Lecturas

Ángeles y demonios

Giorgio Agamben

Los discursos que hoy escuchamos continuamente sobre el fin de la historia y el inicio de una época posthumana y posthistórica, olvidan el simple hecho de que el hombre está siempre acometiendo el acto de volverse humano y, por tanto, de dejar de serlo y, por decirlo así, de morir como humano. La pretensión de haber llegado a una animalidad o a una humanidad completa en el fin de la historia no da cuenta de esta construcción incompleta del ser humano.

Consideraciones similares valen también para el discurso sobre la muerte de Dios. Así como el hombre siempre está volviéndose humano y dejando de serlo, así también el devenir divino de Dios siempre está en curso y jamás se cumple de una vez por todas. En este sentido se comprende la frase de Pascal sobre el Cristo agonizante hasta el final de los tiempos. Agonizante —es decir, según la etimología, en lucha o en conflicto con su propia divinidad, y por ello jamás muerto, sino siempre, por así decirlo, muriendo para sí mismo—. El único sentido de la historia humana está en esa agonía incesante, y las charlatanerías sobre el fin de la historia parecen ignorar el hecho —evidente, sin embargo— de que la historia siempre está en acto de terminar.

De aquí la insistencia del último Hölderlin sobre los semidioses o sobre las figuras casi divinas o más que humanas. La historia está hecha de seres ya y todavía no divinos, ya y todavía no humanos: hay una «semihistoria» así como hay semidioses o casi humanos. Por ello, las únicas claves para interpretar la historia son la angelología y la demonología, que ven en ellas —como habían hecho los Padres y Pablo mismo, cuando llama ángeles (o demonios) a las potencias y a los gobiernos de este mundo— una lucha sin tregua entre menos que dioses y más —o menos— que hombres. Y si algo podemos decir sobre nuestra condición presente es que en los últimos dos años hemos visto, con inaudita claridad, a los demonios a la obra en la historia, ferozmente, y a los endemoniados seguirlos ciegamente en su vana tentativa de expulsar por siempre a los ángeles —aquellos ángeles que, por otra parte, antes de su infinita caída en la historia, eran ellos mismos—.

Traducción de Ernesto Kavi