Para empezar a hablar del cuarto álbum de Radiohead, Kid A, es necesario un poco de contexto. Para ello, una revisión súper sintetizada de su discografía hasta ese momento. Su primer larga duración, Pablo’s Honey, era un disco muy de la época, hasta un poco genérico que, sin embargo, incluía una canción, «Creep», que acabó siendo un himno generacional (que es casi lo mismo que decir que es un jingle perfecto para un anuncio de productos capaces de sanar el acné juvenil). «Creep» les abrió de par en par las puertas de todos los canales de videos y las estaciones de radio alternativas en el planeta. Un exitazo rotundo, sin duda, pero que al mismo tiempo recluye a la banda en la tristísima categoría de «one hit wonder», lo cual es básicamente una sentencia de muerte. Su segundo disco, The Bends sirvió para escapar de ahí, gozó de reconocimiento entre sectores de la crítica y tuvo ventas significativas. Sin embargo, da la impresión de que poco tiempo después Radiohead dejó de sentir orgullo ante ese trabajo. Recuerdo que Thom Yorke, el delantero de la banda, en una entrevista que le hice en 1997, me dijo que nunca volvería a tocar en vivo «High and Dry», el primer sencillo, porque vergonzosamente le recordaba otro tema de aquellos tiempos, la infame y súper popular «What’s Up» de Four Non Blondes. Su tercer disco, Ok Computer es considerado, más o menos en todos lados, una obra maestra. Por su ambición, por la manera en la que captura la angustia de fin de milenio, por devolverle la fe en el rock y en la guitarra eléctrica a quienes la estábamos perdiendo. A partir de ahí la grandeza de Radiohead se convirtió en una verdad universalmente aceptada. Muchas veces y en muchos lados se les proclamó La Mejor Banda de la Tierra. Como si eso fuera posible. Ellos, unos cuantos años después, han sugerido que les parece un álbum sobrevalorado. Y además le sobran siete minutos, de acuerdo con el baterista Phil Selway.
A pesar de su impacto cultural, musical y mercantil, sus integrantes, y en particular Yorke, no se notaban ni cómodos ni contentos. Quien lo dude está obligado a revisar el angustioso documental Meeting People is Easy para comprobarlo. Yorke lo ha descrito como una advertencia para bandas mas jóvenes que en ese momento estuvieran envidiando su éxito sobre lo mal que se podían poner las cosas: «Ni lo intenten». Como lo han descubierto muchos otros músicos que han alcanzado alguna vez la cima —creativa o comercial—: a pesar de todo lo invertido y sacrificado para llegar a la meta, una vez ahí, no es necesariamente el lugar en el que querían estar. Y entonces lo que siguió fue inevitable: detonarlo todo. Convertirse en otro grupo, dejándose atravesar por otras músicas, por otros instrumentos, por otras técnicas de grabación, por otros estados de ánimos, por otras texturas, por otros sonidos, por otras formas de manifestarse líricamente, por otras formas de componer canciones. Bienvenidos al Kid A.
La mejor prueba de cuán drástica fue su transformación es la primera canción del disco, «Everything In It’s Right Place» que no se parece, ni de cerca, a nada de lo que se le conocía a Radiohead hasta entonces. Fue una maniobra radical. Me da curiosidad saber si para usted, lector, que quizá había escuchado el Ok Computer infinidad de veces como su servidor, la experiencia de oír esa canción por primera vez fue tan shockeante como para uno. La siguiente, la que le da el nombre al álbum, también se alejaba de lo anterior. Era, al igual que la primera, tan rara como hermosa. La tercera no se parece a ninguna de las primeras dos. Y así, hasta llegar a la décima. Las que sí se parecían a sus trabajos anteriores, las guardaron para el siguiente disco, que apareció apenas ocho meses después, el Amnesiac, como «Knives Out», a la que, por cierto, le dedicaron 373 días de trabajo. Dicen.
Escuchando el Kid A hoy, a veintitantos años de su publicación y a propósito de este texto, a lo primero que me suena es a un grupo en el que sus integrantes están tirando hacia lados opuestos, generando una tensión que en el mejor de los casos genera grandes resultados. Pienso, inevitablemente, en un antecedente similar, en U2 mientras grababa el Achtung Baby: Bono y The Edge tratando de llevar a la banda a una nueva década al tratar de incorporar los sonidos del momento —la electrónica de Manchester, el hip hop y demás— a sus canciones, mientras Larry Mullen y Adam Clayton desaprobaban sus intentos renovadores y luchaban por hacer una secuela de The Joshua Tree. Al final de la lucha, más la intervención casi divina de Brian Eno, la obra resultó brillante.
En el caso del Kid A, Yorke quería que su afición por los discos del sello de electrónica experimental Warp, y principalmente la obra de un par de autores de ese sello, Autechre y Aphex Twin, se reflejara en su sonido. Quería empujar la música pop hacia adelante, como pensaba que lo hacían estos dos artistas, y no solo sacudirla un poco, como sentía que Radiohead lo había hecho hasta entonces.
También quería que la libertad y la improvisación del krautrock —sobre todo de Can— y del free jazz se colaran en el proceso de composición y grabación, en lo cual se esforzó. El vocalista fue el conductor del disco, el que llevó al resto a cruzar fronteras, a dar saltos hacia la incertidumbre, muchas veces sin que sus compañeros estuvieran plenamente convencidos de que fuera lo correcto. El guitarrista Ed O’Brien en una entrevista realizada para la revista Q en aquella época, dice que hubiera querido hacer canciones cortas, impulsadas por guitarras eléctricas, lo más lejos posible del cuasi rock progresivo del Ok Computer. Su idea, sabemos, no trascendió dentro del grupo; Yorke se impuso, quería centrarse en el ritmo y alejarse de las melodías (cosa que me parece no logró del todo), asegurando que le daban un poco de vergüenza. Lo que es interesante es que O’Brien quizá anticipó lo que un año más tarde agitaría al rock, The Strokes. Nunca lo sabremos. Recorrieron estudios de diferentes ciudades europeas en los que pasaban días sin generar nada que valiera la pena. Para los guitarristas de la banda hacer canciones sin guitarra resultaba incómodo. Empezaban incluso a cuestionar su rol dentro de la organización. Cuenta la leyenda que eran tan frecuentes los desacuerdos y tan intensas las discusiones que, por ejemplo, a la hora de decidir el orden de las canciones, la separación estuvo cerca. Perdieron tres meses únicamente debatiendo cómo las acomodaban.
Cuando finalmente se publicó, el 2 de octubre del 2000, el resultado fue polarizante. Pero al paso del tiempo sabemos que Radiohead ganó por decisión unánime: un disco más trascendente que el anterior. Más innovador, más ambicioso y, por si fuera poco, ha envejecido mucho mejor. Quizá en el 2000 no nos sonaba al futuro. Pero en el 2022 suena al presente. A pesar de que no tuvo sencillos promocionales ni videos, fue la primera vez que Radiohead debutó en el número uno de la Billboard. La gente lo compró, aunque luego no le gustó.
Más allá de sus múltiples méritos artísticos y musicales, el escritor Steven Hyden, en su libro This Isn’t Happening: Radiohead’s Kid A and the Beginning of the 21st Century plantea —bueno, desde el título— que de algún modo es con este álbum cuando arranca el siglo actual y debate cómo lo que pasaba a su alrededor anticipaba lo que hoy vivimos. Hyden asegura que fue uno de los primeros álbumes importantes que la gente experimentó en línea; desde los rumores que surgían en los foros de mensajes y las filtraciones de Napster, hasta las reseñas en línea y el discurso digital que siguió: «Todas estas cosas que damos por sentadas ahora se sentían nuevas y emocionantes entonces», dice Hyden. «Como leer las opiniones de extraños al azar y aprender sobre música de esa manera».
También ha dicho que las letras bien podrían ser tuits o entradas en Facebook: Hoy me desperté chupando un limón, por ejemplo. Yo me sumo a la perspectiva de este escritor recordando sus blips —los videos de diez segundos que usaron para promocionar el disco— y pienso que no son muy distintos a las stories de Instagram. También recuerdo que en algunas entrevistas, sus integrantes hablaban de romper el ciclo álbum-gira-álbum, la norma de aquellos tiempos que los mataba de hastío, por un modelo en el que el artista saca canciones, una o varias, cuando lo requiriera. Y eso es justamente lo que todo artista (menos Radiohead) hace hoy en día. Y para acabar, en el verano del 99, O’Brien comenzó a colgar un diario del disco en la web de la banda. Pronto sus actualizaciones de progreso y descripciones de canciones comenzaron a aparecer en las noticias en la prensa. Es la practica de las grandes estrellas del momento: usan sus redes sociales para controlar su narrativa sin depender de los medios, a los que también controlan.
¿Hay alguien en su sano juicio a quien le importe si no tocan «Creep» en el concierto?
¡El miedo acecha al territorio!
Thom Yorke / Stanley Donwood
Realidades
2022 · 312 páginas
978-60-78619-64-1