Texto personal, parte 5
Te agradezco que sanes mi alma
Sobrevivo mirando en tus ojos
El resplandor de un verde talismán.
Rata Blanca
Esta es la quinta entrega de una serie de textos autobiográficos que tienen la intención de que ustedes me conozcan más allá de mis opiniones críticas y mi trabajo literario. He hablado sobre las tragedias que marcaron mi vida, sobre mi carrera literaria, mi experiencia con la salud mental y el dinero y en esta hablaré sobre el amor. Me parece aventurado decir que hablaré sobre el amor porque en concreto hablaré sobre una persona: el Iván. Pero, para mí hablar de amor significa hablar sobre él, sobre nosotros. Me está resultando muy complicado escribir este texto, a pesar de que estoy acostumbrada a sobre exhibirme. Y es que soy un jabalí serreño sin sentimientos románticos y cada vez que hablo sobre lo que para mí es el amor la gente me juzga, me dicen que soy fría, arromántica, mala persona, sin sentimientos, culera o que estoy descompuesta. Me juzgan porque no estoy interesada en sentir emociones fuertes ni mariposas en el estómago, ni andar cacheteando las banquetas por nadie. Cuando pienso en amor no puedo pensar en flores, chocolates, cenas con velas o canciones cursis o citas tradicionales de corte «romántico» porque me da ansias. Y ya si hablamos de la infatuación me da coraje. He terminado relaciones de amistad con personas que se dejan llevar por la infatuación, porque mi cerebro no puede procesar esos niveles de irracionalidad. Entonces no entiendo el amor como demostraciones afectivas cursis o los sentimientos a flor de piel, y no es que no los haya sentido, pero los razono y trato de no dejarme llevar por las emociones, porque eso me parece estúpido, poco práctico, malo para la salud física y mental y quizás porque todavía conservo un poquito de filosofa mamadora y me voy por la línea de Sartre de no usar los sentimientos/emociones como excusa. El punto es que entonces entiendo el amor como tirar paro para sobrevivir en un mundo a veces muy de la verga.
Iván es el mayor de diez hermanos. Creció en una casa de sesenta metros cuadrados en lo que conocemos como obra negra. Sus padres eran adolescentes criando a un montón de niños. A él le tocó aprender a limpiar, cocinar y criar bebés para ayudar a su mamá. Es el primero de todos sus hermanos en terminar la secundaria y la preparatoria. Aprendió de la forma más dura a defenderse de otros vatos que se querían pasar de verga con él. Le ha costado muchísimo trabajo desaprender la violencia a la hora de relacionarse con sus pares hombres. Empezó a trabajar a los diez años: vendió paletas de hielo, manzanas con caramelo y dulces. Fue albañil, mesero, cuidador de mascotas, ayudante de cocina, lavaplatos y barman. Tuvo una vida llena de violencia clasista y racista.
En la escuela se burlaban de él por sus facciones racializadas. Le negaron muchos trabajos por el código postal de su comprobante de domicilio. Una de las primeras cosas que me gustó de él fue su ternura. Pese a venir de un contexto sumamente violento era muy dulce a la hora de tratarme, me decía «mija» y procuraba y procuraba cuidarme. Es un excelente cuidador. Lo segundo fue su inteligencia natural porque a pesar de no haber tenido el privilegio de estudiar es una persona brillante, hace unos análisis de la realidad que me dejan pendeja. No hay día que no me sorprenda de su capacidad crítica. Él aprendió de racismo, de clasismo, de violencia, del barrio, de la calle, de precarización, de violencia policíaca porque le ha atravesado la piel. Lo segundo que me dejó, como dicen los Cardenales de Nuevo León, totalmente cautivada fue su forma de tratar a las personas que dan servicios, siempre es muy generoso en su trato y las propinas. Lo tercero fue que en nuestra tercera cita adoptó un perro callejero, el perrito llego a saludarnos y él lo agarró y se lo llevó. Ese perro fue compañero de su papá por varios años. Su costumbre de adoptar lomitos prevalece y en este momento tenemos seis: tres gatos y tres perros. Podría escribir un libro entero de todas las cualidades que me tienen como pendeja después de veinte años de relación, sobre su talento para dibujar sin haber estudiado dibujo, sobre su habilidad musical o sobre lo talentoso que es para narrar y lo generoso al cederme esas narraciones. Pero, se supone que esto se trata sobre mí.
Cuando la gente me pregunta ¿cómo conociste al Iván?, esperan una historia de amor de película, llena de casualidades mágicas, destinos trazados, luchar por conquistar al amor. Pero no, nuestra historia comenzó afuera del Teatro del Parque en 2005 con la cancelación de un concierto de metal gótico. Él era vecino de mi amigo Carlos. Ambos habitantes de una de las colonias más peligrosas de Aguascalientes: Palomitas 13. Los cholos de sus barrios les decían Draculín y Draculón, porque Iván era muy delgado y Carlos muy grande. Nos echamos ojitos y Carlos la hizo de cupido, dos, tres salidas y ya está. Ya éramos novios. En realidad, nunca me preguntó que si quería ser su novia, pero yo me adjudiqué el título después de que una exnovia suya, la Gelis, me dijera, me dijeron que andas con mi ex, es un muy buen muchacho, te cuajaste, al chile yo lo dejé porque a mí me gana el desmadre y él necesita una buena mujer. Yo me adjudiqué también el papel de buena mujer. Nuestras primeras citas fueron en festivales oscuros, pero como su casa en las periferias quedaba muy muy lejos de mi casa en una colonia popular en el centro de la ciudad, nos turnábamos: unos días venia él otros días iba yo. Nuestra primera noche en Palomitas 13 la pasamos abajo del módulo de policías porque había un operativo de Barrio Seguro. Mientras nos abrazábamos y dábamos besitos, policías estatales fuertemente armados se llevaban detenidos con violencia a todos los morros y morras que veían en las esquinas. Fue la primera vez que me dijo, te amo, y yo le dije: Iván, no mames, no me puedes amar, me acabas de conocer. En nuestra primera salida a comer él pensó que me comporté como animal salvaje porque quería ahuyentarlo, pero la realidad es que como tenía toda la vida comiendo sola, no sabía de buenos modales en la mesa. Entonces yo muy fresca pedí dos gorditas de chicharrón verde con chile relleno y una de deshebrada con papas. Esto con su respectiva Coca de vidrio. Yo sorbía, me enchilaba, me limpiaba con la mano y hacía toda clase de ruidos. Él que para ese entonces ya llevaba bastante tiempo trabajando en un restaurante de gente blanca me veía con cara de, vete a la verga, qué maleducada es. Pero luego se dio cuenta de que no era personal, que en general tengo malos modos. Durante nuestro primer mes de noviazgo ambos salimos en la Tribuna Libre, un periódico de nota roja. Yo por fumar marihuana en la vía pública, él por descalabrar de un cabezazo a un policía que le quiso quitar sus CDs de música darks. Duró setenta y dos horas detenido y le estuve llevando comida porque no le dieron derecho a fianza. El policía no levantó denuncia penal porque lo amenazamos con nosotros también proceder porque se llevaron a Iván a un terreno y le pusieron una golpiza.
Además de compartir gustos oscuros como vestirnos de negro con ropa de la paca y botas de la Coco Loca y escuchar música triste y leer a Edgar Allan Poe, el Iván y yo estábamos viviendo momentos complicados en nuestras vidas. Mi primo, al que mi madre había criado, se dio un plomazo en la cabeza por accidente y mi mamá me dejó a la buena de dios para ir a cuidarlo. Me dijo, tú ya tienes diecisiete años, vivimos en un lugar seguro, te voy a mandar dinero, tú ahí arréglatelas como puedas. En ese momento vivíamos en unos departamentos o vecindad remodelada en un barrio popular del centro de Aguascalientes. Yo duraba viviendo sola hasta seis meses, comía en una cocina económica cerca de mi casa, que ofertaba comida corrida en treinta pesos, o me iba a las pollerías de al lado del mercado por un poderoso caldo de patas de pollo, con arroz y mole, asistía a la preparatoria y me emborrachaba diario. Iván estaba pasando por una separación familiar complicada. Me lo traje a vivir a mi casa cuando mi mamá se iba a cuidar a mi primo.
Él limpiaba la casa, preparaba la comida mientras yo estudiaba y luego se iba a trabajar. Nos empezamos a cuidar el uno al otro. Luego cuando regresó mi mamá porque mi primo fue dado de alta nos dijo: no, pues ya que se quede, pero con la condición de que nos mudemos de casa y cada uno tenga su cuarto. Y así estuvimos unos dos años, cada uno en su cuarto, hasta que ya no pudimos pagar la renta de esa casa y nos fuimos a una más pequeña y mi mamá nos dio su autorización para dormir juntos. Pero durante ese tiempo también a veces nos íbamos con su mamá a Villas de Nuestra Señora de la Asunción. Las dos, su mamá y la mía, siempre fueron muy open mind y aunque éramos unos chiquillos de dieciocho años nos dejaban dormir juntos. Cosas de barrio, supongo. Aunque dice Iván que quizás es que veían la conexión entre los dos. Dos chiquillos de negro, leyendo a Lovecraft o viendo películas en blanco y negro acostados uno al lado de otro. Ha estado conmigo en los peores momentos de mi vida: la muerte de mi padre, de nuestro gato Migajón, de mi mejor amiga. También estuvo en el asesinato de mi prima. Hemos vivido dos abortos juntos, en el primero él también se tomaba el té de ruda en solidaridad. He estado con él en los momentos más complicados de su vida. Nos hemos sostenido el uno al otro, algunas veces con ternura radical y otras con mucha torpeza. También hemos crecido juntos, no solo físicamente, sino como personas.
Cuando la gente recuerda anécdotas emblemáticas de su relación siempre recurren a las atravesadas por el amor romántico, entendiendo amor romántico como velas, flores, canciones de amor, sorpresas y promesas difíciles de cumplir. Y está bien. Nosotros también tenemos momentos así. Él me ha sorprendido con regalos súper bonitos y yo a él con cenas sí románticas con calaveras, música oscura y películas de terror gótico. Pero lo que recordamos como emblemático es aquello marcado por la sobrevivencia: cuando un taxista nos atropelló a propósito y le pegamos entre los dos y luego lo dejamos cuarenta y ocho horas detenido. Cuando viajamos en bici y no teníamos dinero para los diablos y yo iba parada en los tornillos de atrás y para que no me calaran me ponía unos creepers que compré en eBay. Cuando un pendejo confundió la casa de la mamá de Iván con una casa de seguridad y llegó empistolado a amenazarnos y yo hui por las azoteas y antes de irme le dije, cámara, mi Iván, esto ya se puso caliente. Cuando fuimos al tianguis de San Felipe y el líder de los tianguistas no nos dio lugar y nos pusimos a la mala, vendimos todo y luego nos corretearon. De las veces que íbamos a comprar nuestra despensa a la tienda del issste y hacíamos la cuenta antes de llegar a la caja porque tenía el dinero muy limitado y de que ahora rara vez vemos el precio de lo que ponemos en la canasta. De cuando comprábamos champú del que al abrirlo con la boca te tragas la mitad. De cuando íbamos al Coppel y veíamos las teles enormes y decíamos, un día vamos a comprar una, y hace un año fuimos a Liverpool y vimos una de setenta y dos pulgadas en oferta y él me volvió a decir: Ya mero podemos comprarnos una y yo le dije: Hoy es ese día. Y la compramos y ahora vemos anime y películas de Marvel abrazados y lloramos y nos reímos y recordamos todo lo que hemos pasado. De todo lo que hemos trabajado juntos: vendiendo en el tianguis, viendo esto y lo otro, aquí y allá, buscando siempre cómo mejorar nuestra calidad de vida. También ha habido momentos turbios. Ambos hemos cometido errores graves, hemos sido culeros y desconsiderados e incluso agresivos. La relación ha tenido altas y bajas porque llevamos veinte años juntos y no somos protozoarios, somos seres humanos complejos. Pero poco a poco hemos creado acuerdos de convivencia, de resolución no violenta de conflictos, de agradecimiento, reparación y de no repetición. Estamos comprometidos con el bienestar mutuo. Atesoro los abrazos, los besos, las citas increíbles que prepara para mí, lo sexy y brillante que me hace sentir casi todos los días, pero atesoro sobre todo su capacidad para tirar paro, para cuidar, para ayudarme a salir de la mierda, la ternura y rudeza con la que me corrige cuando estoy siendo racista o clasista.
Él todo el tiempo me dice que está orgulloso de mí. Pero no ve que si estoy aquí es en parte porque él tuvo hasta tres trabajos de mierda al mismo tiempo para que yo pudiera gastar todo mi dinero en estudiar. Él no ve que estoy aquí gracias a todo el trabajo de cuidado físico, emocional y sostenimiento de la vida que ha tenido para mí y nuestra familia de lomitos. Él no ve que cada vez que limpia toda la casa mientras yo me voy a una presentación, que cada vez que me ha cuidado enferma o con crisis de salud mental o motivándome para que tenga buenos ánimos ha contribuido. De lo mucho que su trayectoria de vida ha aportado para mi creación literaria y sus visiones sobre el mundo para mis posturas críticas. Porque cuidar es importante. Porque si yo fuera hombre y él fuera mujer la gente estaría diciendo que detrás de cada gran escritor hay una gran mujer que le sostiene la vida: él me sostiene la vida. Y todo esto también es de él. Forjar una relación a partir del romance, la mariposa en el estómago y la pasión desbordada está bien, pero en nuestro caso no han sido los cimientos clave: la clave ha sido la sobrevivencia en equipo, ser compañeros en el apocalipsis zombie, porque al final solo los amantes sobreviven.