol y en la sociedad en general. Aquel jugador que decida salir del clóset no podrá contar con esa misma madurez en todos sus rivales ni en los recintos o estadios en los que vaya a competir. Tendría que soportar insultos y difamaciones, ¿quién aceptaría que te agravien por ser quien eres?».

Para Lahm, lo mejor es que los homosexuales permanezcan en el clóset. Y hagan pública su homosexualidad cuando se retiren del campo. Para siempre. Como fue el caso de Thomas Hitzlsperger, quien portó la camiseta del Stuttgart o el West Ham, entre otros. Dijo ser gay en 2014, un año después de anunciar su retiro de las canchas. Mientras jugaba para el Everton.

El fatídico precio de salir del clóset: Justin Fashanu

¿El dilema de la homosexualidad en el soccer está anclado en la paradoja entre el deseo y la represión?

Al menos ese fue el incongruente absurdo que llevo al gran jugador del Nottingham Forest, Justin Fashanu, al suicidio. Fue encontrado en 1998 ahorcado en un almacén al este de Londres.

La historia recuerda a Fashanu como el primer jugador negro de la liga inglesa en firmar un contrato por un millón de libras. Era la década de los ochenta del siglo pasado. Justin lo tenía todo para ser un jugador de soccer disruptivo. Casi inhumano para el contacto y los remates de cabeza. De origen pobre. Negro. Gay que tuvo que hacer del clóset un lugar habitable con tal de ganarse un sitio en el equipo al que le debía altas expectativas. En Forbbiden Forward, la biografía de Justin Fashanu escrita por Nick Baker, se establece que fue precisamente el clóset lo que interfirió para que Justin no destacara tanto como Brian Clough, el aguerrido entrenador del Nottingham Forest, lo esperaba.

El deseo homosexual es la fuente de nuestro orgullo. Pero también puede ser una contracción gozosamente traicionera. Pienso en todas las pendejadas que he cometido solo por ir a clavarla sin más expectativas que eyacular en medio de caricias rasposas. Una de las cosas que arruinaron el romance con aquel jugador de fuerzas básicas fue que a veces me presentaba sin previo aviso a las afueras de la cancha donde entrenaba. Sus camaradas no sospechaban nada, pero a él no le hacía gracia. La sola idea de empiernarme con él me nublaba la prudencia. Tampoco es que se negara ir a los moteluchos.

Algo parecido le sucedió a Fashanu. Simplemente no podía evitar los clubes gays de la época. Sus compañeros de equipo estaban al tanto. No lo confrontaron. Fue un secreto a voces que llegó a oídos del intimidante Clough: «Si quieres una barra de pan, ¿adónde vas? Al panadero, supongo. Si quieres una pierna de cordero, al carnicero. Entonces, ¿por qué sigues yendo a esos malditos clubs de maricones?», le gritaba, no sin antes rematar con un «eres una nenaza».

Futbol 4

Ivana, previo a la tanda de penales de los cuartos de final de la Copa LGBTT+ 2019. cdmx.

La cosa empeoró cuando los tabloides británicos descubrieron las andanzas de Justin en bares con banderas de arcoíris en la entrada. Famoso por empacar el morbo con todo y coágulos de grasa saturada, The Star contactó a Fashanu. Un periódico con tal reputación amarillista no iba a dejar escapar tan jugosa noticia como la de un Justin: «Fashanu fue chantajeado. Le dijeron: “Sabemos que eres gay, o lo cuentas y te pagamos por ello o igualmente lo sacamos y no recibirás nada de dinero”», dijo Baker en una entrevista para el suplemento icon de El País. Aquella portada en The Sun fue el incio de la caída. «Estrella del soccer confiesa: Soy gay», decía en letras espectaculares. Después de eso todo fue un vórtice de malas decisiones. Patadas en equipos de segunda división. Escándalos artificiales que el mismo Fashanu fabricaba para vendérselos a los tabloides que lo habían acorralado. Se convirtió al evangelismo, donde escuchó cuánto odiaba Dios a los homosexuales.

Justin tenía poco en Londres. Venía huyendo de Norteamérica y la acusación de supuestamente haber abusado de un joven de diecisiete años. El 19 de febrero de 1998 se le vio feliz en los pasillos de un famoso sauna gay de Shoreditch. Bebió y besó a otros hombres con una libertad nunca antes experimentada. Regresó al almacén no muy lejos de ahí. Escribió una nota. Y se puso la soga al cuello.

Las últimas palabras escritas por Fashanu decían: «No agredí sexualmente a ese chico. El sexo fue consensuado (...) Por fin encontraré la paz». De acuerdo con Baker, en efecto, todo se trataba, nuevamente, de un chantaje.

Desde entonces, cada 19 de febrero se conmemora el Día contra la LGTBIfobia en el deporte.

Puto el que lo lea

Aquel amante decía que es curioso ver cómo los jugadores llegan a besarse con una pasión excesiva cuando anotan un gol, pero asumirse como gay resultaría un atentado contra el estadio.

Desde los vestidores, las duchas y las bromas pesadas, hasta la afición, el soccer siempre parece estirar la devoción por su club y el partido a una tensión homoerótica a punto de romperse con cualquier estímulo. Pero que tampoco nunca sucede.

En su libro Entre los vándalos, el periodista de Los Ángeles, Bill Bufford, dilata una convulsiva crónica sobre sus días sumergidos en las mareas de hooligans hinchas de diversos equipos de soccer de Inglaterra. Después de semanas de violencia gratuita, torsos desnudos que chocan entre sí, tragos infinitos de cerveza y cánticos de orgullo tribal, Bufford reflexiona sobre la pulsante carga homoerótica que se esconde detrás de todos esos rituales. Y que solo parece desahogarse en forma de puñetazos contra el orden. Ideado por la lógica heterosexual.

«Existe el erróneo hecho de pensar que un jugador gay puede ser una mala imagen para el club. Lo que a su vez podría generar animadversión en la afición. Lo más triste de todo esto es que son tan pocos los casos que es imposible saber cómo reaccionaría tanto el club como la afición, los patrocinadores y las federaciones si un jugador saliera del clóset», me dice Juan Carlos Veraza, comentarista y analista deportivo para Imagen Noticias.

En teoría, el tema de la homosexualidad en los deportes se abre camino. Muchos hombres destapan su orientación gay en disciplinas como el beisbol, el basquetbol o el futbol americano. Excepto en el soccer. Donde no solo el compañerismo intimida la posibilidad de abandonar el armario. La afición siente amenazado su artífice heterosexual cuando el club realiza cualquier guiño de apoyo a la comunidad LGBTTTI. Como sucedió con las virulentas respuestas el día en que el Club Cruz Azul pintó de arcoíris su logo en redes sociales. La indignación sacaba espuma digital. Algunos hinchas escribieron absurdos tuits como que demandarían al director técnico por atreverse a un acto de traición al equipo.

Sin mencionar que en México tenemos el problema del grito homofóbico que sigue sacando dolores de cabeza a la Federación Mexicana de Futbol: «Todos sabemos que el grito de la afición está mal y sin duda se debe hacer algo para cambiarlo. Pero aquí hay un tremendo doble discurso por parte de las autoridades internacionales. Pretenden multar a México por un grito evidentemente homofóbico, pero al mismo tiempo organizan mundiales en países altamente homofóbicos como Rusia o Qatar, ¿dónde queda el compromiso de combatir realmente la homofobia? Sigue siendo un tema complicado», me dice Juan Carlos Veraza.

Después vienen las marcas. Con su doble moral que les permite sumarse a campañas de tolerancia durante el mes de junio, el mes del orgullo, pero sacarían sus millonarios patrocinios de un club de soccer con un jugador abiertamente gay. El negocio del balompié no permite putos en sus filas.

«Es sorprendente cómo la homosexualidad masculina sigue siendo un tabú en el soccer mundial. No así con la selección femenina, donde las mujeres se declaran lesbianas, tienen novias en equipos rivales y nadie hace un escándalo. Pero el código de los hombres en el soccer sigue siendo algo muy fuerte y a la vez frágil. Podemos pensar que México es un país machista y homofóbico, y lo es. Pero lo más complejo es que este fenómeno es a nivel mundial. Nadie se atreve a salir del clóset ni en México ni en Alemania ni en Japón. Es mucho lo que tienen que perder: dinero, contratos, oportunidades. Tenemos que cambiar esta mirada, por el bien de todos», concluye Ignacio Alva.

Por simple estadística muchos jugadores de soccer, a nivel mundial, son homosexuales. De hecho, aquel amante de las fuerzas básicas del América me contaba que entre los jugadores de soccer circula la leyenda de que los porteros tienen fama de putos. Como él.

Lo peor de todo es el mensaje. Un gay que sueñe con ser futbolista en la primera división lo tiene complicado. Incluso en un tiempo donde las discusiones sobre la diversidad sexual y el lenguaje inclusivo desatan encendidas pasiones con miras a cambiar el futuro.

No sé qué habrá pasado con aquel amante del América. Sigo el fut mexicano y no he visto su nombre en la alineación de los últimos años. A veces pienso en él cuando veo un partido de las Águilas contra el Santos. Fue mi inspiración para un personaje de mi novela Funerales de hombre raros.

Dejamos de vernos cuando cometí el error de encularme. Tuvimos una riña horrible. Todo empezó porque me dijo que Henry Rollins era un payaso y yo me calenté. Rollins, un genio que no necesita de un equipo para validar su masculinidad. Por supuesto el pinche Henry era lo de menos. Bueno, no tanto. Confundí las cosas y él lo tenía bastante claro. Luego vino. La misma testosterona que nos pone a hervir la sangre de gays en las duchas con otros hombres también nos impulsa a decir cosas sin querer. Me arrepiento de eso. Ojalá lea este texto para decirle que lo siento.

Fotografía de Mario Domínguez