El tiempo es un asunto extraño; pasan los años y ni siquiera te das cuenta. Un día, en el 2002, conoces a los entusiastas jóvenes de Sexto Piso en el aeropuerto de la Ciudad de México, para publicar y promocionar el primer libro que has publicado con ellos; después, en un parpadeo, han pasado veinte años, y te despiertas y descubres que acaban de publicar tu séptimo libro en su catálogo, con el octavo en camino.
Ha pasado tanto en estos veinte años que uno se pregunta qué permanece constante en un mundo de cambio tumultuoso. Bajo el marco estadounidense del «progreso», el cambio siempre es visto como algo positivo. ¿Pero es así? Algo así como hace veinte años, Octavio Paz argumentó que los estadounidenses confundían la creatividad con la novedad. Les parecía que todo lo nuevo era mejor que lo que había venido antes, cuando la evidencia apuntaba a que las cosas se estaban poniendo visiblemente peores. Estados Unidos se encuentra al borde de una dictadura autoritaria. ¿Es eso una mejora? Entro en un restaurante de la Ciudad de México y veo a toda una familia mirando sus teléfonos celulares, sin hablar entre sí. ¿Es una mejora sobre lo que sucedía hace veinte años? ¿Estamos más contentos, como personas (los estadounidenses y los mexicanos), que en 2002? Puede argumentarse de manera convincente que muchos de nosotros —¿la mayoría?— somos bastante miserables, y nos regodeamos en la mierda. Particularmente en Estados Unidos, el sistema te priva de la familia, la comunidad, la amistad, la artesanía, el amor, y cualquier forma de espiritualidad genuina. A cambio te proporciona aplicaciones para el celular, juguetes electrónicos, opiáceos, y «noticias» que son poco más que propaganda. Me entristece decir que México no se encuentra muy atrás. Como estadounidense que ha vivido aquí por dieciséis años, me deprime bastante el malinchismo que veo a mi alrededor.
En el primer libro que publiqué con Sexto Piso, El crepúsculo de la cultura americana, argumenté que conforme Occidente se deslizaba hacia la insipidez espiritual, y un sistema de valores que era de naturaleza esencialmente comercial, podría darse el caso de que un pequeño número de individuos quisieran preservar lo que tuviera calidad real en nuestras tradiciones culturales.
Hablé de los órdenes monásticos de la Edad Media temprana, que se dedicaban a hacer precisamente eso, y cómo el material que preservaron posteriormente alimentó lo que se convirtió en el Renacimiento. Hice un llamado en favor de una «Nueva Opción Monástica», que pudiera actualmente realizar la misma labor, con la esperanza de un futuro más brillante, situado muchos años a la distancia. Al mirar a mi alrededor, no creo que mucha gente —los llamé «Nuevos Individuos Monásticos»— siguiera mi recomendación. Pero aquello en lo que se ha convertido Sexto Piso sí lo hizo, independientemente de mí. Sus valores no eran la basura comercial a la que el crítico cultural Neil Postman se refirió en su libro Divertirse hasta morir. He aquí la realidad: los chicos que me recibieron en el aeropuerto en 2002 eran Nuevos Individuos Monásticos, y Sexto Piso ha —de manera sorprendente— labrado una parte de esa Nueva Opción Monástica con valores de calidad, integridad y autenticidad en mente. Ideas que desafían, libros y ensayos que te hacen pensar sobre cosas que son esenciales para una vida humana significativa.
¿Acaso cambiaron el mundo? No. ¿Cambiaron México? Si sí, no en gran cosa. ¿Ha valido la pena? ¿Ustedes qué piensan?