Alguna vez tuve un blog y seguidores y gente a la que conocí por ese medio a la que todavía hoy considero amiga mía. Era un blog en el que contaba episodios de una universitaria. Quizá la vida truncada que no pude tener porque los últimos semestres de mi carrera universitaria yo ya era madre, trabajaba en Santa Fe dentro de un corporativo financiero como Asistente Administrativa y terminé mis estudios universitarios dentro del sistema sua (Sistema de Universidad Abierta) de la unam. Aunque mi personaja era anónima, algunas personas que conocía en la vida offline sabían que yo era la autora y me hacían ciertos comentarios sobre los contenidos. Recuerdo muy bien uno, que no iba de las anécdotas «chistosas» que solía escribir y era que yo nunca sería tomada en serio profesionalmente porque a veces no corregía los dedazos o una que otra falta de ortografía. No le dije nada, pero se me quedó grabado. Quizá no iba a ser escritora.
Por ese tiempo, quien en ese entonces era mi pareja, invitó a su familia más cercana dentro de Chilangolandia a un mini festejo en casa. Entre ellos, a un primo suyo que por entonces ya era un famoso escritor. La cena pasó sin contratiempos hasta que dicho primo se levantó de la mesa, se despidió de todos y mi papá —lector empedernido desde siempre— le dijo algo así como que le agradecía sus historias y su trabajo. Sentí celos y enojo conmigo misma, yo no era escritora.
Luego, muchos años después, cuando mi mejor amiga Laura, que en algún momento había trabajado en Sexto Piso, leyó el manuscrito de Casas vacías por ahí de 2017, ella me dijo que se lo iba a enviar a los editores, que tenía por ahí el contacto. Yo le dije que no tenía caso, porque por ahí algún conocido mío ya me había sentenciado que él no me veía en el catálogo de Sexto Piso. ¿Para qué moverle a lo inamovible? Luego, ella misma se ofreció a editarme la novela, con ese inmenso cuidado y gran dedicación que hasta ahora me hacen pedirle su opinión en casi todo lo que escribo. Lo demás es historia, el archivo en pdf y ePub circulando por las redes, los círculos de lectura escogiendo la novela para leerla, y escritores y escritoras recomendándola hasta que llegó Paula y se convirtió en mi agente. ¿Iba yo a ser escritora de «verdad»? Todavía lo dudaba un poco e incluso en alguna entrevista declaré que quizá no iba a poder escribir de nuevo una novela porque no tenía tiempo. Era verdad, la escritora sin tiempo.
Sin embargo, fue en Madrid, en un encuentro dentro de Casa América, en el que participaba Pedro Mairal, que conocí a José Hamad y a Santiago Tobón, parte del equipo de la oficina de Sexto Piso en España, y supe que estaban interesados en la novela. Recibí otras ofertas, pero yo lo tenía claro, Sexto Piso, por su importancia en México y la cercanía que me daría a las lectoras mexicanas y latinoamericanas, era la decisión correcta. Y lo fue.
Empecé a ser la escritora que creí que no iba a ser con Sexto Piso.
¿Qué encontré yo en Sexto Piso? Confianza en un texto que ya había demostrado un camino, sí, pero confianza plena en ese nuevo camino que se avecinaba. También encontré acompañamiento, desde aquella primera gira de presentación de Casas vacías, en la que cada una de las personas con las que tuve contacto dentro del equipo editorial (comunicación, finanzas, ventas, personal del almacén, etc.) fue sumamente amable, respetuosa y se desvivió porque yo estuviera cómoda y tuviera todo lo que necesitaba. Recuerdo con especial cariño a Natalia y a Rebeca consintiéndome con un helado en la Condesa mientras nos dirigíamos a algún evento programado.
Hasta, por supuesto, este segundo round con Ceniza en la boca, en la que, además de la confianza, tuve toda la libertad de escribir lo que se me diera la gana en el tiempo que yo necesitaba. Sin presiones, sin comentarios que comprometieran lo que yo quería contar y otra vez, con la confianza plena, tanto en España como en México, de que ellos eran la editorial indicada y capaz de llevar el libro a todos los lugares posibles. Gracias a su compromiso con mi trabajo, a su puntualidad con la gestión de las novelas y a la planeación editorial, me sentí con el arrojo de dedicarme de lleno a la escritura. Ya no soy aquella persona que duda por comentarios fuera de lugar, ni cree que las cosas son inamovibles. Y me alegra haberme topado con la editorial justo cuando ya no tenía dudas. Creo que conformamos un equipo que sabe trabajar de la mano, tanto en los errores de estilo como en los dedazos y que terminan por no importar porque para eso están ellos, para ver lo que yo no veo de mi propio trabajo. Para eso es una editorial.
¿Qué puedo decir de Sexto Piso ahora que cumple veinte años dentro de un panorama editorial siempre complicado y con demasiadas aristas en un mercado latinoamericano? Que espero que tenga larga vida, que siga apostando por impulsar la literatura en América Latina y que encuentre las sinergias necesarias para seguir avanzando. El trabajo editorial es en equipo.
Si tengo que escoger algunas anécdotas con Sexto Piso, mencionaré dos: una, aquel correo de Edu, en el que me pidió un texto con muy poco tiempo para Reporte SP, al que yo le respondí que sí lo escribiría porque cuando él me pide algún texto, de alguna forma me obliga a sentarme a escribir y eso es bueno. Pero escribí de forma tan confusa aquella respuesta que Edu pensó que ese comentario era el título del texto y lo mandó a editar así. Lo genial fue que el título funcionaba y me causó tanta gracia el malentendido que preferí no corregir nada. Hasta ahora, el mejor título que se le ha puesto a un texto mío. Dos, en este último viaje que hice a México, me enfermé durante la semana de promoción y Diego, Dulce y todo el equipo en general, estuvieron tan atentes a que yo estuviera bien que me sentí en casa fuera de casa. ¿Se puede pedir algo más a una editorial que incluso en los malos entendidos salen cosas buenas? ¿Se puede agradecer más a un equipo editorial que me hace sentir en casa en los momentos vulnerables? Sí, y el agradecimiento va de la mano de seguir creyendo que vienen otros veinte años de la editorial. Ojalá así sea, que la vida nos permita seguir leyendo todos los proyectos que se gestan en esa enorme oficina en Coyoacán en la que yo he visto sonrisas de todas las personas con las que me encuentro, a compañeras trabajando en equipo y a padres conciliando su tiempo laboral con el cuidado de sus hijas hermosas. Larga vida a Sexto Piso, para que esté a la altura de los tiempos que vivimos, veinte años de trabajo los respaldan.