Lecturas

Abu Dhabi

Susana Patiño

Vivo sobre el sueño de alguien más. En los últimos diez años surgió sobre el mar, Al Reem, una de las tantas islas artificiales que moldean la geografía emiratí. «No hay una hierba que crezca en el mundo si no es por la voluntad de Dios». Aquí la voluntad divina pasa por el filtro de los fabricantes de islas: árboles, aves, caminos han sido colocados para adornar los clusters de edificios. El nivel del mar se calibra de acuerdo con el día de la semana: los jueves sube la marea para que kayaks, motos acuáticas y veleros puedan navegar sin dificultad. El domingo las playas sintéticas amanecen como un chapoteadero para cangrejos y peces adaptados a la semana laboral musulmana, haciendo a un lado los ciclos de la luna.

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El domingo pasado recibimos en la oficina la visita del hijo del jeque o dueño de Abu Dhabi. Nos transmitió su absoluta confianza en la aplicación de nuevas tecnologías en la industria del health care. Lo acompañó la ministra de Salud y responsable de los temas regulatorios: una fda de carne y hueso que puede autorizar en tiempo real nuevos protocolos para aplicar estudios y obtener información de la población. Pregunté a Shimma, mi colega egipcia, cuál es el nombre oficial del hijo del jeque de Abu Dahbi.

—Califa, literalmente, significa sucesor en árabe.

Tardé un buen rato en recordar si califa era el nombre de un table dance o una taquería en México.

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Los gatos callejeros cuentan con dispensadores de alimento y agua públicos. Cada árbol tiene integrado su sistema de riego: una delgada manguera negra, agujereada al azar, abierta varias horas al día. Yo agradezco al soñador de este lugar por pensar en todos los seres vivos. También le pediría que, Inch Allah, corrija un par de errores en la matrix para sus próximos diseños.

Las paradas de autobús: un tubo clavado en la banqueta, con un letrero y un número en la parte superior, sin techo o algo que ayude a protegerse del sol. La prevención del cáncer de piel sería más efectiva gracias a la implementación de guaridas protectoras en vez del análisis de melanomas sospechosos con redes neuronales.

Al llegar a un crucero hay que tocar el semáforo para pedir la luz verde peatonal que tardará unos tres minutos en ser concedida y alcanza para llegar al camellón. Entonces, hay que tocar un nuevo semáforo peatonal y ver pasar, durante otros tres minutos, bajo el sol de 40 °C a los bonitos autos de marcas desconocidas.

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El califa también nos explicó que estamos en la mayor incubadora de start-ups de inteligencia artificial en el mundo. Entre cafés árabes y pains au chocolat con almendras, los startuperos presentan sus proyectos en diez minutos. Las introducciones siguen más o menos el mismo guion: la incontinencia en adultos tiene un impacto en el mundo de 25 billones de USD anuales y por eso traemos un nuevo calzón libre de infecciones, por ejemplo.

Detección de cáncer, diabetes, medicina holística con meditaciones, suben a la pasarela a presentar sus proyectos en busca de inversionistas y la aprobación de la ministra de Salud. Al final de la sesión, un hombre pide la palabra:

—Yo soy médico. Los médicos somos malísimos con la tecnología. No lo olviden cuando diseñen sus dispositivos. —Su voz se escucha como una pesadilla en la matrix del soñador.

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—¿Qué es un Jinn?— pregunté a Shimma al final de la sesión del califa. Shimma abre mucho los ojos, voltea en todas direcciones y me pide que le explique a qué me refiero.

—Lo vi en Netflix, un espíritu que se posesiona de un cuerpo, algo así.

—¿Y tienen eso también en México?

—Sí, claro. —Le conté de las curaciones de Pachita vía el espíritu de Cuahutémoc, tecnología de un verdadero sueño divino.

—OK, quería estar segura de que hablábamos de lo mismo. Mi abuela me ha contado muchas historias al respecto, habrá que platicarlo en mi próxima visita.

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Kevin despertó con el coche encendido. No recordaba haber reclinado el asiento, su primer impulso fue buscar la cartera que encontró en el tablero. Estaba estacionado afuera de un cajero en Iztapalapa, había ido a sacar sus últimos doscientos pesos para ir por otro six.

Ese mismo día, Kevin de Iztapalapa le reclamó a Dios por qué no lo dejaba trabajar en paz. Él solo quería manejar su Didi y completar para el pago de la mensualidad, pero siempre se encontraba con alguien que lo llevaba por caguamas. Tres meses después de esa conversación, Kevin de Iztapalapa aterrizó en Abu Dhabi, contratado por el gobierno para trabajar en un call center.

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—¿Cómo crees que va a ser cierto, mijo? Seguro es fraude, ¿quién te va a querer contratar a ti que ni la prepa terminaste? Mejor quédate a trabajar el Didi. Conmigo no cuentes para nada.

Kevin de Iztapalapa ya estaba acostumbrado a que le cortaran las alas en su casa, pero ahora es el orgullo de la familia y ya está ahorrando para traer a su mamá a fin de año.

—Pórtate bien, mijo, no vayas andar tomando.

—Cómo crees ma, aquí ni se puede.

Kevin de Iztapalapa me enseña el wa de su madre mientras se pide la décima caguama de la noche en el cuarto bar que visitamos: uno de Senegal, otro de Costa de Marfil, uno más de la India y el último de Filipinas. Se puede realizar ese viaje por el mundo sencillamente recorriendo diferentes pisos en un hotel. Al igual que en la iglesia, aquí se puede entrar libremente sin comprobante de vacunación y sin prueba pcr. Según Kevin, el mejor antro de Abu Dhabi es el Ramadan. Reconozco que, al menos el nombre, es perfecto.

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—¿Has visto cómo se pone Circunvalación?

—No, la neta no.

—Tlalpan, pues.

—¡Ah! Ahí sí.

—Así igualito se pone aquí a la vuelta.

—¿Y cómo caíste ahí?

—Le pregunté a un taxista de Paquistán dónde podía seguir la fiesta y me llevó. Yo sabía que esas ondas están prohibidas y que cuelgan a las chavas si las descubren, hasta pensé que era un cuatro y que el taxista era policía, pero no, se trata de una práctica común. Aquí me siento más seguro que en México, al menos sé que no me van a robar saliendo de los bares y si algo me llegara a pasar, todo se puede rastrear con las cámaras.

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La rocola funciona escribiendo el nombre de la canción en una servilleta y poniendo un billete de cinco dirhams encima para que el mesero ponga la rola solicitada. Kevin de Iztapalapa se pierde en la música mientras Elaisa, su novia de Filipinas, me cuenta que tienen muchos problemas porque Kevin no quiere que ella rece ni que vaya a la iglesia.

—Síster, ¿tú también eres de la religión de Kevin?

—¿De qué religión?

—No sé bien, dice que tiene un padrino y que cree en un oráculo, santero creo.

—Yo voy, a veces, a la iglesia católica.

—Yo también, síster. ¿Cómo voy a dejar de ir a la iglesia si Jesús ha hecho tantos milagros en mi vida? ¿Sabes usar el rosario? Yo aprendí hace poco y vi cómo se curó mi sobrino de un cáncer fase cuatro.

Los ojos de Elaisa brillan más que las luces del antro en donde estamos. Mientras tanto, Kevin canta en un mundo muy distante del nuestro:

—Despiértame cuando pase el temblor.