Algún día habrá entonces una historia tal de todas las personas que alguna vez fueron, son o serán, y no será para que nadie lo lea, sino para dar a todo mundo en el vivir el fin último de ser.
Gertrude Stein, Ser americanos
La estrella de la tarde debe estar languideciendo y despojándose de sus chispitas tenues en la pradera y nadie, nadie sabe lo que le va a suceder a nadie más, excepto los desolados andrajos de envejecer.
Jack Kerouac, En la carretera
El engendramiento
1
Eran los últimos días de la vida real. Era el comienzo del fin de siglo. Las chicas entraron al sitio y no volvieron a pensar en este chico, el que las condujo ahí, pagó su entrada, y las puso de camino hacia ese lugar. Si lo volvieron a ver, lo disimularon bien. Se mantuvieron juntas, con mirada impávida y las manos en los bolsillos traseros, y pasaron de largo con la mirada al chico, como lo habían hecho con todos los demás que se habían perdido en todas las otras noches de todos los conciertos anteriores. Les resultaba irrelevante excepto porque, como sucedía con todos los chicos, era lo que sucedía primero, para que algo mejor pudiera suceder después.
Las chicas no querían mostrar que estaban impresionadas por las estrellas de ahí arriba. No querían ser fans en el concierto. Pero se colocaron al pie del escenario, casi como haría un fan, bajo la estrella gruñona, que aunque aún no era famosa ya gruñía como si lo fuera. Llevaba un famoso suéter, y cantaba como si fuera famoso, una canción que pronto sería famosa, sobre el hipotético aroma del desodorante de las chicas, el que estas se negaban a utilizar.
Cuando el sudor de la estrella se desprendió de su cuerpo, fuera del escenario, las chicas atraparon gotas en viales color rosa que decían pestaña larga en letras doradas. No se debía, como pensó la estrella, a que las chicas lo adoraran, aunque si vivieran lo suficiente como para que él muriera antes, quizá lo adorarían. En vez de ello, querían inyectar su sudor en sus propias venas, salinizar su sangre con la posibilidad de una estrella, para ser ellas mismas tan maravillosas como esta próximamente maravillosa estrella, cuyo gran sudor se fermentaba en sus viales de rímel.
Las chicas guardaron estos viales en los bolsillos de sus pantalones de mezclilla rotos o en las bolsas de sus mochilas, junto con sus Camel Light, encendedores Zippo y sus grabadoras portátiles. La estrella estaba segura de estar rockeando a lo grande, y quizá así era —todo el mundo estuvo después de acuerdo en que así había sido—, pero lo que también hacía era proveer a las chicas de música de fondo. Las chicas tocarían esa cinta emocionadas, juntarían sus ingredientes en los laboratorios de bloque de hormigón de sus habitaciones, entre sus pósters de Velvet Underground y pipas para fumar hachís y tubos de ensayo con sangre/barniz para uñas. Las chicas quemaban nag champa y eran, para todo el mundo, imperceptibles en su faceta de alquimistas, pues su aspecto era muy similar al de todas las demás chicas que bajo el ahumado aire tosco de aquel año aún no sabían que las únicas personas que en verdad olían tan empalagosamente como el espíritu adolescente eran las gruñonas y narcisistas estrellas.
2
Las chicas eran anónimas: los chicos, todo lo contrario. Los chicos adoraban tanto su identidad que creaban versiones adicionales de la misma. Inscribían nombres sobre sus otros nombres, y derivaban otros nombres de ahí, multiplicando sus identidades conforme una banda se deshacía y formaban otra, anunciando estas nuevas identidades sobre las antiguas nuevas identidades, en el chismorreo de las fiestas. Después se formaba otra banda más, surgía otro proyecto secundario, o un proyecto en solitario se apoderaba de la solitaria alma de un chico, y a eso también se le daba un nombre, incluso si era únicamente de entrada el nombre del chico, el que su madre le había dado.
Los chicos se daban a sí mismos nombres sucios como «Tubérculo» o «Fábrica de Cucarachas» o «Humor Vítreo». Nombres crudos, en su mayoría, con consonantes duras y vocales que se sentían como esmegma. Los chicos se daban a sí mismos el tipo de nombres elegidos para sonar como si las bandas estuvieran compuestas por personas que en realidad no querían ser nada, que era a lo más que alguien podía aspirar en ese momento de la historia.
Así fue como Humor Vítreo engendró a Golpe de Cintura que engendró a Zion Existencial que engendró a Dinastía del Refugio que engendró a Tetas que engendró a Pantano Luminoso que engendró a Circo de la Meada que engendró a Alma Kushner que engendró a Gato Hutt que engendró a Dinosaurio Sr. que engendró a Los Fabulosos Lamemanchas que engendró a Gas Mentiroso que engendró a Crisis de Mezclilla que engendró a Agujero Emocional que engendró a Puerta de Calumnias que engendró a Conejos Chupadores que engendró a Sombrero de Carne que engendró a Costra Texana que engendró a Agravio Cervical que engendró a Heliotosis que engendró a Orcano que engendró a Sanguijuela Auditiva que engendró a Padre Rata que engendró a Línea de Quejas que engendró a Trituradores de Migajas que engendró a El Solsticio 5 que engendró a Los Muy Queridos que engendró a Arbusto Gong que engendró a Bajada Pluvial que engendró a Comadreja de Jardín que engendró a Amor de Siete Dólares que engendró a El Pueblo Americano.
Las bandas se engendraban a sí mismas una y otra vez, pasando por todas las posibilidades del engendramiento, viajando de ciudad en ciudad, de Manhattan a Lawrence a Norman a Lincoln a Columbia a Iowa City a Austin a Nashville a Atenas a Evanston a Portland a Seattle a Amherst y después volvían a engendrarse.
Los chicos que conformaban las bandas eran su versión más ruidosa sin dejar de ser don nadies cool que no hacían mayor esfuerzo. Pero eran las chicas quienes habrían de permanecer por siempre iguales a la época: sin banda, sin realizarse, sin ser nombradas, o solo nombradas por su nombre. No se esperaba que, como los chicos, se juntaran en cuartetos aleatorios, equipados en la casa de empeños. No eran propietarias de las camionetas. Se suponía que orbitaran alrededor de las camionetas de los chicos y la impermeabilidad molecular de éstos, que podían definirse a sí mismos, los chicos en perpetua disolución, a pesar de los esfuerzos amplificados, agregados, para permanecer por siempre nombrados y por siempre fijos en el tiempo.
Las chicas debían estar disponibles, pero solo sexualmente y aun así no mucho, y en dicha disponibilidad, habrían de ser más nadie que cualquiera de los chicos de las bandas. Pero ser tan nadie como se esperaba de las chicas requería mucho esfuerzo.
3
A las chicas se les dio un manual de instrucciones. Cómo convertirse en nadie en muy pocos pasos. Había en esos días tantas estrategias para ser nadie, como anotar su peso en una libreta de apuntes verde claro, escribiendo en una nota, junto a 62 kilos: «Aún muy gorda para ser stripper en el Pink Flamingo».
Las chicas intentaban todo lo que estuviera en sus manos para ser tan nadie como debían ser, probando con productos para adelgazar como Slimfast y Dexatrim, y también con el tipo de amor que fuera opresivo y violento. Implicaba pasar por pabellones psiquiátricos y no dormir y autodespreciarse. Kate Moss contemplándolas desde la página de una revista, como el símbolo de nunca serás lo suficientemente bella. Implicaba Operaciones Rescate y la crisis de las clínicas, la primera Guerra del Golfo y el comienzo de toda esta mierda neoliberal a la que ahora llamamos nuestro todo, y también las cosas que se les decían a las chicas en las calles: putas y perras y zorras. Vete a la mierda, Steve Albini. Implicaba horas en el trabajo en las que el cocinero te toca hasta que le das un golpe o accedes, y pasar horas en fiestas, también, con los torpes intentos por ligárselas, e incluso entonces, en lo relativo a ser nadie, las chicas en su mayoría fracasaban.
Las chicas se despertaban cada día junto a quien fuera con quien tenían que dormir para tener una cama en la que dormir, y aún así se daban cuenta de que eran una alguien que dormía junto a un pomposo y autonombrado nadie. Las chicas ingerían pseudoefedrina y ácido bajo la lluvia, y conforme los vientos de tornado se agitaban a su alrededor las aguas de la presa se elevaban para escenificar la ópera más húmeda y dura, de ninguna parte, jamás montada, con el cielo más vasto que la vastedad de las planicies, ardiendo con lo que debía de ser su final de cielo grande, eléctrico, con una quijada trabada por la estricnina. Pero cuando las chicas y el agua y los vientos se apaciguaran ante su percepción, para gran decepción de su generación, seguirían existiendo.
La terca dificultad para ser suficientemente nadie hizo que una de estas chicas pensara en lo que pudiera consistir ser alguien. Así que llenaba cuadernos con sus planes para ser alguien, una alguien que pensaba debía ser «grandiosa», sin saber lo que «grandiosa» significaba pero, viéndolo a la distancia lejana, deseándolo como nada, decidiendo que ser grandiosa era la única forma de darle la vuelta a ser nadie, ser la más algo, sin pasar por algún punto intermedio. Deseaba, escribió, ser una gran escritora, lo cual significaba ser una gran alguien que escribía grandes cosas en sus libretas de espiral. Conforme lo practicaba, llevaba la cuenta de las venganzas que habrían de efectuarse.
Celebró un cumpleaños, el número dieciocho, bebiendo el vino barato Boone’s Farm sobre una mesa de picnic cerca del estanque, fumando cigarrillos para ahuyentar a los mosquitos, con el ruido de cigarras y ranas mugidoras siendo llevado por el viento. Más tarde esa misma noche ella y sus amigas irrumpieron en la piscina municipal, trepando por la valla metálica, despojándose de sus pantalones cortos de mezclilla y camisetas de los Replacements para nadar desnudas bajo la luz de la luna de Salina, Kansas, misma que, por si nunca la han visto, es una luz de luna grande, importante y solitaria, que transmite la sensación de que jamás se apagará y siempre la necesitarás, una luz de luna rara y difícil que parecería brillar únicamente para los elevadores de granos.
Bajo la luz de luna de Salina, Kansas, y al interior de la radiante agua turquesa de la prohibida piscina municipal, sus cuerpos desnudos aparecían sin marcas y eternos, sus cuerpos desnudos en conjunto eran morenos o bronceados y la delicadeza blanca se aferraba y se separaba y en ocasiones emergía, en otras desaparecía, en ocasiones se besaban, en ocasiones se alejaban, hasta que se levantaron todas para adentrarse en el aún cálido aire de esa primera noche de la adultez de la chica, se abrocharon los pantalones cortos de mezclilla y se marcharon a casa.
Aunque esta chica creció en este mundo de nadies por consentimiento mutuo, y tenía apego al glamur de su anti-promesa, a pesar de dar su mejor esfuerzo nunca pudo alinear del todo sus deseos a su tiempo y lugar, y como quería a las otras chicas más que a nada, tampoco pudo alinear su deseo a la erradicación de ellas, incluso si en ocasiones era cómplice de la misma, y casi siempre la atestiguaba. Les juró a las demás desde ese momento que conforme se fueran esfumando, y conforme ella también se esfumara, que algún día volvería, y que cuando volviera escribiría una historia de todas estas historias pequeñas. Les juró que escribiría una historia de todos los otros historiadores menores, también, aquellos que llevaban los registros en los archivos de las miradas vacías y escribían épicas que todos rechazaban. Juró frente al espejo que algún día se convertiría en una gran escritora, de manera que pudiera escribir esa gran historia de su propia gran época, pues la mayor historia conocida por el mundo es aquella que a nadie le ha parecido importante relatar.
Juró que a esta historia la llamaría «Remo», y juró que sería escrita como un lado b, a ser tocado únicamente en el sótano sin terminar de un dúplex situado en los suburbios de Gomorra, y en la misma bocanada de aliento juró que pagaría el único precio necesario para escribirla. Era el 27 de julio de 1991, y lo que juró es que jamás de los jamases se vendería.