Columnas

Where You Been

Wenceslao Bruciaga

El privilegio de la homofobia

Fucking faggots!

Gritó el tipo. Pinches putos sería la traducción próxima a lo literal. Por supuesto dirigiéndose a nosotros. Íbamos pedos, agarrados de la mano, besándonos. Después sacó una botella de Beefeater que se empinó en los labios para darle un trago ancho. Además de homofóbico, hípster, pensé.

La ofensa era lo de menos. Lo inaudito es que sucediera al interior de un camión de la agencia del transporte municipal de San Francisco. La capital gay del mundo según el histórico cliché. Era mediados de junio del 2022. Market Street, la avenida principal de San Francisco, tenía el doble de las banderas de arcoíris colgando de los postes de luz. El mes del orgullo atraía turistas con horrorosas sandalias y playeras que usaban los camiones de Market rumbo a la centenaria calle Castro para ver homosexuales como animales del zoológico de la diversidad.

Por cierto, hablar del mes del orgullo es un pleonasmo capitalista. Conmemorar los disturbios de Stonewall en Nueva York que dieran origen a las marchas que exigían respeto y dignidad a las diferencias ha terminado en desfiles con más patrocinios que causas exhibicionistas.

En otros tiempos los pasajeros se nos hubieran unido para echarle montón al tipejo con la botella de ginebra. Pero al final solo éramos Jim, yo y el pendejo que nos gritaba faggots con alcohólica soltura.

Días después, la nbc daba nota del arresto de treinta y un hombres pertenecientes a una organización de supremacistas blancos que pretendían provocar motines alrededor de una celebración por el orgullo lgbtq de Idaho. Dijeron ser miembros del grupo de derecha radical Patriot Front. Habían viajado desde al menos once estados de Estados Unidos como Texas, Arkansas o Illinois, armados con equipo antidisturbios y armas para acabar con los putos de Idaho y otros miembros del colectivo lgbtq. El plan se armó desde internet. Foros, subgrupos de Redit, canales de YouTube o cuentas privadas de Facebook donde el odio a los gays es el motor de las conversaciones.

El intento del Patriot Front por arruinar las celebraciones por el orgullo gay en Idaho fue estropeado. Aunque los once integrantes fueron puestos en libertad condicional tras pagar una fianza y han vuelto a la internet para organizar el siguiente atentado contra los putos que buscan pervertir a sus familias y arrebatarles a sus niños, según dicen.

No es cualquier síntoma que la radicalización de los grupos conservadores, que incluyen la homofobia entre sus causas, se esté empoderando sigilosamente en paralelo a la neurosis colectiva que pretende hacer de la corrección política un estado de bienestar.

Por ejemplo, en el episodio del camión, nadie se metió a la tensión homofóbica. Quizás no supieron cómo responder a una riña entre minorías vulneradas. Las olimpiadas del sufrimiento que contaminan cualquier argumento sobre la discriminación y las pantallas de los aparatos celulares impiden una respuesta rápida a un incidente urbano como el de aquella noche. Nosotros, homosexuales, cisgénero, privilegiados, supongo. El tipo que nos insultaba, un vagabundo sin techo. Como tantos que duermen en tiendas de campaña ensambladas sobre las aceras de la Bay Area. Llevaba sus pertenencias en un gigantesco costal verde. La homofobia no distingue raza o clase social para ejercerla. El vagabundo no era un debilucho. Tenía los brazos anchos y la espalda como un ropero. Blanco y peludo.

Pero nosotros éramos dos. Lo que hicimos fue clavarle la mirada casi sin pestañear. Si quería bronca a puño cerrado y patadas culeras yo no tenía problema. Quiso seguir con los insultos pero al vernos fajonear frente a su jeta con los ojos colorados, dio un último trago y se bajó del autobús.

La paradoja es cómo luchar contra una fracción de la sociedad que radicaliza sus posturas cuando los mismos homosexuales se han volcado al conservadurismo como posibilidad de inclusión. El consumismo salvaje, la intrincada obsesión por construir familias que aunque diversas, familias siguen siendo, con su propensión a generar roles de poder y dinámicas de tiranías sobreprotectoras. El activismo mainstream.