Recomendación de los editores

Pop bueno, pop malo: Odisea de la memoria

Eduardo Rabasa

En una época obsesionada con el culto a la personalidad, que en particular vive un tanto inmersa en la celebrity culture, las biografías de los rockstars se han convertido casi en un género editorial en sí mismo. Por razones evidentes, en general el interés viene suscitado por el personaje que lo escribe, y también por lo general siguen el patrón de: detallar los inicios y las dificultades para alcanzar el éxito y la fama, la pérdida de piso con la llegada de esta, los excesos de alcohol, drogas y sexo que van dando al traste con la vida personal y musical del personaje en cuestión, y la muerte temprana o la redención mediante un descubrimiento espiritual tardío. La publicación del libro se inscribe en esos casos más en la lógica del merchandising, siendo un artículo coleccionable más, que a menudo es escrito por un ghostwriter (al que se le puede o no dar crédito explícito), y más allá de las anécdotas escandalosas, desde el punto de vista literario no hay mucho qué ofrecer.

En ese sentido, Pop bueno, pop malo, escrito por el frontman de Pulp, Jarvis Cocker, es no solo un libro sumamente singular, sino que casi podría inaugurar el género de Antimemorias de un rockstar. A lo largo de sus 368 páginas, no hay una sola mención al consumo de drogas, y de hecho se cuenta que en los primeros ensayos de Pulp, cuando eran unos adolescentes, prohibieron las cervezas, pues se dieron cuenta de que eran contraproducentes. (Con lo cual no va implícito que las sustancias no formaran parte de su vida. Solo que no parece considerarlas como elementos destacables de su biografía musical). Tampoco hay alardes de sus conquistas sexuales, ni escándalos personales, ni de pareja. No se cuentan algunos episodios que obtuvieran gran notoriedad, como cuando Jarvis invadió el escenario durante una actuación de Michael Jackson en los Brit Awards de 1996, como acto de protesta/burla ante el hecho de que Jackson presentara un show con varios niños bailando en el escenario, que terminó con el arresto de Jarvis por parte de la policía inglesa. No se menciona más que una sola vez «Common People», y ni siquiera por su nombre, sino solo como «La canción que me dio nombre», ni se nos cuenta absolutamente nada del proceso de su creación, ni mucho menos de la fama internacional subsecuente.

Lo que tenemos más bien es un entrañable viaje por la memoria musical de Jarvis Cocker, organizado en torno a los objetos amontonados hace años en un desván londinense que finalmente se da a la tarea de limpiar, y debe ir decidiendo cuáles continúan guardados, o cuáles están listos para ser tirados a la basura.

Si consideramos a la colección de objetos (que incluye una tableta de chicles, una barra de jabón, un molde de dientes de yeso) como metáfora del proceso de almacenaje de la memoria misma, encontramos tanto en la decisión de guardarlos durante años, como en la nueva disyuntiva de conservarlos o no, un fascinante mapa mnémico donde queda claro que en ocasiones son los recuerdos (u objetos) más nimios los que terminan encerrando mundos enteros. Y los que abren también la puerta a insospechados parajes creativos. No en balde en un par de reseñas de Pop bueno, pop malo en Inglaterra se evocó el nombre de Proust: solo que las magdalenas que detonan los recuerdos de Jarvis son incluso más prosaicas: la revista Libro de risas cachondas y fantásticos chistes sucios desempeña un papel crucial en su despertar sexual; un módulo lunar de juguete nos adentra en su sueño de ser astronauta, y en cómo ver 2001: Odisea del espacio en el cine a los seis años (y no entender nada) fue una experiencia transformadora:

Por supuesto que no le entendí. Mi mamá tenía razón: era demasiado adulta para mí. Demasiado grande. Demasiado larga. Demasiado profunda. Demasiado compleja. Demasiado... todo. Pero me encantó. Y se ha alojado en mi mente desde entonces. Le creí. Creí que la vida sería una aventura en una escala épica que en realidad nadie podía entender. Que tendría lugar en algún sitio del Espacio Profundo. «Hasta el infinito y más allá», como alguien dijo algunos años (luz) después. No había ya retorno (p. 85).

Y están sobre todo, las libretas. Cuadernos de ejercicios donde a los quince años Jarvis escribe de su puño y letra que formará una banda llamada Pulp, de la cual el primer elemento registrado es el «Guardarropa Pulp», donde queda minuciosamente detallado cuál sería el look de su banda futura, incluidas las «corbatas anticuadas». Y de ahí el crucial papel que las ventas de ropa de segunda mano desempeñarían en su imagen. Y como parte del «Plan Maestro Pulp»: «La banda se dará a conocer ante la mirada del público produciendo canciones pop, bastante convencionales, si bien algo excéntricas. Tras adquirir un estatus bien conocido y comercialmente exitoso, la banda podrá después comenzar a subvertir y reestructurar tanto la industria de la música como la música misma» (p. 50). Ello porque, comenta el Jarvis actual sobre su yo de quince años: «Desde el comienzo, no vi a la música únicamente como forma de entretenimiento: podía ser también una forma de cambiar el mundo» (p. 53).

Pero a pesar de los nobles propósitos adolescentes, lo que narra Jarvis Cocker, con un innegable talento como contador de historias, puntuadas por una dosis de humor que lo aleja de toda grandilocuente pretensión, es una historia de sinsabores y fracasos entrañables, mientras se iba abriendo paso a tientas hasta encontrar la música y la voz que daría a Pulp renombre mundial, proceso que en total le llevaría aproximadamente veinte años. Para ir a su primera tocada, les da aventón un amigo de su madre que vendía verduras en un mercado, transportando a los jóvenes músicos y su equipo en una camioneta rotulada como «Verdulería Móvil», con lo cual al llegar al recinto, se pensaba que ese era el nombre de la banda. Otra tocada temprana acaba en gresca cuando un miembro del público, compuesto principalmente por hombres rudos que jugaban rugby, le enseña el culo desnudo a Jarvis frente al escenario, por lo que este le tira una patada, y tras la trifulca en el escenario, la banda alcanza a correr a refugiarse al camerino, y atrancar la puerta con una hielera, para no ser masacrados por los rugbistas enardecidos.

Y se trata ante todo de una oda a la creatividad, alejada de toda pomposidad y de los mitos de la musa que no deja dormir por las noches y demás, para en cambio aterrizarla y anclarla no solo en la vida cotidiana, sino para postular al pop (bueno) y su música como una de las principales fuerzas culturales del mundo contemporáneo. En algún momento Jarvis cuenta que a menudo, cuando da charlas o después de un concierto, la gente le pregunta cómo hacer para volverse artista:

Y mi respuesta es: no te preocupes por convertirte en un artista. ¡YA LO ERES! Tus circuitos fueron colocados hace mucho tiempo. Tan solo tienes que mantener limpias las entradas y que circule la energía (que, por cierto, no es tan fácil como suena). No te preocupes en cuanto a de dónde vendrá la «inspiración»: puede provenir de cualquier lugar y de todas partes. La gran pregunta es: ¿estás listo para recibirla cuando llegue? ¿Funcionan tus antenas? ¿Están bien colocadas? Si sí, estás listo para despegar... Ese es mi discurso motivacional (p. 135).

Y quizá lo único que falta, podríamos añadir tras la lectura de Pop bueno, pop malo, es contar con una combinación de audacia irresponsable y (¿mala? ¿buena?) suerte, como para caer de una ventana situada a varios metros de distancia del suelo, y convertir al episodio en la piedra fundacional de una carrera musical que ha puesto a cantar y bailar a millones de personas, a lo largo del mundo entero.

Pop bueno, pop malo

Jarvis Cocker

Realidades

2022 · 368 páginas

978-60-78619-69-6