Lecturas

Historia india

Pier Paolo Pasolini

Es absolutamente prematuro escribir algo —aunque solo sean algunas líneas— sobre este proyecto de una historia india del hambre. Se trata únicamente de una idea en estado embrionario: una idea de los «hechos» pero, sobre todo, del sentido, que implica también la factura, la técnica, el estilo.

Para tener una sensación de lo que podría ser mi «mirada» sobre la India, podría mencionar un pequeño opúsculo mío —El olor de la India (publicado en Longanesi)—, y para tener una sensación de lo que podría ser el modelo técnico y estilístico de la película, podría citar Hombre de Arán de Flaherty.

La película querría ser, antes que nada, un documental cuyas imágenes, combinadas en un sistema dramático, entrarían en la historia, incluso haciendo cuerpo con la historia, en una doble función de justificación y de liberación.

El personaje central de la película es la India, la India que muere de hambre.

La familia india que escogí como típica, y que sumerjo en el mundo indio, todavía no existe ni tiene registro en mi imaginación: es una pura abstracción cuya única realidad es mi breve, pero dramático conocimiento de la India.

De cualquier forma, esa familia es muy rica. Todavía hay en la India los restos de la antigua feudalidad, y sobreviven los privilegios de la realeza, quizá solo de manera formal. Es decir, existen familias poderosas, de un poder antiguo y fosilizado (que no tienen nada que ver con las familias de la nueva burguesía que está tomando forma).

Supongo que en tales familias se conserva un cierto tipo de cultura, que permanece, en la inmensidad del pueblo, inconsciente y pulverizada y que, en las personas instruidas y neo-burguesas, está contaminada o transformada en tradicionalismo fósil.

Quizá nada de eso es verdad, y las familias semejantes a la que imagino no existen. Pero es una hipótesis de trabajo, que puede convertirse en libertad poética: es decir, un hecho solamente supuesto que, sin embargo, puede ser escándalo y paradoja y dar cuerpo al «realismo», solo verbal y unidimensional, del documental.

Hay un maharajá, con su esposa y sus cuatro hijos. El maharajá, que vive en un lugar situado fuera de la realidad cotidiana y normal (un palacio) y es alimentado por una antigua cultura (que se ha perdido y ha sido contaminada en el mundo moderno), está de cierta forma fuera de la historia.

Es, como veremos, el primero en morir. Su breve parábola es, por tanto, introductoria y puede representar la historia antigua de una nación frente a su historia moderna.

De hecho, la calidad de vida y la forma de morir de ese maharajá están descritas en los viejos libros religiosos de la India, y es de ellos de donde tomé fielmente los acontecimientos.

Un día de invierno, el maharajá atraviesa sus tierras (por razones religiosas o para cumplir deberes políticos). Nieva. Todo está cubierto de nieve. La soledad es inmensa. Y entonces el maharajá ve una guarida de jóvenes tigres, entre los arbustos secos, en medio de la ilimitada superficie blanca. Se quejan: están muriendo de hambre. El maharajá siente una profunda piedad por esas criaturas, y reza. Al final de su larga oración, despide a su pequeña escolta, se desnuda y, rezando, se entrega como alimento a los jóvenes tigres hambrientos, dejándose devorar.

Transcurre largo tiempo: los hijos, que eran pequeños cuando su padre murió, ahora son adultos: la más grande es una muchacha de catorce o quince años, el más pequeño es un niño de seis. Son dos hombres y dos mujeres.

Algo cambió en el mundo (y, de hecho, en las primeras secuencias el mundo se nos mostró irreal y fabuloso: un mundo donde la religión era todo y coincidía con todos los contornos y todos los pliegues de la realidad): ahora estamos en el mundo moderno —por degeneración o por una profunda y general corrupción—. La vida de la viuda y de los cuatro hijos en el «palacio» —tan justa en la introducción— ahora es absurda y anacrónica. Todo fasto y todo lujo se ha perdido, o sobrevive a sí mismo.

Una terrible hambruna ha surgido en la región, y las personas mueren de hambre en las calles.

En este punto, la historia pierde toda apariencia de construcción; es un trabajo que solo podré hacer después de buscar locaciones y de hacer las investigaciones necesarias. El lector de estas notas debe contentarse con saber que, por razones que aún debemos establecer, la familia emprende un viaje (podría ser el viaje ordinario que muchas familias indias emprenden como un deber religioso: el viaje a Benarés), y que, siguiendo un ritmo preciso y obsesivo, cada uno de los miembros de la familia muere de hambre. Primero la madre y, al final, la niña más pequeña.

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Imagen tomada de www.piqsels.com

Por supuesto, cada muerte se llevará a cabo en circunstancias o en situaciones significativas, de forma en que numerosos aspectos del mundo del hambre puedan ser documentados. En resumen, el ritmo de la película, escandido de forma casi geométrica, simétrica, a través de esas muertes que ocurren a intervalos cronométricamente regulares, uno después del otro (la idea de la película me vino mientras grababa la escena de Edipo matando a los soldados), se presenta, figurativamente, como un puente cuyos arcos regulares son la agonía y la muerte por hambre de los personajes.

Repito, no sé todavía cómo y dónde ocurrirán esas agonías y esas muertes: repito, cada una de ellas será un momento de la realidad india, que será dilatado y vitalizado gracias a un aporte documental.

La única muerte que tengo clara en mi imaginación es la última, la de la muchacha. Llega, sola en el mundo, a Benarés, y ahí muere. Nadie de los suyos está ahí para quemar su cuerpo y para arrojar sus cenizas en el Ganges: lo harán unos extranjeros. Y eso es algo que he visto y descrito: esos «extranjeros», pobres, sucios, en harapos, carcomidos por el ayuno y la lepra, son angélicos y fraternos. Acometen los gestos funerarios casi con gracia, con una indiferencia que es semejante a la indiferencia a su propio cuerpo con la que el padre se entregó como alimento a los tigres.

Por otra parte, no hay nada de angustiante o de fúnebre en los ritos indios de la cremación: hay aun algo de consuelo y de serenidad. La visión del río turbio y atroz en el que se arrojan las cenizas —visión con la que la película debe concluir— está llena de una profunda y abstracta dulzura.

Traducción de Ernesto Kavi