Lecturas

Conversación con Nancy Fraser

Nancy Fraser en entrevista con Martín Mosquera

Tus trabajos más recientes desarrollan un «concepto ampliado de capitalismo». Se trata de cuestionar la definición tradicional que se concentra de manera estrecha en el capitalismo como sistema económico, ¿es así?

Efectivamente, la concepción ampliada del capitalismo es un intento de abandonar las interpretaciones inadecuadas y burdas de cierto marxismo que piensa en términos de base y superestructura, es decir, que afirma que el fundamento real de la sociedad es el sistema económico y que todo lo demás es una superestructura. En ese modelo, la causalidad fluye de manera unidireccional desde la base económica hacia la superestructura jurídico-política. En cambio, si hablamos de la relación entre el subsistema económico de la sociedad capitalista y las condiciones de posibilidad que constituyen su trasfondo necesario, la imagen de la base y la superestructura se complica. Afirmar que algo es una condición necesaria de la economía implica que las actividades que permiten el funcionamiento del sistema económico capitalista —la producción de mercancías, la posibilidad de venderlas para obtener ganancias y acumular capital, la compra de la fuerza de trabajo y su utilización— no pueden desarrollarse a menos que otros elementos, que a veces se piensa que están fuera de la economía, se encuentren en su debido lugar.

En este sentido, por ejemplo, son necesarias las relaciones de parentesco que organizan los nacimientos, el cuidado, la socialización y la educación de las nuevas generaciones, que reponen la fuerza de los trabajadores adultos que deben alimentarse, bañarse, vestirse y descansar para poder retornar a sus trabajos al día siguiente. Creo que este es un argumento que se conoce bien y que fue desarrollado en detalle por las feministas que trabajan en el marco de esa variante del feminismo marxista que se denomina Teoría de la Reproducción Social. Si tomamos el ejemplo de la reproducción social, percibimos inmediatamente que, de no realizarse adecuadamente esta condición de fondo, se estropea la producción. Esto implica que las posibilidades de acumular capital por medio del sistema económico están limitadas por algunos rasgos de las relaciones de parentesco, como las tasas de nacimiento o las tasas de mortalidad. Por lo tanto, las condiciones de fondo tienen consecuencias importantes sobre todo el proceso. De esta manera, podemos construir una imagen más compleja de la causalidad.

Podríamos decir algo similar de las condiciones de fondo denominadas «naturales» o «ecológicas»: la producción capitalista y la acumulación de capital suponen que todas las cosas materiales que necesita el sistema están disponibles sin reservas y desde siempre en la naturaleza, que basta con elaborarlas en el proceso de producción. Pero las materias primas, las fuentes de energía y la posibilidad de eliminar los residuos —todas condiciones de fondo indispensables— no son necesariamente ilimitadas.

Al mismo tiempo, está claro que las fallas en los ecosistemas esenciales (por ejemplo, el agotamiento de las fuentes de energía o la contaminación excesiva) también pueden estropear las industrias. El covid-19 que, al menos en un nivel, es resultado de una disfunción ecológica, nos brinda en este momento un ejemplo particularmente interesante de todo esto. Se trata de un derrame zoonótico, es decir, de la transmisión de un virus que, a través de algunas especies intermedias —probablemente los pangolines—, pasa de los murciélagos a los seres humanos y hace que todo el sistema económico se contraiga y cierre por la fuerza. En este sentido, podemos decir que el covid-19 es un excelente ejemplo de una causalidad que avanza en la dirección contraria a la del esquema de la base y la superestructura.

Quisiera saber algo más sobre el lugar que ocupa el subsistema económico en tu teoría. En tus términos, el capitalismo no es un sistema económico autónomo porque depende de «condiciones de fondo» que, en algún sentido, son parcialmente externas. Surgió el ejemplo de la naturaleza. Pero aun si todas estas esferas son relativamente autónomas, son «condiciones de fondo» del subsistema económico, el «primer plano» del capitalismo. ¿No continua siendo el subsistema económico, en tu enfoque, el elemento predominante, para decirlo de algún modo, «en última instancia»?

Sí, efectivamente hay algo específico en la economía que le otorga un vigor causal particular, una fuerza real y una gran importancia: el imperativo de acumular y expandirse. Sabemos que la economía capitalista no se trata de individuos que ganan dinero y luego se tiran a descansar y a consumir lo que compraron en hogares lujosos. El capitalismo conlleva el imperativo de la reinversión continua, que genera cada vez más plusvalor, más ganancias y más capital. En las sociedades capitalistas, se trata de una fuerza realmente dinámica que históricamente dispuso del poder causal para torcer —en mayor o en menor medida— ciertas condiciones externas a voluntad del capital. No es un poder absoluto. Siempre corre el riesgo de retroceder frente a lo que recién mencionaste, de forma adecuada, como «esferas relativamente autónomas»: la naturaleza tiene sus propios tiempos y obedece a un tipo de reproducción que, a la larga, cae por fuera del control capitalista.

De todas formas, la dinámica capitalista es una compulsión bruta y ciega que está fuertemente anclada en el sistema y es mucho más poderosa que la voluntad de los seres humanos individuales que personifican al capital, lo poseen y realizan su voluntad. El impulso es tan poderoso que, en algunos casos, es capaz de modificar las condiciones de fondo. Aunque probablemente siempre encontrará un límite. Lo que intento decir es que Marx y la mayoría de los marxistas tienen razón cuando insisten en el poder y en la fuerza transformadora que conlleva la dinámica de la acumulación. Aun así, no creo que esto necesariamente se traduzca a la imagen causal de la base y la superestructura. Existen toda clase de presiones porque las denominadas «condiciones de fondo» tienen una gramática de reproducción propia y valores normativos que influencian las decisiones de la gente.

Me gustaría centrarme ahora en tu concepto de «luchas de frontera». Se trata de las luchas por definir los límites entre la economía y la sociedad, la producción y la reproducción, etc., es decir, entre el «primer plano» y sus «condiciones de fondo». En algún punto, parecería que estas luchas de frontera son sinónimos de la lucha de clases. Al abordar las luchas sociales de esta forma, ¿no existe el riesgo de extraviar la especificidad de la lucha de clases? Si volvemos a leer tu respuesta a Butler en la New Left Review, podríamos preguntarnos si la Nancy Fraser de 2021 corrige a la Nancy Fraser de 1998. Te cito:

Butler pretende llegar a la conclusión de que las luchas de liberación sexual son económicas, pero esta conclusión se vuelve tautológica. Si las luchas en torno a la sexualidad son económicas por definición, entonces no son económicas en el mismo sentido en el que lo son las luchas en torno a la tasa de explotación. Llamar «económicas» a ambos tipos de lucha supone arriesgarse a hacer colapsar las diferencias, generando la falsa impresión de que entran en sinergia de manera automática y anulando nuestra capacidad de plantear y responder a cuestiones políticas complicadas, pero acuciantes, relativas a cómo hacerlas entrar en sinergia aunque, de hecho, sean divergentes o estén en conflicto.

En realidad, no. Creo que descubrí que podía expresar mejor lo que quería decir sirviéndome de otra terminología. Pienso que existen dos estrategias. Históricamente, al menos en el marxismo tradicional y en los principales movimientos obreros y socialistas, hubo una tendencia a pensar las luchas de clase en un sentido estrecho, como luchas en el campo de la producción que se desarrollan a partir de disputas por la tasa y la distribución del plusvalor que se extrae a los trabajadores asalariados por medio de la explotación en las fábricas. Y luego sí, por supuesto, se supone que esas luchas deben expandirse más allá de las puertas de la fábrica, desarrollar una dimensión política y asumir otras reivindicaciones más lejanas. Pero sigo pensando que, en general, esta imagen de la lucha de clases como algo esencialmente relacionado con el trabajo asalariado en entornos industriales es una imagen muy poderosa.

Esa imagen ha llevado a mucha gente a intentar argumentar contra lo que Mouffe y Laclau llaman «esencialismo de clase». Estas personas argumentan que las luchas de clases no son las únicas que existen en las sociedades capitalistas y que no tienen la potestad absoluta para definir qué es una reivindicación justa o qué sería una sociedad justa. No tienen el monopolio sobre los nombres de la opresión y la injusticia. Y, de hecho, a lo largo de la historia, las sociedades capitalistas han sido espacios en los que se desarrollaron luchas enormes alrededor de la esclavitud y el trabajo forzado, el género y múltiples ejes de opresión y dominación. Entonces, una estrategia consiste en decir: «Bien, las luchas de clases son esta cosa específica y, por lo tanto, debemos reconocer las luchas que no son luchas de clases, que son otra cosa».

Sin embargo, desde otra perspectiva, podríamos decir que el problema es la definición estrecha de lo que es una lucha de clases. Si analizamos la cuestión de una manera más sofisticada y con más detalle (y creo que esto es lo que quise decir cuando discutí con Butler), podemos afirmar que las otras también son luchas de clases, pero en un sentido diferente. Esto nos lleva de vuelta al inicio de nuestra conversación, cuando hacías referencia a mi idea de un concepto ampliado del capitalismo. En la medida en que el capitalismo no es solo una economía, la clase no se define únicamente en el campo de la producción. Si comprendemos al capitalismo como una realidad que abarca todas estas condiciones de fondo, necesarias para que funcionen los sitios especializados en los que se acumula plusvalor a costa de la explotación del trabajo asalariado, comprendemos también que la reproducción social es un componente esencial del sistema y de la forma en la que sus partes encastran unas con otras. Si decimos lo mismo sobre la naturaleza, sobre los bienes públicos y las capacidades regulatorias, sobre las formas legales que consideramos políticas, si todo esto también es esencial, entonces podría darse el caso de que las luchas que se generan alrededor de estas realidades también sean luchas anticapitalistas, o al menos luchas en torno a componentes esenciales del sistema capitalista. También podemos decir que, si logran conjugarse de forma adecuada —y no siempre sucede así— estas luchas pueden ser comprendidas como luchas de clases.

Nancy Fraser ilustración

A lo largo de la historia, las luchas alrededor de la reproducción social formaron parte de la lucha de clases. Esto es lo que está detrás de la poderosa reivindicación de un salario familiar defendida por el movimiento obrero. Se trata a la vez de una lucha por las condiciones de trabajo —en términos literales— y una lucha por las condiciones de la reproducción social y las actividades del hogar. Resultó ser una solución que no siempre favoreció a las mujeres ni a esas porciones de la clase trabajadora a las que no se consideraba idóneas para un salario familiar. Pero podemos percibir que rápidamente, dependiendo de cómo hablemos sobre la lucha clases, las cosas pueden volverse muy complicadas.

Pienso que en términos intelectuales, la mejor solución es redefinir la clase y la lucha de clases de una manera más amplia. Pero, al mismo tiempo, debemos tener mucho cuidado a la hora de precisar lo que significa que estas luchas sean luchas de clases. Lo digo teniendo en mente una cuestión en particular: ¿cuál es la mejor manera de promover el tipo de alianzas amplias que necesitamos para enfrentar a los enormes poderes, profundamente arraigados, contra los que debemos luchar y a los que debemos desarmar? A primera vista, afirmar que se trata de luchas de clases parece abrir el campo de lo posible: estamos todos juntos y enfrentamos el mismo enemigo. Todos somos parte del mismo proyecto. Por otro lado, hay gente que suele interpretar este tipo de lenguaje en términos de disputa: «Tratan de hegemonizar nuestra lucha y niegan su especificidad».

Si adoptamos una concepción ampliada del capitalismo y, por lo tanto, de la lucha de clases y de las luchas anticapitalistas, tenemos la obligación de definir con mucha precisión los motivos por los que estas luchas no armonizan inmediatamente. Pero esa es una tarea que compete a la política y, en efecto, es una tarea difícil.

Por cierto, para explicar las luchas de frontera, suelo referirme a la perspectiva de Karl Polanyi. Sin utilizar el término, Polanyi estaba muy interesado en las luchas de frontera entre lo que denominaba el mercado autorregulado —podríamos decir, simplemente, la economía— y la sociedad. Este enfoque también enfrenta múltiples problemas sobre los cuales no voy a explayarme en este caso, pero lo interesante y fructífero es la idea de que la lucha no se desarrolla simplemente alrededor de la distribución del plusvalor. Se desarrolla más bien en torno a aquellos elementos que definirán la gramática de la vida. En una comunidad determinada, ¿se le dará carta blanca al capital o no? Esto suscita preguntas muy profundas sobre el poder y sobre quienes disponen del poder para moldear la gramática de la vida de una sociedad. Todas estas son cuestiones que, en las sociedades capitalistas, se eliminan subrepticiamente de la agenda política y se le delegan sin nuestro consentimiento al capital y a quienes se encargan de la acumulación de capital.

Hablar de las luchas de fronteras en este sentido nos acerca a la pregunta que planteas. No es solo una cuestión de distribución, sino de la gramática de la vida social. La clase tiende a hacernos pensar que se trata de «quién gana cuánto» y esto no es del todo adecuado. Lo que digo también suena un poco populista. La noción de luchas de fronteras nos indica que hay un problema fundamental a la hora de trazar la línea que separa a la sociedad de la naturaleza, y esto nos lleva de nuevo al coronavirus y al derrame zoonótico. Estas cuestiones se volvieron ineludibles en la actualidad y creo que la situación actual debería bastar para dejar atrás cualquier tipo de ingenuidad al respecto.

Se plantean problemas muy serios cuando se piensa en la relación entre el trabajo remunerado —que asumo que existirá, de alguna manera, en una sociedad socialista— y las otras actividades que realizamos en nuestras comunidades, las relaciones familiares, la crianza de los niños, etc. Estos problemas no desaparecerán y son precisamente a los que me refiero cuando hablo de luchas de frontera. Es probable que, en el momento en que nos involucramos en estas luchas, los intereses no estén del todo claros. Como socialista democrática, asumo que en una sociedad socialista deberá haber algún tipo de mercado. No creo que podamos seguir hablando de economías planificadas. Pero los problemas se plantean cuando nos preguntamos cuáles son las fronteras legítimas en el marco de las cuales deben funcionar los mercados o qué cosas es legítimo comprar y vender. Pienso que hablar de luchas de frontera implica asumir que debemos disputar todo esto en las sociedades capitalistas. No es solo que las luchas de frontera sean una alternativa a las luchas de clases. Es que las luchas de clases a veces toman la forma de luchas de frontera y las luchas de frontera —cuando son bien conducidas— a veces toman la forma de luchas de clases.

En tu conversación con Rahel Jaeggi rechazaste la idea de un capitalismo «posracista» o «postsexista», pero en «¿Es el capitalismo necesariamente racista?», tu conclusión es que tal vez nos dirigimos hacia una forma de acumulación capitalista en la que se diluirá «la base estructural del racismo», porque ya no se separará tajantemente la expropiación (que fundamentaba la opresión racista) de la explotación. ¿Podríamos decir lo mismo de la reproducción social y el patriarcado?

No planteo esta cuestión para embarcarnos en «experimentos mentales» sobre una eventual forma del capitalismo «indiferente al género», sino más bien para evaluar el significado y el estatus de los avances del movimiento feminista. Empujados por las luchas feministas, ¿asistimos a una despatriarcalización parcial del capitalismo?

Personalmente, evito usar el término patriarcado porque tiene un sentido técnico que remite al dominio de hombres mayores y a una idea de dependencia que incluye tanto a hombres como a mujeres. Prefiero hablar de las formas específicamente capitalistas de dominación masculina. Y creo que estas formas de dominación remiten a algo que —hasta donde alcanza mi entendimiento— es específico de las sociedades capitalistas en tanto se oponen a las sociedades precapitalistas.

Lo que es específico en las sociedades capitalistas es la diferenciación aguda entre la producción de mercancías, que se apoya en el trabajo asalariado y en la acumulación de capital, y la reproducción social, que se apoya en gran medida en el trabajo no asalariado de la familia y de ciertos miembros de las comunidades, especialmente las mujeres. Creo que la separación de estas dos funciones esenciales de la sociedad en función del género es específica del capitalismo, y si hay un eje estructural de las formas de dominación masculina, es ese.

Ahora bien, diría que no es posible superar completamente la dominación masculina sin modificar esa separación. Debemos imaginarnos de una forma completamente nueva de la relación entre la producción y la reproducción, una forma que haga que sean mucho más porosas la una a la otra. Lo cierto es que estas esferas no pueden diferenciarse de manera categórica, tanto en términos de su relación con la acumulación de capital como en términos de las formas en las que se relacionan con el género. Es como el cambio climático y la idea de que en realidad la descarbonización es imposible. No se puede construir una sociedad sustentable sin descarbonizar. No se puede tener una sociedad realmente justa en términos de género sin meterse con esa división. En algún sentido, se trata de argumentos paralelos. Y agregaría que allí donde la raza está en juego, es imposible alcanzar la justicia racial sin meterse con la distinción entre explotación y expropiación, trabajo libre y trabajo injusto o forzado, que creo que es el fundamento de la cuestión racial.

Pero también agregaría lo que Hester Eisenstein denomina «relaciones peligrosas» entre el feminismo —o las formas del feminismo burgués liberal— y el capitalismo, que tiene que ver con el hecho de que muchas fuerzas que promueven el capitalismo también quieren desmontar estas relaciones tradicionales de género, estas jerarquías tradicionales que pueden representar en sí mismas obstáculos a la mercantilización, la capitalización y la financierización de las cosas a gran escala. Si no percibimos esto, seguiremos imaginando al capitalismo como un sistema conservador, aristocrático y paternalista. Este es también el motivo por el cual existe una extraña hostilidad entre las élites liberales (que incluyen a la feministas liberales, Wall Street, Hollywood, Silicon Valley y todos los sitios en los que existe un capitalismo neoliberal progresista) y las comunidades evangélicas y aquellos sectores de lo que podríamos denominar el «mundo de Donald Trump», que están a favor de la familia tradicional.

Tenemos ahora una nueva jueza en la Corte Suprema de los Estados Unidos que representa esto a la perfección. Es la antítesis de Hillary Clinton. Estas dos figuras icónicas representan la oposición entre el feminismo liberal de Wall Street y los valores de la familia tradicional. Frente a esta situación, los movimientos feministas que, a falta de una palabra más adecuada, podemos definir como anticapitalistas, se encuentran entre la espada y la pared. Es necesario luchar contra ambos a la vez.

Traducción de Valentín Huarte
Ilustración de María Islas