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Wenceslao Bruciaga

Higiene moral: Ministry y sus 50 años bailando contra la homofobia

Lo que me gusta de Ministry, o Al Jourgensen, que al día de hoy son el mismo Dios, es su ingeniería para mezclar electrónica cyberpunk, pesadillas políticas y homoerotismo bélico y anárquicamente bailable. Buena parte del culto de Ministry y en general todo el primer catálogo de Wax Trax Records se apoya en la mecánica fantasía de subvertir el cliché gay de la pista de baile despojándolo de su amabilidad a veces democráticamente corrompida. Por supuesto que la música disco se consolidó como el primer soundtrack oficial de la disidencia fálico-anal. Pero su accesible repetición y voces de nylon pueden pasar por temas familiares sin ningún problema. Éxitos como «MacArthur Park» de Donna Summer pueden sonar desde el estéreo de nuestras abuelas, entre carpetitas y recuerdos de las Grutas de Cacahuamilpa, hasta en un calabozo leather, frente a un sling con un bote de grasa Crisco a lado. Junto a unos guantes de látex. En cambio, Ministry es el registro del doloroso e imparable goce expansivo del fisting hecho música. Si el house es la evolución del disco en cocaína líquida, Ministry es disco disuelto en nitrato de amilo, lluvia ácida y cerveza. Su disco compilatorio Twelve Inch Singles es como Donna Summer haciéndole sexo oral a William Gibson.

Mi problema con Ministry es que su discografía es innecesariamente productiva. Sacan discos a lo pendejo y han abandonado el sabor dancefloor para hacer un metal minimalista con restos de incrustaciones cyberpunk. Pero su último disco, Moral Hygiene, lanzado el año pasado, me obligó a revisar su historia de nuevo.

El pasado 16 de abril, en el teatro Warfield, Al Jourgensen se adelantó al mes internacional contra la homofobia, cuyo día oficial es el 17 de mayo, recreando la versión dance de «Supernaut» de 1000 Homo Djs, otra banda icónica del industrial gay que a su vez hace un cóver a Black Sabbath. La canción fue antecedida por pequeñas reflexiones de Al sobre la represión que ejerce el Estado. Convencido de que es la única forma de mantener el orden en una sociedad siempre dispuesta a obtener placer mediante el sexo. La canción empezó con la sucia grabación de una voz masculina como proveniente del dial más lejano de la amplitud modulada: «Prácticamente cada uno de los 40 mejores discos que se escuchan en todas las estaciones de radio en los Estados Unidos es una comunicación dirigida a los niños para que realicen un viaje, escapen y disfruten. Las cubiertas psicodélicas en los álbumes de discos tienen sus propios símbolos ocultos y mensajes, así como las letras de todas las mejores canciones de rock que cantan el mismo estribillo: es divertido hacer un viaje, poner ácido en tus venas». Después vino la pulsión de un taladro sintético, la batería robóticamente percudida programada al mismo tempo que la música disco y Jourgensen empezó a gritar como si lo estuvieran fisteando. Jim y yo empezamos a bailar mientras nos besábamos y le metía un dedo en el culo.

Por supuesto que la homofobia sigue representando una amenaza para los que ejercemos la sexualidad anal. Desperdiciando semen y atentado contra los valores familiares. El problema es la necedad en creer que la homofobia se trata de un obstáculo para estandarizar a los jotos en convenciones sociales. Días después del concierto de Ministry se desató una discusión sobre el cruising gay que reveló que buena parte de la sociedad, incluyendo miembros del mismo colectivo gay, sigue viendo las prácticas homosexuales en espacios públicos como desviado terrorismo contra los buenos valores de una sociedad funcional. Aún más inútil es el recurrente ejercicio activista de higienizar a los putos para demostrar que la homofobia es un error. Al final, como dice Ministry en su último disco: la higiene moral es una campaña de consumo. Compra en lugar de mamar verga. Quienes abrazan la represión y el autodesprecio para desmontar que la homofobia es intolerable les dan la razón.

Aquello de la represión no solo se quedó en la protesta verbal de Jourgensen. La producción escénica simbolizaba con crudeza la idea de protección para salvarnos de nuestros propios deseos. Que pueden ser la ruina que rompa la cadena de reproducción humana, mano de obra barata, créditos de clase media, consumismo y millonarios bulímicos de ambición. En el proscenio colocaron enormes muros de malla ciclónica que mantenían a Jourgensen a salvo del público y preso del sudor colectivo. Era el muro de Trump. Pero también la encarnación de los muros progresistas que hoy pretenden salvarnos de cualquier cosa que pueda esparcir odio, ofendernos, deshumanizarnos. Al centro, se levantaba el pedestal que sostenía un libro, acaso con las letras de las canciones, un pequeño sintetizador análogo y la cruz de Cristo en verde nuclear.

Caí en cuenta de que era el mismo escenario en el que los Idles dieron su primer concierto en San Francisco en noviembre del año pasado. Y declamando los mismos discursos políticos contra las fallas del Estado. A favor de la tolerancia. Contra la criminalización de las minorías sexuales, la homofobia, los inmigrantes, las disidencias ideológicas. La deconstrucción como salvación masculina. Exigiendo espacios seguros para sobrevivir en este mundo donde la complejidad humana es reducida a moralidad justiciera. Pues bien, la malla de Ministry provocaba el brutal efecto que delimitaba, o bien un espacio seguro o prisión moralista, según se vea. Caí en la cuenta de que, al final, los Idles son unos pinches conservadores que gritan sobre el pavor que les da hacerse cargo de sus deseos. Que se la pasan dando lecciones morales que nadie les pidió.

Jourgensen gritaba, mientras enganchaba sus dedos a través del entramado ciclónico para intentar derribarlo entre la convicción y el frustrado hecho de que el sistema no cambiará, por mucho que la deconstrucción sea la nueva religión a la que todos rezan pero estafan a la menor tentación. Como sucede con todas las religiones. Incluyendo la gay. Que impone modelos de pensamiento, criterio y moda. No hay salida. Fue un acierto que la última canción del concierto fuera el cover a Iggy Pop «Search and Destroy».