Yo le dije que no tenía caso, porque por ahí algún conocido mío ya me había sentenciado que él no me veía en el catálogo de Sexto Piso. ¿Para qué moverle a lo inamovible? Luego, ella misma se ofreció a editarme la novela.
Un día, en el 2002, conoces a los entusiastas jóvenes de Sexto Piso en el aeropuerto de la Ciudad de México, para publicar y promocionar el primer libro que has publicado con ellos; después, en un parpadeo, han pasado veinte años.
Se me invita a España para el lanzamiento de la novela. Llego sin mayores expectativas, pero con un mundo interior lleno de pensamientos y recuerdos y sensaciones. Verán, no es mi primera vez en Madrid. Viví ahí por un año en la década de los ochenta, durante la Movida, cuando la ciudad se abría al mundo.
Me quedé en Guadalajara con Ernesto y con el arquitecto de Guadalajara, Juan Palomar, quien me hizo visitar la ciudad, para ahí perderme. ¿Quizá quería abandonarme en la barranca junto con el puma?
Eso es lo que finalmente nos dan los buenos libros: la posibilidad de reencarnar por dos, tres o cinco horas en otra consciencia. La narrativa, escarnecida y glorificada intensamente, nos permite sentir/pensar/imaginar en otra experiencia.