Columnas

Where You Been

Wenceslao Bruciaga

Viruela del mono y el virus de la corrección política

El 25 de mayo del 2022, casi un mes después de la detección de los primeros casos de viruela del mono en España, la Organización Mundial de la Salud organizó una sesión de preguntas y respuestas a través de la plataforma YouTube. En la pantalla dos especialistas daban la cara: Rosemond Lewis, líder en la investigación evolutiva en viruela del mono y Andy Seal, consejero estratégico en el departamento global de vih, hepatitis e Infecciones de Transmisión Sexual.

La evidencia científica hasta ese momento mostrada no parecía compensar las dudas de quienes ahí participaron. Homosexuales en su gran mayoría. Más que preguntas, los homosexuales tenían comentarios. Exigencias. Y estas tenían que ver con el acecho de la estigmatización. Alguien escribió, palabras más, palabras menos: si como dicen es un virus que puede darle a cualquier, por qué insisten en concentrarse en la población homosexual o aquellos hombres que tienen sexo con hombres.

Por un momento los micrófonos dejaron de emitir palabras. La mujer que moderaba la sesión se mordió los labios y la doctora Lewis colocó la mirada en lo que debió ser una ventana. Suspiró.

«Es muy complicado para nosotros como especialistas calibrar la información que los gays necesitan y, por otro lado, que esto no se lea como discriminación…», dijo la doctora Lewis.

También hubo un silencio en el chat. Después alguien escribió: no todos los gays vamos a orgías…

La respuesta me recordó aquella escena de la película para la televisión And The Band Played On (basada en la novela homónima de Randy Shilts) en la que un equipo de infectólogos se reúnen en el Civic Center de San Francisco para discutir con los ciudadanos ahí reunidos, todos gays, la posibilidad de cerrar los saunas ante la propagación del nuevo virus de transmisión sexual que parecía concentrarse en población de homosexuales. Según la evidencia reunida hasta ese momento, 1982, los enfermos de sida se habrían contagiado en esos lugares de encuentro sexual y anónimo. La audiencia interrumpe la investigación del doctor Don Francis con una jauría de gritos encabronados.

«Esto es otro truco de Ronald Reagan para mantenernos a los homosexuales en el clóset», grita un hombre con una chamarra de cuero a lo Tom of Finland. El armario no solo era negar la homosexualidad. Sino avergonzarse de una promiscuidad consensuada cuya libertad sexual contraponía los convencionalismos heterosexuales que solo acarreaban represión a su paso.

La diferencia con la actual situación de la viruela del mono es que parece que somos los mismos homosexuales quienes hacemos el justiciero truco de mantenernos en el clóset. Desde los primeros casos detectados en nuestro colectivo, la prioridad fue evitar el estigma y no la difusión científica del comportamiento de la viruela símica. Que sucede, avanza y evoluciona en el promiscuo abismo donde los hombres tienen sexo con otros hombres. Abismo que también es ORGULLO. Así, con mayúsculas.

Si algo había en aquella videoconferencia de la oms era una tensión sujetada por la paranoia de la corrección política.

Consecuencia: la viruela se ha propagado y las conclusiones de los estudios clínicos que tratan de ganar la carrera contra el virus corren a cuenta gotas y dispersas. Por ejemplo, el manual «Social Gatherings, Safer Sex, and Monkeypox», del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de usa, traducido para México por Ricardo Hernández Forcada,o el estudio publicado por la Revista europea sobre vigilancia, epidemiología, prevención y control de enfermedades infecciosas en el que se revelan los resultados de presencia del virus símico en el semen, pasaron casi desapercibidos frente a las demandas que exigían que en las noticias sobre la viruela del mono se hiciera hincapié en que no solo los homosexuales son población de riesgo. Al 20 de julio de 2022, y cierre de esta columna, el número de casos confirmados de viruela del simio en todo el mundo, según los Centros para el Control de Enfermedades (cdc) de eeuu, es de 14,268. De estos, las mujeres solo ocupan un 0.4%.

Cierto. Le puede dar a cualquiera. Su transmisión es por contacto: un roce o un beso, compartir las sábanas o los cubiertos. También es cierto que la intensidad de los contactos piel a piel en una orgía gay, con los cuerpos desnudos, supera el promedio de fricciones que sucedería en un día cualquiera.

El hiato de indiferencia y evasión lo rompieron Ro Banda y Ricardo Baruch en un live de Instagram en el que trataron de despejar dudas y esbozar las complejísimas medidas de prevención, más la columna de Genaro Lozano, en donde cuestionaba el silencio de la Secretaría de Salud frente a esta nueva pandemia.

Las duras lecciones del sida y los prejuicios aún persistentes son razón válida para que la lucha contra el estigma por viruela símica tenga peso pesado. La palabra sidoso corre como pólvora e insulto en el tuiter.

Los primeros casos surgieron de fiestas organizadas en alguna costa de España en las que hombres tuvieron sexo de alto riesgo con otros hombres. Es decir, orgías. Pero este hecho parecía menor en comparación con la alarma de estigmatización que subrayaban los asistentes a la sesión. Hay quien sugiere omitir las palabras orgías o riesgo, pues incitan al señalamiento. Pienso que ocultarlo podría ser un ejercicio de autocensura que juegue en nuestra contra.

Como apuntó, contundente, el ex director de Censida y actual Director Ejecutivo del ahf Institute, Jorge Saavedra, en tuit de su cuenta: «El temor al estigma y la discriminación no debiera ser motivo para ocultar o retrasar información epidemiológica necesaria para controlar un brote y que la comunidad afectada se sensibilice». Este tuit apenas acumuló 32 likes y 4 retuits. Un solo tuit de la histeria colectiva que pedía la cancelación de una influencer millonaria, ladrona y con la estatura atorada tuvo 2604 likes y 226 retuits, más hilos de comentarios.