Un texto personal, segunda parte
Por eso, es mejor hablar
recordando
que no se esperaba que sobreviviéramos.
Audre Lorde
Esta es la segunda entrega de una serie de textos autobiográficos. La intención de «Desde los zulos» es que los lectores de Sexto Piso se familiaricen con mi trabajo y generar expectativas por la publicación de mi libro Perras de reserva. Si en esta ocasión hablaré sobre mi «carrera literaria» es porque siento que mi experiencia podría servirles a otras personas, sobre todo mujeres.
No vengo de una familia dedicada al arte o a la cultura. Mi madre trabajó desde muy niña como comerciante, su primer emprendimiento fue vendiendo bolis que ella misma fabricaba. Inició vendiéndolos localmente y luego los distribuía por todas las comunidades cercanas. En su juventud se fue a trabajar a Estados Unidos como inmigrante sin papeles y piscó aceitunas. Estuvo un rato en la Federal de Caminos y, finalmente, en una pequeña cantina tradicional. Mi papá siempre se dedicó al giro de los bares y cantinas. No pasé mi infancia rodeada de libros, pasé mi infancia rodeada de olor a cigarro, cerveza, frituras y música de cantina. Mi circulo primario, que es mi familia materna, está compuesto sobre todo por mujeres trabajadoras, pocas o casi ninguna profesionista. Por ejemplo, mi prima R trabajó toda su vida en la industria musical en el genero del regional mexicano. Organizaba bailes gruperos.
Empecé a leer por las mismas razones que en este momento estoy enganchada con el TikTok: para pasar el tiempo. Mi mamá siempre trabajó de noche y yo la esperaba despierta, no por miedo a que le pasara algo, sino por miedo a los fantasmas. Me daba miedo dormirme sola y que el coco me jalara las patas. En mi casa nunca hubo libros. Mi mamá nunca ha sido lectora y mi papá agarró el gusto por la lectura hasta que la enfermedad le impidió seguir trabajando. Los libros estuvieron a mi alance en una época en que vivimos en la casa de una amiga de mi madre. En nuestra habitación había un librero con una enciclopedia infantil ilustrada. Nunca fue un hobbie en sí, era como una distracción de emergencia, era eso o pensar en que el chupacabras o el ogro de la Hora Marcada entrarían en mi habitación en cualquier momento. Cuando mi mamá me dejó sola sin aviarme todo un fin de semana porque le ganó la fiesta luego de ser jurado en un certamen de «Miss Gay» me compró una consola Family y adiós libros. Empecé a matar el tiempo entre honguitos enojados y dinosaurios de colores.
Mi primera experiencia con la escritura fue en primero de secundaria. La profesora de español nos dejó como actividad y derecho a exámen que escribiéramos un diario. Teníamos que escribir una página diaria. No recuerdo exactamente sobre qué escribía, pero me imagino que, sobre las tardeadas en la Meneos, los duros preparados, comprar playeras de Blind, andar en patineta y rayar paredes, cosas que estaban de moda en las colonias populares en los años noventa. Cuando llegó la primera revisión la profesora me dijo que considerara dedicarme a escribir porque tenía habilidad literaria. No me lo tomé en serio. Seguí escribiendo porque me hacía bien, porque escribir acerca de mis emociones me ayudaba a lidiar con ellas, pero no porque pensara que sí podría ser escritora.
En mi infancia mis intereses eran básicamente ver películas de terror, mi favorita era Vacaciones de terror, con Pedrito Fernández, andar en bicicleta y jugar videojuegos. De los trece a los quince años me gustaba bailar hip-hop, ver a los danzantes ensayar, y los bailes de regional mexicano. En esa época vi a un chingo de los grandes exponentes del regional: Poder del Norte, Intocable, Pequeños Musical, Pesado, Cardenales de Nuevo León, Invasores. Mi mamá estaba tan ocupada trabajando y tan cansada que aplicó la de: haz de tu culo un papalote, así que, a los quince años, yo ya me iba sola con amigas hasta Zacatecas a bailes. La verdad yo me la pasaba super chévere, ni tiempo de pensar en libros o escribir otra cosa que no fuera mi diario, pero sucedió una tragedia, una tragedia para mí porque ellas están con madre con sus decisiones: mis amigas del barrio se casaron, sí, antes de los dieciséis, y me dejaron básicamente sola. Esto sucedió simultáneamente a que en primero de secundaria reprobé todas las materias por faltas y mi mamá como castigo me cambió a un colegio para repetir el curso y terminar la secundaria.
En mi nueva secundaria nos llevaron a la Feria del libro. Yo andaba deambulado entre los pasillos cuando a lo lejos escuché una música que llamó mi atención, era Tristania, en especifico «My Lost Lenore». Fue un momento de, Vete a la verga, no mames, esto es lo que he estado buscando toda mi vida. Sí, a los dieciséis años escuché una canción de metal gótico y pensé, no mames que esto es lo que he buscado toda mi vida, luego vieran nomás todas las cumbias que no bailé por andar de darketilla, pero esa es otra historia. Le pedí a una compañera que me acompañara al puesto de donde venía la música, y cuando llegamos le pregunté al vatillo que atendía qué grupo era ese y si tenía más discos de ese estilo. Me vendió uno de Lacrimosa, Lacuna Coil, Therion y una revista que hablaba sobre la subcultura gótica. Poco a poco empecé a vestirme de negro, juntarme con gente que se viste de negro y escuchar solo música que escuchan las personas que se visten de negro. Pero, ser gótica es duro. De por sí el ambiente de la gente que se viste de negro es inmamable y pretencioso. Recuerdo que aquí en Aguascalientes había un vatillo que hacía fiestas míticas en la vecindad donde vivía. Y el cóver era que le respondieras tres preguntas sobre cultura musical. Si no respondías las tres, no entrabas. El vato se ponía en la entrada de la vecindad y si llevabas una playera de Haggard te preguntaba de que, Dime el nombre de la vocalista principal, cómo se llama el track seis de tal disco y así. Entrar a su fiesta significaba algo muy importante entre la gente que se viste de negro: que no eres poser. Pero, en lo que a lo gótico se refiere no basta con saberte de memoria las canciones de Bauhaus o Joy Division, tienes que, o tenías en aquel entonces, que saber de literatura y de cine, como mínimo. Entonces ahí me tienen viendo todas las películas de vampiros, las de serie B, las de horror y terror en blanco y negro y tecnicolor. Y por supuesto leyendo, leyendo un chingo. Le rogué y le rogué a mi mamá para que me llevara a sacar la credencial de la biblioteca, porque al ser menor de edad necesitaba un tutor que respondiera por mí. Empecé a leer como loca, pero solo los libros que había en esa biblioteca: La biblioteca pública Enrique Fernández Ledesma, que era la que menos requisitos tenía, porque mi mamá se mamoneó y no quiso cumplir con todos los que pedían en la Torres Bodet, que era la más chingona.
Mi familia materna vive en una comunidad en la Sierra de Jalisco, todas mis vacaciones las pasé ahí. Una de esas vacaciones, cuando tenía como diecisiete años, un amigo de mi hermano llegó en su Corvette color madera, estaba tapizado por dentro con piel de avestruz, se bajó y me miró sentada en una silla tipo Acapulco, tragando sandía como bestia y leyendo un libro. Me dio un billete de cien dólares y me dijo: Ten, para que te compres algo. Me compré libros. Me compré toda la colección de la editorial Tomo. Eran libros de «literatura universal», pero sobre todo de filosofía. La filosofía me mamó, qué vergas está este pedo, pensaba. Me gustaron sobre todo los filósofos atormentados y amargados. Me volví una maquina devoradora de libros, pero no era suficiente. Inicialmente, la verdad sí leía solo por «encajar», para que mis amistades góticas no me dijeran poser, pero después sí que le agarré el gusto. Pero, ser gótica es difícil, y no basta con que seas súper culta y leída, también de preferencia hay que ser artista. Probé primero con la música, pero el profesor el primer día de clases me dijo, Tienes el oído cuadro, adiós. Quedé. Por dios que así me dijo. Luego probé con artes visuales, y era más o menos buena pintora, o eso me decía mi profesor Samuel porque le daba tristeza mi aspecto y mis pinturas de alma atormentada, pero era muy caro y mi mamá, de quien dependía económicamente en ese momento, nunca vio con buenos ojos mis intenciones artísticas, y me pedía y me rogaba que mejor estudiara algo de provecho como inglés o computación. Y pintar es caro, era imposible pintar sin el apoyo económico de alguien. Busqué trabajo y me lo dieron en una fabrica de dulces, pero me corrieron al mes porque «era demasiado lista para trabajar empacando dulces» y por mi edad no me volvieron a dar trabajo.
Aunque seguía escribiendo diario nunca pasó por mi cabeza la idea de ser escritora porque para mí ese era un oficio propio de los genios, sí genios con o. Un oficio para hombres burgueses que habían sido bendecidos con un don, el don de la palabra. Pero además porque el ambiente cultural y sobre todo literario de Aguascalientes tenía fama de estar dado a la verga, los talleres tenían fama de quitarte las ganas de escribir porque se impartían con pedagogías de la crueldad. Y bastante tuve con las monjas en los colegios como para permitir que me maltaran en algo que de inicio haría por hobbie. Pero sucedió un milagro y un día que fui a regresar unos libros a la biblioteca tomé el cartel cultural del pueblo y vi que había un taller de verano de literatura fantástica. Decidí entrar. Para mi sorpresa tanto la facilitadora, como mis compañeras y compañeros eran amables y encantadores. Había un ambiente de total respeto. La facilitadora, Leticia Figueroa Estrada, hacía énfasis en que nuestros comentarios estuvieran enfocados en que el texto alcanzara su mejor versión y no en quitarle las ganas de escribir a nadie. Fui a varios talleres, casi siempre con Lety, porque no quería arriesgarme a que me maltrataran. Y porque ella era en serio encantadora. Todo lo que sé lo aprendí en esos talleres. Nunca llevé ningún texto. De los diecisiete años a los veintitrés fui asistente frecuente de talleres literarios, pero nunca me sentí con la seguridad de tratar de escribir. En ese momento ya estaba convencida de que quería ser escritora, pero no sabía cómo, no sabía sobre qué escribir, no me sentía capaz. El primer texto que escribí fue en 2009 y fue obligada por Rocío Castro, con quien tomaba un taller de guion cinematográfico. Nos dejó como tarea participar en un concurso literario sobre cuento. Me la jugué y gané. El certamen se llamó: Letras de la Memoria, el premio eran tres mil pesos y la publicación en ParteAguas, la revista de más prestigio local. Eso me dio la seguridad que necesitaba para seguir intentando, pero no pude como me hubiera gustado porque una tragedia tras otra me quitó las ganas de escribir. En 2010 mi gato Migajón murió de leucemia felina. Fue durísimo, me costó mucho trabajo reponerme. En 2011 mi padre enfermó de cáncer y yo dejé la universidad y mi trabajo en un centro de atención telefónica para cuidar de él, me puse a vender Avon para poder sobrevivir económicamente. Finalmente murió en abril de 2012. A principios de 2012 mi prima Rosalba fue víctima de feminicidio. En 2013 mi mejor amiga murió. Trataba de escribir, pero entre la tristeza, la carga laboral y los trabajos de cuidado, vivo con mi novio desde los diecinueve años, no encontraba la forma ni el tiempo. Me era casi imposible, también, porque en ese momento tenía toda una configuración sobre el oficio de escribir: que necesitas un cuarto propio, ser hombre, blanco, de preferencia heterosexual, burgués o con amigos burgueses que te patrocinen y dueño del don de la palabra. Entonces, además de no tener ni muchas ganas, ni tiempo, me sentía incapaz de ser escritora. Esa posibilidad no estaba en mi curva de aprendizaje. Pensé que, si acaso llegaba a poner en orden mis ideas, publicaría en un blog o algo así. Pero jamás pensé en esto que me está pasando en este momento. En 2013 empecé a interesarme en el feminismo y empecé a escribir textos sobre la violencia que vivimos las mujeres. Cuál fue mi sorpresa de que dos de esos textos se volvieron virales. De verdad no podía creerlo. Entonces supe que quería hablar sobre lo que significa ser mujer en México, que ese era mi tema.
Aquí me gustaría detenerme un momento para hablar sobre, ¿por qué, independientemente de la depresión mayor, del duelo constante, no me sentía capaz de escribir? Las razones son dos. La primera tiene que ver directamente con que soy mujer. Y una crece leyendo hombres porque los hombres son los más visibilizados en «los clásicos literarios». Una crece leyendo sobre los temas universales de ellos: la guerra, el amor desde la perspectiva heterocentrada y el relato de la romantización de la violencia, sobre violaciones y apologías de las violaciones. Una crece leyendo sobre el universo de los hombres, blancos, heterosexuales y burgueses que hablan de pechos turgentes. Es difícil encontrar un tema, una voz propia cuando eres mujer y además eres subalterna. Y lo otro son las políticas culturales de Aguascalientes, que son sobre todo conservadoras, antañeras, canónicas y controladas por amiguismos. Y, cuando una quiere escribir sobre la violencia que significa ser mujer en el México de los bordes, pero además con una propuesta estética alejada del canon, no es amiga de nadie, ni hija de nadie, ni alumna de nadie, con modales de jabalí serreño, es básicamente imposible encontrar mentorías y espacios.
Pido de antemano una disculpa si con mis críticas hiero alguna susceptibilidad, pero la ventaja de no deberle nada a Aguascalientes, como ente cultural porque desde luego hay dos o tres personas que siempre creyeron en mí, respecto a mi carrera literaria, es que no tengo miedo a perder nada, porque nunca he tenido nada. Pero vaya que está dado a la verga el ambiente cultural en Aguascalientes. Para empezar, lo típico de provincia: las mafias culturales que por lo general son dos, y cuando una está en el poder vetan a la otra y cuando la otra está en el poder vetan a la otra. También las prácticas donde solo se invitan entre amigos, se premian entre amigos y se becan entre amigos. La sobrerrepresentación de ciertos autores y la invisibilización de otras. Me gustaría dar nombres, pero no soy tan cabrona todavía. Pero es muy evidente. Hay nombres que se repiten una y otra vez. Y hay morras con una trayectoria increíble y con proyección nacional e internacional a las que se les piden que no se quejen porque ya fueron publicadas una vez, en una revista local. UNA VEZ, contra nombres que se repiten miles de veces y que, desde mi perspectiva, la única cualidad que tiene es que son hombres y escriben sobre cñoros.
No me hagan luz de gas. Empecé a ir a eventos culturales en Aguascalientes cuando tenía diecisiete años. Han pasado veinte años y sigo viendo los mismos nombres de siempre, las mismas propuestas de siempre, las mismas prácticas. Sería injusto decir que nada ha cambiado, sí ha habido cambios o intentos, pero son tan pequeños que apenas se ven. Aguascalientes se resiste a deshabitar el país de los señores.* Como autora, como público y como mujer es cansado durante años y años ver a los mismos vatos hablando de la obra de los mismos autores, con sus actitudes de genios incomprendidos, con los mismos chistes de siempre, que ni risa dan. Años sin evolución en su discurso, en su propuesta literaria, en los autores que leen y sus actitudes de mierda, pero ahí están sobrerrepresentados, mientras que morras que están haciendo cosas increíbles como hablar sobre la maternidad, la enfermedad, la violencia, haciendo literatura fantástica de primer nivel, apenas y ocupan un espacio. Y luego está la simulación, que las instituciones van de progres y vetan a los autores que les caen mal y salieron denunciados en el #MeToo, pero a los que les caen bien los siguen invitando. Pese a que los que les caen mal tengan denuncias por ser jefes de la verga y los que les caen bien por tener novias que podrían ser sus nietas. Y para hacer purplewashing cuando lanzan convocatorias con perspectiva feminista, invitan a lo más impresentable en materia de defensa de los derechos humanos, a las Terfas. ¿Se imaginan hacer carrera literaria en un espacio así? Aclaración: no todos los señores/señoras que están siempre y desde siempre son los que describo, hay varios que están trabajando constantemente y a los que siempre es un gusto escucharles.
Aguascalientes es como muchos lugares de provincia un espacio canónico donde la hegemonía es escribir y reescribir los clásicos, recrear los mitos y revisar y revisar y volver a revisar a cñoros y viejos que murieron hace cien años. Ver una y otra vez y otra vez al hijo del escritor célebre. Ver una y otra vez a la alumna favorita de tal. Es imposible hacer carrera literaria en Aguascalientes si no eres amiga de la persona correcta, si no fuiste alumna del gran maestro o si no eres hija del célebre escritor. Y ya de por sí esto está de la mierda porque las instituciones públicas deberían ser plurales, y también está de la verga porque mandan un mensaje: si eres una subalterna, ni de pedo puedes ser escritora. Imagínense: yo era una chica gótica, hija de padres vendedores de bebidas embriagantes, estudiante de la licenciatura en filosofía en una universidad sin prestigio y además haciendo la carrera online, trabajadora de un call-center, un tianguis y vendedora de Avon, que además quería escribir sobre la violencia que vivimos las mujeres en contextos periféricos con una propuesta estética no cercana al canon. El mensaje que recibí una y otra vez de forma directa e indirecta era: no hay espacio para ti. Y como yo hay muchas morras, porque la mayoría de las morras que queremos ser escritoras no somos hijas, ni alumnas, de nadie.
Yo traté. De verdad que traté. Porque una tiene la idea de que tiene que empezar desde abajo. Insistí en los talleres y solicité diez veces la beca del pecda porque el currículum y la credibilidad como escritora en México está construido desde el acceso a becas. Solicité pecda diez veces y me la dieron una vez. No me molesta que me hayan negado la beca tantas veces, pero sí que quienes se la ganaban se jactaran de que se las dieron por amiguismos y que no la aprovecharan y siguieran siendo mediocres. En 2015 la maestra Martha Lilia Sandoval confió en mi trabajo y me dio por primera vez la beca del pecda. Su tutoría y consejos fueron fundamentales para sacar adelante mi proyecto, y de la mejor manera. Para que se den una idea de qué tan lejos veía yo la posibilidad de ser publicada por una editorial: mi proyecto del pecda era escribir un libro de diez cuentos que tocaran el tema de los feminicidios en México y publicarlo en pdf de forma libre. Mi tutora me dijo, no. No lo distribuyas de forma libre, busca publicarlo. A mí me parecía imposible.
En 2015 me explotó la tacha de la depresión. 2015, 2016 y 2017 fueron los años más difíciles de mi vida. Mantenerme con vida fue un trabajo muy arduo de mi esposo, mi madre, mis amigas y mis terapeutas. Nunca me había sentido tan mal. Ya hablaré a fondo de ello en el texto personal sobre mi salud mental, pero durante todos esos años tuve una hoja de referencia en código de emergencia por riesgo de suicidio en mi cajón. La opción que me daba el imss, internarme en el centro de salud mental de Zapopan, no me pareció viable, porque me aterraba perder la beca que yo sentía era la oportunidad de mi vida. Entonces decidí tomar terapia en el Centro de Salud Mental Agua Clara. Me cobraban veinte pesos la consulta porque me hicieron un estudio socioeconómico y determinaron que era lo que podía pagar. En ese momento trabajaba como editora de noticias internacionales y ganaba cuatro mil pesos al mes. Como pude y con mucho esfuerzo logré sacar adelante los textos de proyecto del pecda y en 2016, cuando salió la convocatoria del Fonca, decidí aplicar porque me di cuenta de que en Aguascalientes nunca iba a crecer como escritora. Apliqué. Con un proyecto sobre mujeres en conflicto con la ley. Recuerdo que un día antes de que salieron los resultados publiqué en mi Facebook que estaba harta de pensar todos los días que lo mejor que me podía pasar era estar muerta y que ni la beca del Fonca iba a lograr darme ánimos. Me desperté con un montón de felicitaciones. No podía creerlo. Venía de ser rechazada tantas veces que no podía creer que me dieran una beca nacional en el primer intento. La beca del Fonca ayudó a salvarme la vida. Tuve compañeros increíbles y a Hernán Lara Zavala como tutor. En 2018 la volví a solicitar y me la volvieron a dar. Esta vez tuve la increíble fortuna de tener como tutoras a Brenda Lozano y Amelia Suárez Arriaga, que además de ser unas mentoras increíbles nos dieron lecciones de apoyo entre mujeres y gestión de espacios seguros para la creación. Asistir a los encuentros, leer lo que otras escritoras estaban escribiendo y saber que gracias a mi trabajo literario estaba recibiendo un ingreso mensual y viajando, me cambió la vida. Yo jamás había salido de vacaciones a otro lugar que no fuera Puerto Vallarta, que es donde vive mi familia materna, gracias al Fonca pude viajar, comprar libros, comprar una Kindle y una computadora propia.
Del resultado de una beca del pecda y dos del Fonca surgió Perras de reserva. Lo mandé dos veces al Premio Dolores Castro, sin éxito, pero finalmente en 2019 ganó el Premio Nacional de Cuento Joven Comala. Fue publicado en Tierra Adentro, y actualmente está próximo a salir en una nueva y mejorada edición bajo el abrigo de Sexto Piso. Yo sabía que necesitaba una oportunidad, que una sola persona confiara en mi trabajo. Y sucedió en 2015 y ya no paré. No paré ni de escribir ni de encontrarme con personas, sobre todo mujeres que han apostado por mí, como Gabriela Jauregui, que me invitó a participar en Tsunami 2. O como mi agente Marina Penalva, gracias a la que he podido publicar en el extranjero y tener oportunidades con las que nunca ni siquiera soñé.
Toda mi obra literaria la escribí en momentos muy turbios de mi vida: pensando por lo menos una vez a la semana que ojalá tuviera el valor de matarme, atravesando toda la ciudad para ir a tomar terapia, con un pie dentro del psiquiátrico, escribiendo sin cuarto propio, sin computadora propia, con muchas limitaciones económicas. Hay un poema de Ana Elena Pena con el que siempre me identifique, que dice:
Esa chica que está fuera de control,
que se araña las muñecas y los muslos
como el cachorro de tigre que se hiere jugando solo,
que bebe y fuma con la avidez y desesperación de quien no halla mejor medicina,
que llora y ríe a la vez porque todo le duele y todo le provoca hilaridad y orgasmo,
que se entrega con la misma premura con la que te abandona,
que a veces habla, brama o susurra como si la poseyera el diablo...
Esa chica, sí, esa chica:
cuando tome el mando de sí misma,
no habrá mujer más poderosa alrededor suyo.
Recuerdo que la primera vez que en un espacio hablé sobre lo mal que la estaba pasando cuando escribí «Feminismo sin cuarto propio», casi me pongo a llorar. Poco a poco mi vida ha mejorado, mentiría si dijera que ya no tengo pensamientos catastróficos o deseos de morirme cada vez que algo no sale como yo quiero. Pero la vida es mucho más amable ahora y parece que cada día se pone mejor y, aunque no estoy segura de si lo que siento es felicidad, sí me siento como Jeni Rivera en la canción «Mariposa de Barrio», y es bonito y está bien.
*Concepto de la colectiva lectora Librosb4tipos.